Aquí os dejo un nuevo capítulo.
Como siempre, pido disculpas por los posibles errores de traducción.
¡¡Espero que os guste!!
Cinco
Jonah observaba
al ser misterioso acostado en la curva de su brazo, dormía con todo el sencillo
agotamiento y la conmovedora confianza de un niño. Su sensual respuesta a su
petición también había sido una curiosa mezcla de inocencia tímida y entusiasmo
imprudente y desenfrenado. Un sin sentido.
Había
sido débil. Terriblemente débil. Había elegido la magia de la tierra que podía
pasar casi completamente desapercibida ante la exploración más profunda de
Lucifer, porque tenía una inquietante necesidad de no ser encontrado. Aun así,
podría haber sido capaz de hacer el trabajo mágico con un poderoso beso. Pensaba
hacerlo de esa manera en un principio, pero su respuesta lo había obligado a ir
mucho más allá. Lo racionalizaba diciéndose a sí mimo que ni siquiera estaba
seguro de que La Unión Mágica pudiera alcanzar la energía suficiente para
ayudarlo, pero cuando su pico de energía se levantó, se quedó abrumado como
ante una tormenta de verano. No era sólo magia de la tierra, iba más allá.
Aire, agua, fuego… todos los elementos los habían rodeado, fundiéndose con él. La
gran sorpresa fue la respuesta aplastante, totalmente inesperada, de su cuerpo
hacia el de ella. O más bien, de su alma a la de ella, si quería ser honesto.
Había
deseado enterrarse más profundamente en ella, balancearla y tomarla de la forma
en que lo haría si no estuviera herido y no hubiera ningún propósito por la
Unión salvo su propio deseo. Su cuerpo debajo de él, con sus suaves muslos
extendidos, los brazos estirados, aferrándolo mientras se dirigía hacia ella.
¡Por la fe! Estaba otra vez duro solo de pensar en ello. ¿Qué era lo que le
estaba pasando?
Le había
hecho daño. Pasó los dedos sobre las manchas de sangre que quedaban en sus
muslos. Le había quitado su inocencia, simplemente se la había arrebatado, sin
importar lo gentil que hubiera intentado ser. Ese debería haber sido el derecho
de su handfast, su compañero.
Frunció
el ceño ante esa idea. Ella le había dicho que no pertenecía a nadie. Era
demasiado joven para que hubiera perdido las esperanzas de ello, sin embargo
había detectado una nota en su voz en ese sentido. No la dramática desesperación
de alguien que hubiera experimentado la muerte de un amor adolescente y era
demasiado joven para darse cuenta de que el amor a esa edad iba y venía. Sino,
una desesperación seria y profunda, como si su alma tuviera la edad suficiente
para conocer toda la verdad sobre lo que era el amor y lo que no.
Los seres
marinos eran un grupo de personas con una marcada necesidad de socializar con
otros de su misma especie. Pero sólo con los de su especie ya que, no sólo
tenían una conservadora aversión acérrima ante la idea de mezclarse en los
asuntos de las no-sirenas, sino que también evitaban el interesarse por la
magia.
Y
mientras las sirenas entendían el sexo como un acto natural, no lo practicaban
de manera indiscriminada. Ella le había regalado su inocencia, ya fuera porque
su corazón era así de noble, o porque no lo sintiera como un regalo valioso,
excepto para un ángel herido que lo necesitaba como un ingrediente para un
hechizo curativo.
Le sopló
suavemente en la mejilla. Sus pestañas revolotearon, arrugando los párpados.
Cuando volvió el rostro hacia su pecho, una inesperada sonrisa curvó sus
labios. Un enigma. Una sirena que podía tomar forma humana, que canalizaba la
magia de una forma excepcional… que era valiente para su edad e inquisitiva de una
manera poco usual para ser de una especie tan cautelosa. La cual también
parecía estar completamente sola en el mundo.
Sus
rasgos eran tan finos, pequeños. Puso sus dedos al lado de la línea de su
nariz, sólo para juzgarla, y parecía que la punta de su dedo casi la tapaba.
Sus labios eran un arco pequeño y, a pesar de sí mismo, se imaginaba como
serían cuando se estiraran…
Aunque
sabía que la mitología humana sugería que los ángeles estaban por encima de
esas cosas, ese mito no se basaba en la clase guerrera de los serafines. Su
energía nutritiva necesitaba que se hiciera carnalmente una parte de su fuerza,
que era una de las maneras más fáciles y rápidas para reponer sus energías.
Muchas de las razas humanoides se les ofrecían libremente, y él era muy consciente
de que muchos pensaban que no tenían derecho a negarse a un ángel y, pese a que
intentaba no aprovechase de ello, afortunadamente no había muchos que desearan
resistirse.
