Aquí os dejo un nuevo capítulo de esta historia entre un ángel y una sirena.
¡¡Espero que os guste!!
Cuatro
¿Cuándo había
dejado de sentirles? ¿Cuántos habrían muerto? Diego, Alexander… Ronin.
Ronin,
valiente tonto. ¿Cuándo empezó a preguntarse si la causa, no la consecuencia,
debería ser su objetivo? El objetivo de La
Dama. ¿Cuándo empezó a abrigar el veneno de la traición en su pecho,
encerrándolo detrás de una máscara de lealtad que ya no sentía, y atrayendo
sobre sí mismo la maldición de la absoluta soledad?
- Mi Señora,
¿Por qué Has abandonado mí corazón?
¿O he abandonado yo el Vuestro? ¿He
permanecido bañado en la sangre del mal tanto tiempo que ya no entiendo nada?
¿Estoy convirtiéndome en algo tan perdido y sucio como aquello contra lo que
peleo?
En sus
sueños, así como en su realidad, estaba enterrado en su propia mierda.
Centelleantes colmillos teñidos de saliva marrón, vacías cuencas rojas para los
ojos. El hedor de la muerte y la desesperación emanaba de ellos, pues su carne
estaba siempre podrida, colgando de las protuberancias de sus huesos
irregulares. Como espantapájaros hechos de los cadáveres de los ángeles. Era
una imagen que no podía borrar de su mente, especialmente después de que se
hubiera convertido en una de sus pesadillas. Los hombres que habían perdido
durante siglos, creciendo y convirtiéndose en algo contra lo que luchar, una y
otra vez.
Y después
estaban los rugidos. Le había costado mucho conseguir, después de tantos días
de meditación tras la batalla, que en su mente reinara otra vez el bendito
silencio. Saliva, vómito y sangre. No había forma de mantenerse limpio de
ellos.
Al menos
en esta última batalla, sus hombres habían alcanzado la libertad. Para el
momento en el que se dieron cuenta de que no estaba con ellos, todo había
acabado.
Fue a la
deriva. No estaba en las nubes. Estaba en la tierra. En las profundidades de la
tierra. Bajo el agua. Bajo un océano. Lejos, muy lejos de los cielos. Pero,
entre el dolor que estaba comenzando a regresarle en su punzante plenitud,
recordaba algo no tan desagradable. Esa vaga sensación de cercanía le otorgaba
una molesta voluntad de volver a la consciencia. Él habría preferido aceptar el
olvido.
Pero fue
un toque suave, la simple presión de un cuerpo femenino contra el suyo, sus
manos lo guiaban. Sus latidos eran rápidos, sus ojos, aunque preocupados, eran
decididos. Tan decididos. Nunca había visto tanta fuerza en un rostro tan
frágil. Alcanzaba las profundidades de su interior con esos grandes ojos
violetas, impulsándolo a sobrevivir, estaba dispuesta a hacer lo impensable
para ponerlo a salvo. Sacrificio. Bondad.
Como un
ángel, él estaba indefenso ante esto.
Parpadeando,
Jonah se encontró mirando las rocas multicolores del techo de una caverna. El
aire caliente le dijo que la había guiado hasta la profundidad suficiente, pero
no demasiado profundo. Tenía aún menos deseos que Los Oscuros de atraer la atención de Lucifer. La caverna formaba
parte de uno de los resquicios exteriores que se encontraban más lejos de su
dominio. Aunque Jonah no podía utilizar su propia energía curativa sin llamar
la atención de Luc, al menos estaba seco y cálido. Tendría que utilizar otra
fuente de energía. Algo que tuviera muy a mano.
Volvió la
mirada y allí estaba ella.
***
No quería
dejarlo hasta que despertara, para que no pensara que lo había abandonado. Lo
que era un pensamiento absurdo, teniendo en cuenta que incluso herido,
probablemente tendría más energía que todas las criaturas del océano juntas.
Pero, cuando después de un cuarto de hora aún no se había movido, Anna supo que
tendría que dejarlo a pesar de todo.
Estaba
tan concentrada en estos pensamientos que cuando él movió la cabeza, casi huyó
nadando de espaldas unos tres metros como un asustado guppy. Había estado
sentada en la cornisa de la repisa, con sus pies en el agua, mirándolo. Todavía
no había cambiado a la forma de sirena, ya que no sabía si necesitaría las
piernas.
Hasta que
él no movió la cabeza, no pudo decir si la estaba mirando. Sin el blanco de sus
ojos, era muy difícil detectar los cambios. De alguna manera, parecía un
tiburón enmascarando cada pensamiento y acción potencial. Pero la expresión
estaba allí, rica y variada, aunque todavía no la comprendiera.
Pensó en
levantarse, pero eso parecía irrespetuoso con él tendido de esa forma. Así que,
por el contrario, se dio la vuelta, sacó tímidamente sus piernas del agua y se
arrodilló. Inclinándose desde la cintura, tocó el suelo con la frente en señal
de respeto. Se sentía extraña, ya que nunca había ofrecido a nadie su lealtad.
Pero él era un ángel. Y por la expresión de mando en su rostro, incluso cuando
estaba en reposo, sospechaba que quizás fuera un ángel más importante que los
otros.
Sin lugar
a dudas, esas cosas horribles habían mostrado mucha determinación en
encontrarlo.