Pero, con
el paso de los años, se había creado una falta de intimidad para esos
acoplamientos que le molestaba de una forma que no quería examinar muy de cerca.
Había empezado a optar por la recarga a través de la reclusión, extrayéndola de
los elementos, un proceso de meditación más lento, pero que saciaba sus
necesidades a varios niveles.
Una
punzada interrumpió sus reflexiones, recordándole que necesitaba centrarse en
el problema con su ala. A pesar de que la había vuelto a unir a su cuerpo con
la magia, algo iba mal. La fusión no era tan fuerte como debería ser después de
ese despliegue tan potente de energía. Su cuerpo no tenía ni de lejos la fuerza
necesaria para sostenerlo en el aire y devolverlo a las nubes, pese a que
seguía siento muy superior a la de un varón humanoide. Y sin duda era superior
a la de una sirenita.
Ella
había confiado en él mucho más de lo que se merecía. Cuando Jonah bajó la
mirada hacia su rostro, todo lo que le esperaba fuera de esa cueva quedó en un
segundo plano. Aunque sabía que deliberadamente estaba eligiendo tirar todo por
la borda, no tenía ningún problema en perderse en la contemplación de su cuerpo
e ignorar lo que fuera que hubiera
salido mal con la cura.
Como
había luchado contra los Oscuros
desde hace más de un millar de años, y posiblemente seguiría haciéndolo durante
otros cien mil años más, podía tomarse un día libre. Tal vez dos.
La bestia
en su interior quería saborearla una vez más. Uniéndose con ella, había sentido
algo que no sentía desde hace mucho tiempo, tanto tiempo que ni siquiera se
acordaba de cómo llamarlo. En el momento cumbre, casi se sintió purificado, los
fuegos de la pasión ardiendo más allá de sus venas y perdería su alma para
encontrar eso que todavía valía la pena guardar bajo llave. Algo digno de la
confianza que le estaba demostrando en estos momentos, mientras se acurrucaba
contra él.
Cuando
empezó a moverse, la acercó a él y giró, poniéndola debajo de él. Sus pestañas
se levantaron, reflejando un momento de confusión por el sueño, sus manos
fueron a descansar sobre sus hombros, de una forma tan ligera como sus aletas
cuando tenía una cola. Recordó su roce contra sus piernas cuando lo llevaba a
través del agua sin descanso, aun cuando sus fuerzas flaqueaban. Una de sus
aletas estaba herida.
Tenía
recuerdos confusos de esos momentos, pero poco a poco iba recordando más cosas.
Como lo mucho que se había arriesgado cuando los Oscuros les rodeaban. Si la
hubieran capturado, la habrían atormentado, retorciéndole el alma hasta dejarla
vacía. Luego la habrían destrozado. Tensó sus dedos sobre su delicada piel.
Una
sonrisa melancólica fluyó por su rostro. – No fuiste un sueño, – le susurró.
De
repente, la suavidad de su aliento tocó su boca y Jonah supo que tenía que
volver a estar dentro de ella. Si no conociera tan bien su especie, pensaría
que era un incubo. Excepto que ella le había ayudado a curarse, con una
increíble reserva de poder de la que probablemente ni ella misma sabía que era
excepcional. ¿O lo hacía? Tenía mucho que aprender de ella.
Empujó su
endurecido órgano en su canal, la amplia cabeza introduciéndose entre los
tiernos labios de su boca inferior. Un coño dulce y caliente, tan húmedo y
agradable sólo para él. Sus ojos se abrieron ampliamente y separó los labios
para humedecérselos, ese gesto hizo que su polla flexionara contra ella.
– ¿Me lo
darías otra vez, pequeña? – Le hubiera gustado decir que el sonido fue cortes,
amable, pero le salió como una demanda roca. La necesitaba, necesitaba estar
dentro de ella con una urgencia que parecía tan violenta como el mundo en el
que normalmente vivía. Se lo estaba tomando casi de la misma forma como lo
haría con una batalla-conquista, arrollando, metiéndose de lleno en ello hasta
el punto que de lo único de lo que fuera consciente era del objetivo. La
sangre, los cadáveres… mutilados arrojados fuera del camino para poder alcanzar
al siguiente… Mientras enviaba lejos las imágenes perturbadoras, no pudo evitar
el temblor del que le recorrió los músculos.
Sus dedos
tocaron las puntas de su cabello, moviéndose hacia abajo sobre la piel tensa
sobre sus hombros. Ese toque suave, a la vez que lo excitaba. Calmándolo,
mientras la urgencia de estar en su interior se hacía cada vez mayor. Cuando el
temblor creció, como un zumbido de corriente eléctrica entre ellos, su frente
se arrugó y sus ojos suaves aumentaron en calidez.
– Mi lord
no necesita preguntar. Simplemente podría ordenarlo.
Le estaba
tomando el pelo, una sonrisa cautelosa en su voz, un brillo en esos iris
violetas.
– Yo... –
luchó sobre el deseo para no hacer exactamente eso. – No voy a tomar esa
decisión por ti.
– Pero
dijiste que te pertenezco. Y si eso es verdad… – esa tentadora voz otra vez, y
por la Trompeta de la Resurrección, se estaba ahogando en sus ojos, en el
destello húmedo de sus labios, en la insinuación de su lengua al hablar
–…entonces puedes darme órdenes. Someto mi voluntad a tu cuidado, y te la
confío plenamente. – Ahora sus ojos estaban serios, su joven rostro
completamente decidido. – Es mi deseo que así sea.
¡Santa
Madre!, ¿De donde había salido una criatura así? Sin ser necesaria ya la magia,
se Unía con ella sólo por placer. Su sentido del honor le decía que necesitaba
aclarar las cosas y, por lo menos, darle la oportunidad de oponerse. Pero al
ver su trémula sonrisa, mandó su honor al infierno y la suave luz de sus ojos
ya mostraba su consentimiento.
–
Entonces levanta las piernas, pequeña, y rodea con ella mi cuerpo. Sujétame
fuerte, porque deseo sumergirme profundamente. ¿Estás segura? – Ella desvió la
mirada, él puso una mano en su rostro, obligándola a mirarlo. – Si yo soy tu
amo, entonces no me mientas ni me ocultes tu dolor.
– Estoy
un poco dolorida, mi lord.
–
Entonces entraré suavemente. – Sin soltar su rostro para que poder mantener su
clara mirada sobre él y ver todos los cambios en su expresión, empezó a entrar
con cuidado. Descubrió que sus tejidos estaban húmedos, lo que lo reafirmó en
la idea de que sus palabras podían excitarla de la misma forma que sus manos y
su boca y lo haría otra vez. Se introdujo más y más profundo. Al igual que el
Abismo, sólo se trataba de un olvido al que daría la bienvenida. Sabía cual era
su tamaño y supo que había ido demasiado lejos cuando ella se tensó, pero luego
lo sorprendió apretando las piernas, alzándose mientras intentaba empalarse
ella misma hasta el cuello, sus manos se clavaron en sus hombros, sus rasgos
mostraban dolor y sus ojos permanecían cerrados mientras se aferraba a él.
Abrazándolo más fuerte por sus hombros, ella hundió el rostro en su cuello,
colocando los labios contra su piel. Sentía las plumas de sus pestañas como pequeños
aleteos.
– Shh...
– Su deseo era casi insoportable, pero la desesperación de ella era mayor.
Relajándole
la espalda, él puso una mano en su garganta para sujetarla en el sitio,
acariciándola, hizo que elevara el mentón. – No es una carrera, pequeña. No es
un reto.
Cambiando
de mano, recorrió con los nudillos su pecho, observando como los pezones se
apretaban, y la vio morderse los labios. Se contrajo sobre él, y él gruñó.
Cuando
volvió a levantar el brazo hacia él, no lo pudo contenerse más. Tuvo que
sujetarle las muñecas por encima de la cabeza. Entonces, ella se arqueó y
presionó su boca abierta sobre su pecho, dándole mordisquitos y
lamiéndolo, mientras en su interior aumentaba
la humedad. Se deslizó más profundamente, se encontraba en casa, y en esa
ocasión no hubo rigidez en su cuerpo
cuando lo tocó con el dulce canto de placer de sus labios.
Su
suavidad se tensó alrededor de él, la presión cada vez más frenética y
desenfocada de su boca contra su pecho le puso en alerta.
– Eso es,
pequeña… Déjame oírte…
Los jadeos
que empezaron como sonidos suaves, fueron aumentando de volumen hasta que ella
acabó gritando, con su cabeza echada hacia atrás, la boca abierta y los ojos
vidriosos de tal forma que lo empujaron hacia una rápida liberación. Ella no
había alcanzado el clímax… estaba demasiado dolorida para eso. Pero era como si
el placer de sentir cada una de sus caricias le hiciera tener pequeños espasmos
a los que ella respondía con su voz, con las contorsiones de sus caderas y que
a su vez, lo enviaban más fuerte y más rápido hacia el clímax. Mientras sus
arremetidas la presionaban sobre la plana roca que era su cama, sabía que no
podía ser cómo para ella, pero estaba impulsado por la idea de que si
profundizaba lo suficiente en ella, podría encontrar el centró de sí mismo.