Se tensó
cuando lo oyó rozar el brazo contra la roca. Él extendió la mano, tocando un
mechón de pelo enrollado en el suelo
delante de sus rodillas. Ella permanecía quieta, aunque le hacía cosas
extrañas, sintiendo esos ligeros tironcitos cuando sus dedos frotaban midiendo
la textura de su cabello. Después giró la muñeca, empezando a envolverlo,
acortándolo, lo que la obligaba a acercarse. Extrañamente, casi la hizo
sonreír, porque parecía el truco de un niño.
Aunque se
movió hacia delante, cuando se atrevió a levantar la mirada, el humor de Anna
desapareció.
Él estaba
sufriendo. El sudor brillaba por su cuerpo y la mano que tenía enredada en su
pelo temblaba. Debería haber ido a buscar a Mina antes de que se despertara,
así tendría algo que poder ofrecerle…
–
Acércate, un poco más. Necesito tu ayuda, si me la ofreces libremente.
Bueno,
eso era algo que ella nunca esperó escuchar de los labios de un ángel. Inclinó
la cabeza, atreviéndose a hablar, con la esperanza de que sus palabras le
hubieran dado permiso o que la afirmación de que su lengua ardería hasta
convertirse en cenizas fuera un cuento de viejas. – Estoy a vuestro servicio,
mi lord.
Continuamente
había alguien que le decía que a los ángeles se les debía obedecer como si
fueran la misma Dama. Ella siempre había ido por el camino
equivocado en su vida, respetando pero resistiéndose a la autoridad de su
importantísimo abuelo, viviendo fuera de los límites de la cerrada comunidad de
las sirenas. Pero sabía que haría cualquier cosa que él le pidiera.
Definitivamente, debía haber algo mágico en él. Con todos los problemas que
solía causar, casi podía oír al Rey Neptuno preguntando sarcásticamente si él
podría controlarla.
El ángel
sacudió la cabeza, aun cuando continuó tirando de ella. – No te obligaré a
hacerlo en contra de tu voluntad, pequeña. Necesito energía para curar mis
alas, para reimplantármela, y es más energía de la que tengo.
– No soy
tan pequeña, – le aseguró ella. – Puedo ayudar.
Una
sonrisa tiró en su boca. ¡Oh, querida
Señora, lo que una sonrisa hacía en su rostro!, incluso aunque no pareciera
alcanzar esos ojos oscuros. Agarró su mano, atrayendo su atención hacia
abajo. Cuando él colocó su palma contra la de ella, enderezó sus dedos y le
mostró la amplitud de su mano, las longitudes de sus dedos, haciendo parecer
pequeña la de ella.
– Tu corazón demuestra poseer un gran
valor, pero tu cuerpo es bastante pequeño. Otra de las contradicciones de la Dama. ¿Cuál es tu nombre?
– Anna. –
Intentó no mirar el modo en que se tocaban sus manos, así palma con palma. – Mi
nombre es Anna. Mi lord.
– Jonah, –
respondió. Cuando se tensó, apretando los labios, ella curvó sus dedos en los
de él, sosteniéndole la mano durante el temblor.
– Por
favor, dime cómo puedo ayudarte. No puedo soportar verte sufriendo así.
Él
inclinó la cabeza, y ella sintió que sus palabras le habían sorprendido.
–
¿Perteneces a alguien?
La
pregunta la hería, aunque no tanto como la respuesta. – No, – dijo.
–
Entonces tal vez puedas ayudarme. Es simple, magia antigua, pequeña. ¿Te gustó
cuando te besé?
Uno de
los guardias de Neptuno había tomado su mano una vez, una formalidad para
guiarla a alguna función oficial. Ocurrió hace varios años, antes de que ella
abandonara el palacio para siempre. Ese contacto, uno de los pocos que ella
tuvo en su vida, había perdurado en su joven mente, tan poderosamente que incluso
mostró un corto enamoramiento por el guardia, escapándose para ir a verlo. De
eso hacía casi ocho años, y todavía lo recordaba, ese roce de carne contra
carne.
Sí. ¡Oh, cielos, sí! Un rubor
rosado apareció en sus mejillas cuando se dio cuenta de que él podría ser capaz
de leer sus pensamientos, puesto que había hablado con ella dentro de su mente
con mucha facilidad. – Tenía la pequeña esperanza de que se hubiera olvidado de
eso, mi lord. Espero no haberlo ofendido.
– Creo
que yo debería ser el que se disculpara, después de todo fui yo quién te besó.
– Esa sonrisa luminosa de nuevo, pero sus ojos estaban concentrados en su
rostro. – La energía femenina es muy poderosa, especialmente cuando tienen que
defender aquello que aman, o cuando están excitadas. Estas dispuesta a
defenderme; fue más que obvio cuando decidiste no escuchar mi consejo y
abandonarme. No puedo desplegar mucha magia aquí sin atraer atención indeseada,
a menos que utilice una de las magias más elementales de la tierra. La Unión
Mágica.
– La
Unión… Oh. – Bajó la mirada rápidamente para disimular como bruscamente había
ampliado los ojos. Sus manos entrelazadas parecían tener de repente demasiado
parecido con algún tipo de simbolismo, sus dedos largos dentro de sus tiernos
pliegues. – Yo… Si eso ayudará, por supuesto, mi lord. – Se mordió la lengua, obligándose a no
balbucear.
Cambió su
agarre para poder sujetarla de los hombros, tirando de ella hacia abajo
acercándola a él. Sus manos eran seguras, sosteniéndola fácilmente cuando la
atrajo lo suficientemente cerca de su boca como para hacerla sentirse mareada. Haciendo
que sus pechos dolieran, tan inflamados por su reacción que su piel se sentía
estirada, sensible. Lo quería tocar por todas partes. Pero estaba nerviosa, y
no pudo remediar el movimiento instintivo de echarse hacia atrás. Él la dejó
retirarse, deslizando su agarre hasta sus manos, y ella tragó nerviosa.