Como si de alguna manera lo acogiera en lo más profundo de su vientre…
Al final,
se aseguró de que ella alcanzara el clímax, se echó hacia atrás apartándose un
poco de ella, colocó una mano entre ellos para encontrar su pequeño, pero
poderoso, clítoris, lo acarició y lo
burló hasta que ella comenzó a retorcerse, abriendo ampliamente unos ojos
asombrados por las sensaciones mientras su boca exclamaba con satisfacción. El
abrasador líquido caliente que mostraba su excitación recorrió por sus dedos
mientras ella se arqueaba aún más y soltaba un grito que él acalló con su boca,
dejándolo resonar en su garganta, haciéndole sentir una opresión en el pecho.
Él aspiró su voz en su interior como si estuviera tomando aliento.
Cuando se
relajaron, el tenía su rostro enmarcado en sus manos y sus lágrimas estaban
sobre sus pulgares, como pequeñas joyas. El presionó sus labios contra cada
una, mientras respiraba con fuerza sobre su piel enrojecida, tratando de no
aplastarla, pero necesitando sentir todo su cuerpo bajo él, cada curva, cada
movimiento.
– ¿Estás
bien?
– Si, –
le susurró ella. – Sólo soy feliz.
Por una vez.
La joven
no dijo las palabras, pero Jonah las leyó en el temblor de su cuerpo. Una vez
más sintió vergüenza por aprovecharse de su inocencia. Sus lágrimas lo
mortificaban hasta el punto de no poder hablar.
Mientras
ella se las limpió tímidamente, se levantó de ella, tomando su mano para
ayudarla a colocarse en una posición sentada. A continuación, se dejó caer a su
lado, teniendo cuidado con la articulación de su ala, la cual seguía sensible
al movimiento. Ella frunció el ceño con preocupación al ver su mueca.
– ¿Te
encuentras bien?
– Se está
curando.
– Pero no creamos la magia suficiente para…
– Si, –
le aseguró él. – Sólo necesita un poco más de tiempo.
Una vez
más, notó su curiosa ambivalencia al respecto. Pero si no podía volar, no había
ninguna razón para dejar este lugar.
–
¿Tienes… hambre? A Anna no le gustó la repentina distancia que apareció en su
sombría expresión, como si estuviera caminando solo en un lugar vacío por donde
ninguna alma debería tener que caminar. Así que dejó escapar la pregunta,
haciendo que regresara a ella.
Ante su
extraña mirada, ella le dio una sonrisa incómoda. – No estaba segura de si
tenía que traerte comida. Sé muy poco sobre los ángeles, mi lord, sólo que
gobiernan el cielo.
El ángel
la observó por un momento. – La única comida que comemos es lo que en este
mundo llaman maná, pero absorbo energía de varias maneras. – Un destello de su
mirada sobre su todavía sonrojado cuerpo le dijo cuál era una de las maneras,
lo que hizo que se ruborizara aún más.
Él
sonrió, extendió la mano y enrolló un mechón de su pelo alrededor de sus dedos,
tirando suavemente de ella. – Si me dices más de lo que sabes de los ángeles,
te diré lo que sé de las sirenas. Vamos a averiguar si ambos estamos mal
informados.
Anna se
encogió de hombros. – No quiero ofenderlo con mi ignorancia, mi lord. – En
realidad, ella sólo quería que él siguiera hablando para poder saborear hasta
hartarse de su voz, su expresión y la larga longitud de su cuerpo yaciendo
desnudo ante ella. Tenía un acento cuando hablaba, uno que ella nunca había
oído. Las sílabas se liaban, pero las decía con una rica lentitud que hacía un
sensual placer solo el escucharlo hablar. ¿Y no pensaría que estaba loca si se
enterara de ese pensamiento?
– Anna. –
Sus ojos oscuros atrajeron su mirada de mala gana hacia su rostro. – He estado
dentro de tu cuerpo. He besado tus pechos y sentido la humedad de tu precioso
coño en mis manos. Si la Diosa quiere, lo probaré con mis labios en algún
momento en un futuro cercano. Hasta el momento, tu ignorancia sólo me ha traído
que un intenso placer.
Ella se
aclaró la garganta y trató de aparentar que se había tomado sus palabras con
calma. Cuando, de hecho, su piel se estremeció con la sensación de cohetes
explotando por la misma zona en la que acababa de decir que quería poner su
boca. – He oído que los ángeles pueden seducir a cualquier especie para que
hagan su voluntad.
– Eso es
falso. Los ángeles no tienen más habilidades de seducción que los machos de
cualquier otra especie. – dijo dirigiéndole una mirada sublime. – Así que debo
ser excepcional.
Ella
abrió la boca y la cerró. – Mi lord, - dijo con frialdad.
Él se
recostó hacia atrás apoyándose sobre los codos con una sonrisa. Su cuerpo largo
y musculoso seguía brillando con el sudor de su unión, mientras descansaba en
el interior de la curva de un ala en favor de la otra. A pesar de su
arrogancia, no se cansaba de mirarlo. Aunque seguía teniendo el deseo
escandaloso de pellizcarlo.
– No
estas acostumbrada a contener tu lengua, ¿verdad, pequeña?
– No, –
ella ofreció eso con bastante facilidad. – Nep, mi magnífico bisabuelo, dice
que tiendo a no pensar antes de hablar.
–
Entonces, ¿qué ibas a decir antes de tener tu extraño momento de reticencia? –
Cuando ella desvió la mirada para estudiar las paredes de la cueva, las líneas
de las alas del dragón, él llamó su atención de nuevo hacia él acercándose,
acariciando su muslo y atrapando un mechón de su pelo entre sus dedos. – Anna, si no me lo dices, empezaré a
contarte, con gran detalle, las muchas razones por las que no puedes ofenderme,
hasta conseguir que te sonrojes.
Ella lo miró entrecerrando los ojos. – Iba a
decir que, en lo único en lo que eres excepcional es en tu arrogancia, mi lord.
¡Oh,
Diosa!, debería haber dicho algo mejor que eso. La sonrisa que se extendió por
sus rasgos, que hizo desaparecer las sombras en sus ojos y algunas líneas de
dolor alrededor de la boca, fue suficiente para hacerle perder por completo la
capacidad para hablar.
– Hagamos
un pacto, tu y yo. Vas a decir lo que piensas de mí, y yo no me ofenderé. De
hecho, la única forma en que me ofenderías sería si te rindieses ante mí porque
te sientes abrumada, como si no tuviera otra opción. – En ese momento, su
expresión se puso seria, su boca insinuó una línea severa que perversamente
hizo recorrer un estremecimiento a través de su bajo vientre.
– Me
sentía abrumada, mi lord. Como si no tuviera opción. Pero cuando me miras,
incluso de la forma en como lo estás haciendo ahora… me gustaría no volver a
ser libre jamás. Sólo tuya.
¡Oh,
cielos! De verdad acababa de decirle todo eso a la cara, ¿no?
–
Pequeña. – Le acarició la piel con los dedos para que lo mirara, a pesar de su
timidez. – Solo me haces desearte más cuando dices y piensas esas cosas. Venga,
deja de preocuparte tanto. Aquí sólo estamos tú y yo. No tenemos que ser como
normalmente somos. Dime algo más de lo que has oído decir sobre los ángeles.
Por
alguna razón inexplicable eso le molestaba, como si esto fuera simplemente una
ilusión para él, un interludio sin conexión con la realidad. ¡Pues claro!, ¿no
había pensado ella misma que esto podía ser sólo un sueño? Sacudió la cabeza.
– No existen
los ángeles bebés.
–
Verdadero y falso. La reproducción es importante, pero no el objetivo esencial
de las relaciones sexuales. Es creación, si es creación de una conexión
espiritual, la difusión de la energía, un ritual de curación para rehacer la
carne, o la creación de una nueva vida. Los ángeles a menudo usan la Unión como
una forma de sentir la tierra después de la batalla. Y ese es sólo uno de los
varios propósitos. No existen los ángeles bebes, no. Pero existen los necrilim,
los que nacen de la unión entre un ángel y un ser de otra especie, generalmente
humanos. Son raros, pero existen.
Llevar al hijo de un ángel. Una idea
asombrosa. Una no se atrevería siquiera a considerarlo.
–
Propones que lo hagamos, - dijo él, dando un tono suave a su voz. – Un ángel
puede elegir liberar su semilla o no, cuando llega al orgasmo.
– ¿Y tú…?
– Ella se ruborizó. – Perdóname, mi lord.
– Es tu
cuerpo y tienes derecho a preguntar. No, no lo hice. Hubiera sido poco cortes
por mi parte el aprovecharme de ti de esa manera, ¿no crees?
De hecho,
podía no ser del todo desagradable el tener algo a lo que llamar suyo, que
pudiera volver a hacerla amar y ser un recuerdo permanente de este día
increíble. Un día que no significaría nada para él desde el momento en que abandonara
la cueva. Ese oscuro pensamiento la cautivaba además de atraerle la
transcendencia de lo que significaría para ella el encontrarse con un niño. El
principio del fin. Pero, de todas formas, el fin estaba cerca, ¿no? Algunas
cosas estaban bajo su control; muchas otras no. El sentido de su vida siempre
había sido averiguar cuales eran cuál.