– Por
favor, perdóneme, mi lord, – tartamudeó apresuradamente. Él estaba sufriendo.
¿Qué demonios le había pasado? Su cuerpo era una cosa fácil de otorgar, algo
que no significaba nada para nadie salvo para ella. – Puedo hacerlo. No me
estoy negando…
– Sshh… –
Sacudió la cabeza, apretándole las manos. Después, le soltó una para poder
levantarla hacia su rostro. Algo alteró su expresión cuando acarició suavemente
su mejilla, sus dedos buscando debajo de su cabello. Su pulgar rozando su
mejilla. Toda ella se sentía acalorada bajo su toque, deshaciéndose. Sus labios
se separaron a su pesar, haciéndola preguntarse por qué su cuerpo estaba
reaccionando descontroladamente ante ese increíble toque.
– Vamos a
dejar las cosas claras, pequeña. Anna. No te estoy ordenando que hagas nada de
esto. No deseo que me temas. Otros me temen. Muchos. Y deberían. – Un destello peligroso apareció en sus ojos,
en ese momento, pero desapareció antes de que pudiera retirarse, asustada. A
continuación, una expresión nostálgica apareció en su rostro. – Sin embargo,
creo que si este mundo estuviera poblado por más criaturas como tú, me encontraría
con mucho tiempo libre.
Anna puso
su mano provisionalmente encima de la de él, sintiendo los delicados canales
entre sus dedos, un descubrimiento íntimo, una vulnerabilidad en medio de un
poder tan obvio. La confianza, era un ser extraño. O quizás fuera ella la única
extraña. – Me dijeron que si hablabas a
un ángel antes de que él te diera permiso, se te desintegraría la lengua.
Levantó
una ceja. – Probablemente, un rumor difundido por uno de mis hermanos el cual
no quería alentar un excesivo parloteo.
El breve,
humor mordaz la sorprendió, de tal manera que se rio tontamente antes de poder
detenerse. Deliberadamente, se puso la mano sobre la boca, pero como sus manos
estaban entrelazadas, se las arregló para colocar la palma de él sobre sus
labios.
Un
músculo se tensó en su mandíbula, si era por dolor o por otra cosa, no lo
sabía.
– Pruébame,
sirenita, – dijo tranquilamente. – Descubre si soy algo con lo que puedas crear
magia.
Separó
los labios y tocó su piel con la punta de la lengua. Sabía a calor, si el calor
supiera a algo. Esa calidez sensual, como la que había sentido de su ala,
recorriendo su cuerpo entero con sólo ese minúsculo contacto. Llegaba a cada
esquina, cada órgano y arteria, empujándola rápidamente a la sensación de estar
húmeda en su forma humana de una manera que la fuente de calor invisible de la
caverna no podía disipar por completo.
Desde que
su atención parecía estar completamente centrada en ella, supo que debería
sentirse terriblemente cohibida. Aquí estaba este poderoso ser, probablemente
muy antiguo comparado con ella, esperando pacientemente a que decidiera si
valía la pena sacrificar algo tan insignificante como su inocencia para
conseguir curarlo. Él está sufriendo,
se recordó. Eso era todo lo que importaba. Podía ayudar.
Presionó
la cara en la palma de la mano de él, dejando que sus dedos rozaran sus cejas,
su nariz y después, sus labios. Reconociendo su consentimiento, él empezó a acercarla
con cuidado.
– ¿Sabes
algo sobre la canalización, Anna?
Asintió.
– He sido instruida en las formas de trabajar la magia. – Tuvo que aprender
debido a su inusual capacidad de cambiar de forma, y luego, también, estaban
las enseñanzas de Mina. Anna le había dado la lata con ello, y después asimiló tanto
como pudo de lo que la bruja del mar le había ofrecido.
– Cuando nos Unamos, dirigiré la energía hacia
mi ala y las otras heridas internas que he sufrido. Puede que te sientas
mareada cuando lo haga. No te preocupes si te duermes durante un rato.
Hablaba
tranquilamente, suavemente, como si
estuviera explicando la mecánica de cómo nadar, o volar. A ella le resultaba
inquietante, porque lo que estaba revoloteando en la boca su estómago no la
hacía sentirse para nada como un estudiante. De hecho, su orgullo femenino estaba
alterado, una inesperada reacción que la incomodaba.
¿Soy simplemente una herramienta?
No dijo
las palabras, porque eran una pregunta presuntuosa. Estaba necesitado,
atormentado, y esto le ayudaría a recuperar sus fuerzas.
Pero se
sentía un poco dolida. Probablemente porque, mientras estaba inconsciente, se
había permitido tener esa ridícula fantasía, la fantasía en-un-instante-gozó,
de que era suyo. Su único. Tuvo la tonta impresión de que ella era especial. En
realidad, era mucho más lista que eso.
– ¿Qué
necesitas que haga? – preguntó tranquilamente.
Él
parpadeó, sus ojos oscuros de alguna manera se suavizaron y, a la vez,
alcanzaron más intensidad, reflejando el fuego que la arrastraba cerca de las
llamas, lo sintió extenderse sobre su cuerpo de la misma forma en que se
propagaba por su interior.
– Sólo
siente, Anna, – murmuró. – Sólo siente, y haz cualquier cosa que desees para
provocarte placer. Deshazte de esas prendas de vestir que llevas.