Él la
estudió. – Pequeña. – Cuando ella miró hacia otro lado, sujetó un mechón de su
cabello y comenzó a envolverlo alrededor de los nudillos, tirando de su cuerpo
inexorablemente hacia adelante. – Mírame.
Anna
no podía. No quería, pero él lo estaba haciendo imposible, por estar enrollando
y enrollando. Iba a tener que recogerse el pelo cuando estuviera cerca de él –
ahora se daba cuenta de eso. Intento apuntalarse con los brazos, pero entonces
él simplemente extendió la mano y tiró de una de sus muñecas sacándola de
debajo de ella, haciéndola caer sobre su pecho. Su mano todavía estaba enredada
en su pelo, con el brazo todavía rodeando su espalda, así que usó la otra para
ahuecarle su rostro, su mentón, alzándolo.
Ella
notó que el corte de su rostro había desaparecido, así como los moratones que
manchaban su piel. Sólo la peor herida, el ala, parecía estar causándole alguna
molestia. Su capacidad para curarse era asombrosa. Cuando por fin lo miró a los
ojos, los suyos le escocieron, y de repente supo que los ángeles podían
destrozar a cualquier mortal. Quemar sus ojos, cortar sus lenguas. Arrebatarles
la voluntad de vivir sólo con el poder de su presencia. Su mirada era tan
oscura, sintió que podía entrar en el corazón de él; sólo que no era como el
terrible frío del abismo. Esta era la oscuridad de estar envuelto en algo
cálido y seguro, algo de lo que uno nunca querría salir.
– Fue
mágico, pequeña. Pero no fue sólo por la magia. ¿Me entiendes?
– ¿Me lo
prometes? – lo soltó antes de poder evitarlo, sabiendo por lo que era. La
cuestión de un inocente, un niño. Sin embargo, la mujer podría manejar cualquier
cosa que viniera, si el niño era la respuesta correcta a esa pregunta.
Le
pareció que se sobresaltaba, algo brilló en las profundidades de sus ojos, pero
luego apretó un músculo de la cara y se inclinó, tan cerca que tuvo que cerrar
los ojos y tenía los labios temblorosos cuando él los rozó con los suyos.
– Te lo
prometo. Y un ángel no promete lo que no es cierto. Nunca.
Ella
asintió con los ojos todavía cerrados. Podía vivir con eso. Con el tiempo había
aprendido que las cosas pequeñas podían ser, en realidad, cosas grandes, como
una roca al azar llega a descansar en el lugar donde sujetará a una piedra
mucho más grande. Esas dos palabras eran lo que contaba. No lo que viniera
después, o cambiara más adelante. Este momento en el tiempo era inviolable, ese
pequeño gesto encerraba la verdad en ese lugar para siempre. Así que se obligó
a sonreír contra sus dedos, abrió los ojos para mirar su boca, su rostro. –
Sabía que los ángeles se unían con otras criaturas para conseguir energía, pero
desconocía que también lo hicieran por placer.
La
diversión que mantenía en su mirada le hizo parecer un mortal. Accesible.
– Todas
las criaturas sienten deseo, y amor. Incluso criaturas arrogantes como los
ángeles. Hay unos cuantos… ellos juran Completa Sumisión. Eso significa que se
someten completamente al servicio de la Señora, y se comprometen a todo por
Ella. Sus cuerpos, mentes y almas. No comen, ni beben, ni buscan el placer
carnal. Ella es la respuesta a todo lo que desean, el servirla.
– Como
los sacerdotes, o los monjes.
Él
asintió.
– Pero yo
creía que todos los ángeles La servían.
– Lo
hacemos. Sin embargo, es muy similar a… – frunció el ceño, pensando un poco,
pero entonces Anna lo supo.
– Como
los caballeros del pasado, que lucharon por la Iglesia, contra los sacerdotes.
Ellos servían de diferentes maneras.
– ¿Cómo
sabes eso?
Ella se
encogió de hombros. – He pasado tiempo en el mundo humano. He estudiado su
historia.
– Igual
que yo. – Las sombras estaban de vuelta en sus ojos, que en conjunto con su
peligrosa boca lo hacían parecer realmente formidable. Pero la miraba con
curiosidad. – ¿Nadie te echa de menos? ¿Tu familia? ¿Tu bisabuelo?
–
No permanezco en un mismo lugar durante mucho tiempo. Ellos están acostumbrados
a mis desapariciones.
–
Así que nadie cuida de ti.
–
Me cuido sola, - dijo ella con un rastro de irritación. – Conseguí traerte aquí.
–
A pesar de mi orden de dejarme.
–
No era una orden, - protestó.
Jonah
dio un resoplido. – Claro que lo era, y la ignoraste.
Se
levantó y fue hacia el agua. Por un segundo, él pensó que iba a zambullirse, a
metamorfosearse en su otro yo y abandonarlo allí. Levantándose, se le acercó
por detrás, sin llegar a tocarla, pero de pie justo a su espalda. Sintió como
su cabello le acariciaba el pecho, el abdomen, y miró hacia abajo, a la parte
superior de su cabeza, hacia la curva de sus pechos y las puntas rosadas que
poco antes había chupado. Una de ellas estaba lastimada por la ferocidad con
que la había tratado, y esa marca duradera le otorgaba una extraña sensación de
satisfacción.
–
No estoy enfadado contigo, pequeña. Es sólo que no quería que te hicieran daño
por mi culpa. Estoy muy agradecido por tu ayuda. – Esa era una pequeña mentira,
lo sabía. La oscuridad le había dado la bienvenida, silenciosa. A pesar de que
el dolor había sido un aliciente, que casi le hizo querer resistirse por la
fuerza a su ayuda.
Pero
ella había sido persistente. Pensándolo ahora, se dio cuenta de que le recodaba
a la presencia de la Señora. Ese decidido consuelo se extendió desde el corazón
hacia el resto del cuerpo, trayendo una tranquila paz. Creando un deseo de
estar más cerca de Ella, metiéndose dentro de Su esencia y nunca dejarla.
Cuando volvió en sí lo suficiente para darse cuenta de que era una sirena, arriesgando
su vida para llevarlo a un lugar seguro, se sorprendió. Además, pensar en ello
ahora, lo enfurecía. En un mar repleto de criaturas más fuertes y más capaces,
habían permitido que una joven arriesgara su vida y su cordura por él.
Tenía
que mandarla lejos. Allí estaría en peligro. No podía permitir que sus
debilidades le causaran un daño mayor.
–
¿Mi lord? – Su voz era suave, su aliento
voló sobre su piel. Tenía sus dos brazos alrededor de ella, uno a través de sus
pechos, su antebrazo apretado contra su palpitante corazón, el otro
envolviéndole la cintura, apretándola contra él. Su única ala en buen estado se
extendió rodeándola y cubriéndola por delante, arropándola. Sus plumas les
acariciaron los dedos de los pies.
–
¿Sí, Anna?
Apretó
su sien contra su mandíbula, un gesto inesperado de consuelo. Después de una
pausa, ella habló con vacilación. – He visto a los de tu clase una o dos veces.
Al principio, pensé que estaba viendo como el viento movía las nubes bajo la
mirada de la luna, pero después aparecía una especie de brillo de luz verde
parecido al de las olas sobre la superficie de la arena al caminar sobre ella.
Ya sabes, ¿donde el peso de tu pie encendía las criaturas que crean la luz,
diciéndote que están ahí, que no son una ilusión?
Después
de que él asintiera, continuó. – Estaba flotando sola en la superficie cuando
ellos brillaban por el cielo. Luego descendieron un poco más. Dos o tres de
ellos.
Podía
sentir su sonrisa estirándose contra su mandíbula al recordar la belleza de
ello.
–
Cuando las gaviotas juegan en el cielo, hacen que parezca tan fácil, pero esto
eclipsa incluso eso. Bailaban, tres de ellos, girando y girando, como si fueran
capaces de viajar por el aire y, además, estar acompasados para poder hacer las
cosas más increíbles.
–
Windwalkers, - respondió Jonah. – Orientan las corrientes de aire. Alteran el
flujo de las mareas, envían las semillas al suelo, esparcen las cenizas de las
cosas que necesitan dispersarse. Son criaturas felices.
Al
parecer, algo en su voz la hizo volver a mirarlo. Bajo el escrutinio de esos
grandes ojos violetas con plata alrededor de los iris, Jonah sintió como si lo
hubiera vuelto del revés. Y la mirada no era suficiente.
–
Hay otros, – dijo con aspereza. – Mensajeros. Sanadores. Guardianes.
Vigilantes.
–
¿Qué tipo de ángel eres, mi lord? Si los ángeles tienen tantas ocupaciones,
¿cuál es la tuya?
Soy un ángel de la muerte.
Pero él no se lo dijo. Tenía miedo de que si lo hiciera, algo violento saldría
de él.
Él
traía la destrucción. La sangre y las cenizas de los vencidos era una parte de
lo que los Windwalkers dispersaban, antes de que tocaran la tierra.