De un
naufragio había recuperado un sedoso pañuelo morado casi transparente bordado
con hilos de plata, al que había añadido sus propias decoraciones de pequeñas
conchas, y mantenía la prenda atada sobre sus pechos, anudada en el medio y con
los extremos atados en su cuello. Mientras las sirenas, generalmente, no tenían
ningún problema con la modestia, la mayoría encontraba más cómodo sujetar sus
pechos cuando nadaban. Debido a la capacidad de cambiar de forma de Anna,
prefería tener algo accesible para su parte inferior del cuerpo. Por lo tanto,
también llevaba un pañuelo similar alrededor de la parte superior de sus
caderas. Cuando estaba en su forma humana, apenas le cubría la parte superior
de los muslos y se le ajustaba debajo del culo, pero le proporcionaba la
decencia necesaria para moverse en tierra, donde podría conseguir prendas más
apropiadas que la vistieran como un humano.
Ahora
alcanzó e intentaba deshacer el nudo del pañuelo en el cuello. El nudo, por
supuesto, se había encogido con la humedad, y debido a su nerviosismo, titubeaba
al hacerlo. Cuando abrió la boca para decir algo torpe e incomprensible, él
coló sus manos alrededor de su cuello, su mirada la mantenía inmóvil. Dejó caer
sus manos, apretando los labios, conteniendo la respiración mientras él
eficientemente lo desataba, tirando hacia adelante los extremos y descubriendo
su torso para poder mirarla a su gusto.
Sus
pechos no eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, tenían un tamaño
agradable que parecía atraer los ojos de los demás atlantes, antes de que
desviaran la mirada rápidamente.
Un buen
par de tetas no era suficiente para pasar por alto sus otros inconvenientes.
Pero sus ojos no se desviaron. Él los estudiaba de cerca, tanto que sintió
aumentar el calor que emanaba de él. Naturalmente, en ese momento no sabía si
el calor provenía de él o de ella.
Dejando
que los extremos de la bufanda rozaran sus muslos, él deshizo el nudo que
sujetaba la pieza inferior, tirando esa
pieza completamente lejos dejándola desnuda,
excepto por la parte superior que se mantenía sujeta debajo de sus
pechos.
Nunca
había tenido ningún pelo en la parte inferior de su cuerpo como las mujeres
humanas, por lo que los pétalos carnosos de su sexo estaban ahí, desprotegidos.
Los sentía un poco hinchados, y cambió un poco de posición. Como una sirena, su
sexo estaba completamente oculto debajo de la superposición de escamas, por lo
que pensó que probablemente se sentía más desnuda ahora que como normalmente se
sentiría una mujer humana.
Sus manos
que estaban cerradas sobre sus hombros, la trajeron de vuelta cuando
descendieron hasta situarse sobre su pecho, sus pechos haciendo contacto con la
piel lisa y firme. Contuvo el aliento ante la sensación, y algo despertó en los
ojos de él.
– Eres
pura bondad. Eso es raro, Anna. ¿Sabes?
Esto era
raro. Una vez en la vida. Así que en lugar de responder, cerró los ojos,
experimentando la manera como la tocaban sus manos de esa forma, tan poderosa
y, a la vez, tan gentil. Hacía que sus pechos se sintieran completos, los
pezones endurecidos y tensos, el contacto entre ellos y los duros músculos de
su pecho distrajeron sus sentidos. Un remolino de caballitos de mar aleteaba en
su vientre, una locura galopante.
Cuando
sus labios se desplazaron por su frente, abrió los ojos para ver la curva de su
garganta justo debajo de su propia boca. La energía ya parecía estar tejiéndose
alrededor de ellos desde el primer contacto, y ella se estremeció cuando su ala
buena se curvó rodeándola, rozando sus hombros, estableciéndose sobre sus
caderas, tranquilizándola con cada caricia. Lentamente, ella giró la cabeza,
rozándola con su pelo.
Descubriéndola
poco a poco. Recordó vivamente ese toque de su boca sobre la de ella cuando
estuvieron juntos en la fría oscuridad. Quería otro como ese. Uno que disipara
todo temor o momento de vacío desconsolado que siempre había experimentado
Impulsivamente,
inclinó su cabeza para encontrarse con su boca. Él no la había quemado hasta
convertirla en cenizas por su atrevimiento aún, por lo que estaba dispuesta a
asumir el riesgo. Él permaneció tranquilalo bajo la presión de sus labios. Sin
responderle, sólo completamente tranquilo, permitiéndole probarlo, como le
había dicho.
Su boca
era tan firme, y el hecho de que se contuviera aún ahora estaba excitándola en
sí mismo, sentirlo contenerse con un cierto nivel de esfuerzo, sus dedos
curvándose en su pierna cuando ella lo mordisqueó tímidamente, presionando.
Probando. Arrastrando sus labios por ellos como una de sus plumas lo hacía sobre
su mejilla, al lado de su nariz.
Instintivamente,
colocó la mano sobre el borde de su herida, justo detrás de su hombro. Cuando
él se estremeció, la reacción pasó a través de ella, tensando su cuerpo,
disparándose por su cuerpo. La necesitaba. Sólo ella podía hacerlo.
Algo
diferente y más agresivo despertó dentro de ella. La luz, la vacilante forma en
la que lo estaba tocando parecía insuficiente ante el sentimiento comprimido en
su pecho. La mano cortés de un guardia que no conocía, era todo lo que había
tenido. Ella nunca había sentido esta proximidad hacia nadie en su vida, y se
encontró sobre el filo de una navaja al no querer apresurarse para no perderse
un solo segundo y, al mismo tiempo, deseaba sujetarse a algo con ambas manos y
desgarrarlo apartándolo para llegar a su centro. Todo lo que Jonah estaba
ofreciendo parecía tener el peso y el resplandor de un tesoro. Y ella quería
responderle en especias, con la violenta necesidad que ahora surgía en ella.
Debía
darse prisa. Él estaba sufriendo. Pero esta podría ser la única vez que
consiguiera sentir algo como esto. – Lo siento. No puedo ir más deprisa.
– Tómate
tu tiempo, pequeña. – susurró. – Mi dolor se alivia al mirarte descubrir tu
placer. Intentando descubrir qué harás a continuación.
– ¿Me
puedes leer la mente?
– Sólo
cuando me hablas directamente. Me gusta cuando lo haces. – Su boca firme,
creaba una línea severa desde la mejilla a la mandíbula que hacía que esos
caballitos de mar en su vientre dieran saltos mortales. – Estoy seguro de que
aumentaremos la velocidad cuando el momento lo exija.
Esto era
un sueño; ella lo sabía. Así que antes de que se despertara, iba asegurarse de
que conseguía el mejor recuerdo que siempre llevaría en su pensamiento durante
sus horas de vigilia. Tal vez incluso en la eternidad, si la Dama era amable y permitía que se
llevara sus recuerdos favoritos al más allá.
Anna
sabía que ella no tendría ningún problema en seguir haciendo esto para siempre.
Cuando se presionó contra sus labios otra vez, algo más asumió el poder. Él.
Aparentemente había decidido que la velocidad no era la única cosa que podría
controlar.
Sus
labios se movían sobre los de ella, calientes, abriéndose y persuadiéndola a
hacer lo mismo. Cuando la parte inferior de su cuerpo se apretó como las
espirales de una anguila, sintió un líquido caliente entre sus muslos mientras
su lengua penetraba en su boca. La sensación de querer aplastarse contra el.
Necesitaba sentir las duras líneas de su cuerpo presionando contra la suavidad
del suyo. Sí, eso era lo que ansiaba, que la tocara de una manera que fuera
cualquier cosa menos suave. Una de sus piernas había estado moviéndose sobre él
hasta que se movió, inclinándose sobre su cuerpo. Se agarró a sus hombros en
busca de apoyo, jadeando cuando su muslo
presionó entre sus piernas, contra su humedad, flexionando así sus caderas
respondiendo como si fuera por instinto, frotándola contra él. Cuando su mano
pasó por debajo de la curva del ala que apretaba su cuerpo, ella gimió en su boca
mientras su gran palma moldeaba su nalga, apretándola, poseyéndola. Dando a la
fricción una mejoría aún más deliciosa.
– Santa
Madre, – inspiró. Sus dedos apretaron sus músculos. Estaba tan caliente ahora
mismo. Ella vio la corriente que formaban desprendiéndose de sus pieles,
iluminando la sala aún más. Cuando empujo con impaciencia contra él, sus labios se curvaron en una sonrisa
masculina que no atenuaron las llamas en sus ojos. Las llamas le dieron un
aumento repentino a su placentera ansiedad incluso mientras la sonrisa la
equilibraba, haciéndolo familiar, un ser como ella. Aunque él era muchísimo
más.
Creía que
él era una fantasía, pero ahora sabía que había sido un error, porque él no
estaba ni siquiera dentro del alcance de sus expectativas más salvajes.
Parte de
ella sabía que debería estar agarrándose a la poca razón que le quedaba, algo
que podría mantenerla anclada en la realidad en medio de todo esto. Estaban
haciendo esto para curarlo, después de todo, no porque él estuviera locamente
enamorado de ella. Pero esa parte de ella que siempre había tenido ganas de
salir corriendo y tocar, conectando realmente con otro, sintiendo sin palabras o
incluso tener el claro conocimiento de que el otro la conocía, podía desearla y amarla, estaba imaginando tanto… tantas
posibilidades y los “y si” que nunca podrían ser. Sueños que la incitaban a
elevarse tanto emocionalmente como su cuerpo progresaba físicamente.
No
importaba. Su alma resistiría todas las restricciones y advertencias de todos
modos.
Cuando él
se deshizo de la falda de batalla, su gran eje la acarició entre sus piernas,
contra la hendidura de sus nalgas. Su mandíbula se mantenía en tensión, como si
de alguna manera estuviera intentando contenerse, mientras ella presionaba
hacia delante. Ella nunca había hecho
esto antes, pero era una criatura de agua, aire y tierra. Incluso de fuego, por
el momento. Esos elementos sabían donde debían llevarla. El poder del instinto
anulaba el miedo.
– Tócame,
– exigió él. – Déjame sentir tus pequeñas manos.
Su larga
forma estaba desnuda, poderosa. Intimidante. Sin embargo, ella quería mirarlo.
Su sexo estaba levantado de forma que podía proyectarse hacia adelante hacia su
vientre, ella no podía ayudarlo pero se acercó a la amplitud y la longitud de
él, porque sabía lo suficiente para saber donde iba a ir esa bestia. Aun así,
ella curvó su mano a su alrededor, preguntándose, queriendo sentir. Era de
acero y, como todo en él, puro calor. Sus ojos se cerraron, un estremecimiento
recorrió su cuerpo que se sacudió contra el de ella. Estaba reaccionando a su
toque, compartiendo el placer que le proporcionaba. Cuando intensificó su
agarre, fue sorprendida por el empuje reflexivo de él a través de sus dedos y
un líquido apareció en su punta. Ella pasó el pulgar rozándolo, probando la
sensación, llevando luego su dedo hasta sus labios para degustarlo. Salado.
Como el mar, pero también de la tierra. ¿Cómo sería poner mi boca allí, le
gustaría…?
– Por la Dama, ven aquí. – Se levantó hasta una
posición sentada, atrapando su cintura con ambas manos, a pesar del dolor que
estaba segura que sentía cuando vio el endurecimiento de su boca y el
estremecimiento que le recorrió los músculos.
– Mi
lord…
– Tu
inocencia va a incinerarme, pequeña lasciva. – dijo, anulando sus preocupaciones
con su urgencia. – Pon los brazos alrededor de mis hombros. No tengas miedo de
lastimarme.
De todas
formas, conservó un cuidadoso abrazo cerca
del área gravemente herida, pero bajó su rostro a su cuello cuando él cerró sus
brazos alrededor de su cintura y espalda, y acercándola.
La gran
cabeza de su miembro entró en su sexo, pasando los resbaladizos pliegues de
carne, introduciéndose lentamente. La inexorable elegancia de una cabeza de
dragón penetrando en una cueva caliente y húmeda donde lo esperaba su doncella.
Pero ella no temblaba de miedo. Él la abrazó más estrechamente y, Gran Dama, era tan grande. Ella era como
una niña, qué fácilmente la dominaba, la amplitud de sus hombros bajo sus
dedos, y aun así se sentía como cualquier cosa menos una niña. Se sentía
agitada, acalorada, inquieta. Mordió la firme piel de su hombro cuando él frotó
su cuerpo contra su excitación, para ella fue imposibles soportar esa sensación
sin una respuesta violenta. Él gruño, colocando sus manos sobre sus caderas y
dirigiéndolas hacia abajo. Aunque estaba húmeda y resbaladiza, también estaba
apretada e intacta, por lo que el fuerte dolor fue inevitable cuando él la hizo
descender con un movimiento largo y seguro.
Ella
gritó, interrumpiendo su gemido de placer, y lo sentía por ello, pero, por Neptuno, dolía. Contuvo las lágrimas,
agarrándose a él, tratando de no mirarlo. Sus manos se deslizaron por su
espalda, acariciándola suavemente pero se volvieron firmes cuando intentó apartarla
un poco. Ella lo abrazó más fuerte, no queriendo que él viera sus lágrimas. No
quería hacer nada que pudiera detenerle. A pesar de lo mucho que dolía, era
tocada y abrazada de una manera, que una parte de su cuerpo… temía no volver a
experimentar algo como esto nunca más.
– No
pares. Por favor.
Él
arrastró su palma por su espalda, dándose por vencido ante ella. Mientras
enredaba los dedos de una mano en su pelo, dejó caer la otra mano hasta la
elevación de sus nalgas, aplicando una leve presión que la mantenía en su
lugar. Sus músculos internos se estremecieron, no estaba segura de cómo moverse
o ajustarse. Su jadeo se convirtió en algo errático, aunque su voz era
tranquila, profunda, resonando en su oído. Había alguna clase de potente
emoción en su voz que ella no podía comprender, pero no sentía que estuviera
insatisfecho.
– Sabía
que eras inexperta, pero no esperaba…
Eras virgen.
Más de lo
que él suponía. Intocable. Ella asintió, frotando su mejilla contra su
mandíbula y su cascada de cabello de seda. Cuando su cabello se secaba al sol,
se resecaba como las algas, a menos que se aplicara aceites, eliminando la sal.
El de él, ahora estaba seco, pero tan ligero como si estuvieran bajo el agua.
No podía dejar de olerlo, una fragancia de cosas agradables que ella no
reconoció. Suponía que debían ser como el cielo o las nubes a una altura que
ella nunca conocería. Quizás incluso se había acercado al sol, agarrando los
rayos con sus manos. ¿Cómo de cerca podría llegar sin quemarse? El electrizante
calor de su cuerpo la estaba transformando en fuego.
Cuando él
alzó la cabeza y acunó la suya en su mano durante un momento, colocándolos a la
misma altura, fue como si se introdujera en él. Anna estaba segura de que podía
sentir no sólo lo que él era, sino quién era. Y en ese momento, el abrumado
corazón se sobrecogió. Él era como ella… necesitaba, amar. Podía sentir el
latido de su corazón, la fiebre de su sangre, su deseo y su determinación
mezclándose.
No eran tan
diferentes después de todo.
– Deberías
habérmelo dicho, pequeña.
– Lo
dije… que no pertenecía a nadie.
– Es
verdad, lo hiciste. – Había una tranquila y sensual diversión en su voz, pero algo
más, también, algo que hizo sus entrañas temblar aún más. – Supongo que eso
significa que ahora me perteneces. Al menos por el momento.
Podría este momento no terminar jamás.
Ella
cerró los ojos, sabiendo que no debería decir tal cosa, pero no podía dejar de
pensarlo. Se preguntó si él lo entendería como una súplica directa hacia él.
Sin embargo, él simplemente giró el rostro, ahuecando la parte posterior de su
cabeza tranquilamente.
Como ella
no abría los ojos, él le besó suavemente sobre ambos parpados.
– Te he
hecho daño.
– No, mi
lord.
– No me
mientas, - dijo suavemente, aunque había una orden subyacente que volvía a
sugerir su alto rango, del tipo que se usaba para emitir ordenes. – Lo haré
mejor para ti. ¿Confías en mí?
Enderezándose,
la alejó de él, su mirada descendió desde su cara y garganta a sus pechos
desnudos, los picos rosados estaban demasiado tensos para ignorarlos. – No te
muevas, pequeña. Sé que deseas hacerlo, pero no lo hagas. Mantente muy, muy
quieta.
– Yo… no
se si podré, mi lord. Esta posición me hace sentir...
Esa
mirada en sus ojos otra vez, le decía que sus palabras lo complacían de alguna
manera. Él asintió, tomó los bordes de su pañuelo y los cruzó sobre su abdomen.
– Pon las
manos detrás de la espalda, cruzando las muñecas.
Ella
tragó saliva, otra manada de caballitos de mar en estampida, haciendo que algo
se apretara fuerte e intenso entre sus piernas. Cuando obedeció, él estiró los
extremos del pañuelo hasta su espalda, atando sus muñecas de manera que
estuvieran sujetas allí, el entrecruzado de la prenda por encima de sus pechos
alzándolos ante él, mientras ella se sentaba sobre su vientre.
Él se
inclinó hacia delante, manteniéndola segura para que no pudiera balancearse y
caer.
Ni
siquiera podía mover las caderas, que, a pesar del dolor, tenían unas
inesperadas ganas de hacerlo. Especialmente cuando curvó su espalda,
extendiendo la única ala que poseía para equilibrarse y así poder alcanzar sus
pechos con la cara. Flexionando su agarre, él arqueó su espalda. Y a la vez,
puso su boca sobre el pezón derecho.
Las
sensaciones explotaron atravesándola. Instantáneamente, intentó liberarse de
las ataduras, haciéndolo todo aún más intenso. ¿Qué era este placer, este
líquido placer, que corría por todo su interior desde ese único lugar? Desde la
humedad de su boca en su piel, la firme succión, tensando fuertemente las
cosas, haciéndola querer moverse. Oh, tenía que moverse, era insoportable no ha…
pero él había dicho…
Él
continuaba haciéndolo, rozándola con la lengua, chupándola, tensando sus
profundidades, lamiéndola suavemente
para luego morderla otra vez, haciéndola gritar. Cuando se desplazó para
hacérselo en el otro, ella gimió, un sonido ahogado.
– No te
muevas, pequeña, - le recordó severamente, pero ella aun así quería
desobedecerlo. El dolor entre sus piernas estaba disolviéndose en pura lava
caliente, y notó que él se hacía más grande en su interior, si eso era posible.
La humedad estaba derramándose sobre sus muslos.
–
Aumentará en tu interior como la más feroz de las tormentas, - murmuró contra
ella. – El poder de tu deseo levantándose sobre todo lo demás, hasta que yo sea
sólo un instrumento en el vendaval que has creado, dulce pequeña.
Se
introdujo un poco, volviendo a agarrar sus glúteos. Sus dedos se apretaron, su
longitud provocando todo lo posible a la hendidura, lo que le causo un
estremecimiento. Ella nunca imaginó lo sensible que eran los nervios de ahí. El
dolor palpitante se hizo más leve mientras él la chupaba como un bebe, una
curiosa imagen para un sentimiento tan erótico, pero fue como si las dos
imágenes tuvieran un poder especial. – Alimentando al hombre, alimentando al
niño... – Murmuró en la profundidad de su garganta. Quería moverse al ritmo de
sus manos, porque el dolor se había convertido en algo más que dolor. Estaba
haciéndole cosas maravillosas a su pezón, a todo su cuerpo. Cuando, al fin,
empezó a moverla sobre él, gimió en agradecimiento.
Pero
todavía era insoportable, un lento ascenso y caída, aumentando, aumentando,
atrayendo un explosivo calor cada vez más cerca. La levantó y, a continuación,
la tumbó sobre su espalda otra vez, dejando que sintiera el movimiento de él
contra ella, dentro y fuera. Estaba tan húmeda en su interior que ahora el paso
era fácil, incluso a medida que se extendía la apertura virgen, podía sentir
como lo hacía. Y ah, Gran Dama, la
forma en la que la tenía atada tan solo le permitía mirar qué estaba
haciéndole, ver el balanceo y el temblor de su cuerpo y la forma como sus ojos
la observaban en cada movimiento…
Las
espirales de energía se aproximaban, recordándole que todo esto tenía otro
propósito. Intentó concentrarse.
– Voy a
encargarme de ello, Anna. – Su voz era un gruñido ronco contra su carne. – Sólo
déjalo crecer. Voy a canalizarlo.
¡Gracias
a la Diosa! Ella era incapaz de
pensar.
Las
plumas de su ala buena se agitaban como si una ráfaga de fuego las hiciera parpadear en el rabillo de sus ojos.
Susurrando sobre la cornisa, el agua se levantó inquieta. Una energía oscilante
crepitó en el aire como olas de calor a su alrededor.
Se
volvieron, arremolinándose, acercándose el uno al otro.
Sus
bíceps estaban flexionados, potentes y seguros. Esa maravillosa y fuerte cabeza
la acariciaba en su interior, hasta el punto de hacerla jadear al ritmo de sus
movimientos, avivando en su garganta una súplica. Se introducía profundamente,
lenta, arrastrándose a continuación hacia afuera atormentándola y de nuevo
volvía a entrar. La visualización del movimiento en su mente era tan erótica y
conmovedora como lo era en la realidad. Luego estaba el estímulo de sus manos
en sus nalgas, la forma en que presionaba esos globos de carne contra los
músculos duros de sus muslos mientras la empujaba hacia abajo, era ahora más
fuerte. Haciendo que la carne de sus pechos se bambolease con más libertad, lo
que parecía excitarlo aún más.
Levantó
una mano enredándola otra vez en su pelo, sosteniéndola, controlando sus
movimientos cuando empezó a empujar con una fuerza constante. Pero aún estaba
conteniéndose. Ella lo sabía porque su cuerpo temblaba, cada musculo tenso. Su
dolor era parte de su placer mutuo.
– No… se
contenga, mi lord, – consiguió decir sobre los gemidos. – Estaré… está bien.
– No
hasta que tú... – No terminó la frase, en cambió reanudó el asalto a su pecho
con la boca, dando golpecitos con la lengua a su pezón, los labios firmes
humedeciendo su piel. Ella se agarró tan fuerte de sus muñecas que se clavó los
dedos.
– ¿Que…?
– Déjate
llevar, pequeña. – gruñó. – Suéltalo. Confía en mí.
Sabía a
lo que se refería, aunque no conociera qué era lo que estaba surgiendo entre
sus piernas, recorriendo su cuerpo, capturándola en un frenesí de sensaciones
que le arrebató todo su control. Su cabeza cayó sobre su hombro, presionando
con fuerza contra el hueso. La rodeó con sus brazos, sosteniéndola en un punto
fijo en el universo mientras todo lo demás giraba cada vez más rápido y se
hacía añicos. Dejo que su poder la cubriera. Las imágenes mentales de ellos
haciendo esto la impulsaban tan fuerte como su cuerpo. Carreras de fuego, el
agua surgiendo…
El mar se
precipitó hacia el saliente de roca, chocó contra ella como soleados besos de
espuma arrastrados por el viento. La energía levantó una gran cresta a su
alrededor, la corriente comenzó a cantar. Cuando él levantó la cabeza
brevemente, su pelo flotó sobre sus labios. Ella lo besó con desespero,
sintiendo la textura de los cabellos y sus labios al mismo tiempo. Su carne era
lo único que la anclaba a la tierra cuando este sentimiento en espiral tensó
todos sus músculos, descargó su tensión en sus poderosos brazos y desencadenó
una serie de espasmos por todo su cuerpo, comenzando en el punto en el que
estaban unidos.
La Unión
Mágica.
Ella
gritó. Cuando él tiró de ella liberándola, alzó los brazos para sujetarse de
sus hombros. Sus caderas golpearon hacia abajo, exigiendo más. Por primera vez,
era libre, tan sumamente libre, y sin embargo, todavía le otorgaba todo el
control a él. Tenía un perfecto sentido en este prefecto momento.
Su grito
fue tan salvaje como el de la primera criatura que hubiera pisado la tierra,
con la cabeza inclinada hacia atrás y los dedos arañando su piel. Ella montó en
la ola de pasión como si pudiera ver el mundo entero desde esa cresta, y la vista
era suficiente para destruirla. Iba a explotar en mil pedazos, transformándose
en parte de las estrellas o gotas del océano, y no le importaba, ya que esa era
la respuesta al dolor de la soledad. Esa era la respuesta a todo.
Él gruñó,
de un modo primigenio, en respuesta a su feroz necesidad. Entrando en ella como
un ariete, la llenó por completo, fuerte, duro, abrazándola. A Anna no le
importó el dolor, le dio la bienvenida, quería sangrar por él y sólo por él.
Dramático, romántico, tonterías que sin embargo quería decir con todo su ser.
Él le
había dado esto, la mayor felicidad que había conocido en su corta vida. No
importaba que también pudiera darle la posibilidad de controlar el peor momento
de su vida. El control ya no importaba.
Las
reacciones elementales se congregaron, arremolinándose a su alrededor. Sus ojos
brillaban con destellos verdes, azules y blancas llamas. También logró
distinguir un poco de rojo en ellos. A medida que la acercaba cada vez más a su
climax, ella era vagamente consciente de que el ala rota se elevaba,
adaptándose a su espalda, la energía que habían levantado circulaba en pequeñas
espirales por esa área.
Toda esta
energía rugía por sus venas, otorgándole deseos de volar.
Como
sentía que él todavía estaba, de alguna manera, amortiguando todo el impacto,
protegiéndola, luchó contra su propio deseo. – Lo necesitas…. Todo, mi lord. No
se contenga. Déjame… ayudarte a sanar.
En ese
momento, el poder cayó sobre ella. La luz azul de su sangre coagulada se
convirtió en llamas que surgían de la herida, cegándola. Cuando gritó, ella oyó
la agonía mezclada con la respuesta gutural de su propia liberación. Se aferró
a él, trabajando con sus caderas sobre él, emulando los movimientos que le
había enseñado, acariciándolo, intentando eliminar su dolor, sintiendo como la
energía corría a través de ambos.
Bramó y
rugió, echando por la borda todas sus creencias preconcebidas de como sería su
primera vez con un hombre. Era muchísimo mejor, tanto que no había sitio para
una sola semilla de duda que estropeara el momento.
El
recuerdo de ese momento iba más allá del hecho de ofrecerse a un hombre. Eso
era magia. Para él. Para curarlo.
Sólo
magia.
y los capitulos 1, 2 y 3??????????????
ResponderEliminares que yo hoy recien acabo de enterarme de que estas traducciendo esta saga que llevo esperando encontrar desde hace años en español
Hola!!!
ResponderEliminarEn el blog están todos los capítulos hasta el 10, creo. Ya casi tengo traducido todo el libro y lo colgaré en cuanto le pegue un último repaso.
Puedo seguir colgando capítulos hasta que lo tenga completo si te interesa.
Un beso!!!