Arremolinándose en la nada, como si los Oscuros que destruía nunca hubieran
existido. Mientras que los cuerpos de los ángeles que ellos mataban caían
pesadamente a la tierra y tenían que ser incinerados después de ello.
–
¿Cuál es tu propósito, mi lord? – repitió ella, con la cabeza ladeada y los
ojos curiosos.
Jonah
dejó de tocarla. – No soy un Windwalker, - dijo.
Se
alejó de ella, se puso de cuclillas, desnudo y pensativo, al borde del agua, su
ala sana se extendió automáticamente para equilibrarlo cuando la otra se quedó
medio plegada como protección. – Tú me has dicho algo de lo que sabes sobre las
sirenas. Déjame decirte algo que sé sobre las sirenas. – Su mirada se levantó e
inmovilizó la suya. – Una sirena no puede cambiar de forma a menos que sea una descendiente
de la casa real de Neptuno, de la línea de sangre de una hija en particular,
que fue maldecida por su amor por un humano mortal.
Anna
se quedó muy quieta, y la energía en la cueva se volvió cada vez más opresiva,
hasta que se le hizo difícil respirar. – Eso es cierto, - dijo al fin.
Él
asintió. – Es hora de que te vayas, pequeña. No puedo seguir poniendo en
peligro a uno de los hijos de Neptuno. En particular, no a una que estoy seguro
de que valora como a una joya de su tridente por su valentía.
Ella
parpadeó. – No lo entiendo.
¡Oh, por supuesto que lo hacía!,
se dijo a sí misma. Sólo fue magia para
curarlo, ridícula niña. Él es un ángel y acaba de terminar su relación contigo.
Jonah
se levantó, la sombra de su cuerpo hizo que sus miembros traidores se
estremecieran con el recuerdo de él encima de ella, rodeándola mientras lo
abrazaba. Una emoción fugaz, tan fugaz que lo llamaría ilusión sino fuera
porque ella había aprendido hacía mucho tiempo que no podía permitirse este
tipo de cinismo y seguir manteniendo la cordura.
–
Es demasiado peligroso para ti seguir aquí si los Oscuros todavía me buscan.
Has hecho mucho más de lo que alguien pudiera haberte pedido y, ciertamente,
más de lo que me merezco.
No
iba a hacer el ridículo. Anna miró hacia abajo para ver como sus fluidos
corrían por sus piernas, su cuerpo todavía estaba enrojecido e hinchado por sus
atenciones. Allí y en ese momento, casi se sentía abrumaba. Cerró los puños a
los lados de su cuerpo, tratando de mantener la calma.
–
Si no hay nada más que necesites, entonces, mi lord. – Se obligó a tragar, alzó
la vista y se encontró directamente con su mirada, si bien tuvo que afirmar una
barbilla temblorosa. Podía ver la comprensión en sus ojos, se lamentó. Si
estaba ocultando la compasión por su ingenuidad, podría morirse. – ¿Cuánto
tiempo te quedarás aquí antes de poder volver a salir a la superficie?
–
Un rato, – dijo vagamente. Luego se dio media vuelta y se inclinó para recoger
la falda de batalla que había dejado de lado en la pasión del momento. La
envolvió alrededor de sus caderas, asegurándola, aunque lo que la prenda
ocultaba solo hacía resaltar la sensual belleza de su cuerpo. En todo caso, lo
hacía más atractivo, ajustándose alrededor de sus caderas, el dobladillo le
llegaba a la parte superior de sus muslos desnudos y musculosos. ¿Eso era su
humedad sobre él? Por supuesto que lo era.
Anna
se centró en lo último que le había dicho, trató de concentrar en un sentido
crítico la maldad de su respuesta, lo que la estaba obligando a aceptar sus
propias preocupaciones.
–
¿Un rato, mi lord?
–
Aye. Voy a descansar aquí un poco, pequeña. Quizás más que eso. Es un lugar
tranquilo. Un buen lugar. – Su mirada se desvió hacia el lugar donde habían
yacido.
–
Ya con los buenos recuerdos.
Mientras
sentía una pequeña satisfacción, su mirada recorrió la húmeda caverna con suaves
olas de calor filtrándose por las fisuras. Parecía solitaria, estéril, con los
huesos de dragón y nada más para para acompañarla. Pero ella no era un ángel.
¿Qué sabía de ellos que no fuera lo que había aprendido en las últimas horas?
¿Qué
sabía de nada? Era poco más que una niña comparada con él, de todos modos. Salvo
durante los pocos momentos en los que había sido mucho más que una niña.
Para
satisfacer a sus necesidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario