22 julio 2012

Capítulo Cuatro de "Un Beso de Sirena" (A Mermaid's Kiss) - Joey W. Hill.

¡¡Hola chicas y chicos!!

Aquí os dejo un nuevo capítulo de esta historia entre un ángel y una sirena.

¡¡Espero que os guste!!














Cuatro
¿Cuándo había dejado de sentirles? ¿Cuántos habrían muerto? Diego, Alexander… Ronin.
Ronin, valiente tonto. ¿Cuándo empezó a preguntarse si la causa, no la consecuencia, debería ser su objetivo? El objetivo de La Dama. ¿Cuándo empezó a abrigar el veneno de la traición en su pecho, encerrándolo detrás de una máscara de lealtad que ya no sentía, y atrayendo sobre sí mismo la maldición de la absoluta soledad?
 - Mi Señora, ¿Por qué Has abandonado mí corazón? ¿O he abandonado yo el Vuestro? ¿He permanecido bañado en la sangre del mal tanto tiempo que ya no entiendo nada? ¿Estoy convirtiéndome en algo tan perdido y sucio como aquello contra lo que peleo?
En sus sueños, así como en su realidad, estaba enterrado en su propia mierda. Centelleantes colmillos teñidos de saliva marrón, vacías cuencas rojas para los ojos. El hedor de la muerte y la desesperación emanaba de ellos, pues su carne estaba siempre podrida, colgando de las protuberancias de sus huesos irregulares. Como espantapájaros hechos de los cadáveres de los ángeles. Era una imagen que no podía borrar de su mente, especialmente después de que se hubiera convertido en una de sus pesadillas. Los hombres que habían perdido durante siglos, creciendo y convirtiéndose en algo contra lo que luchar, una y otra vez.
Y después estaban los rugidos. Le había costado mucho conseguir, después de tantos días de meditación tras la batalla, que en su mente reinara otra vez el bendito silencio. Saliva, vómito y sangre. No había forma de mantenerse limpio de ellos.
Al menos en esta última batalla, sus hombres habían alcanzado la libertad. Para el momento en el que se dieron cuenta de que no estaba con ellos, todo había acabado.
Fue a la deriva. No estaba en las nubes. Estaba en la tierra. En las profundidades de la tierra. Bajo el agua. Bajo un océano. Lejos, muy lejos de los cielos. Pero, entre el dolor que estaba comenzando a regresarle en su punzante plenitud, recordaba algo no tan desagradable. Esa vaga sensación de cercanía le otorgaba una molesta voluntad de volver a la consciencia. Él habría preferido aceptar el olvido.
Pero fue un toque suave, la simple presión de un cuerpo femenino contra el suyo, sus manos lo guiaban. Sus latidos eran rápidos, sus ojos, aunque preocupados, eran decididos. Tan decididos. Nunca había visto tanta fuerza en un rostro tan frágil. Alcanzaba las profundidades de su interior con esos grandes ojos violetas, impulsándolo a sobrevivir, estaba dispuesta a hacer lo impensable para ponerlo a salvo. Sacrificio. Bondad.
Como un ángel, él estaba indefenso ante esto.
Parpadeando, Jonah se encontró mirando las rocas multicolores del techo de una caverna. El aire caliente le dijo que la había guiado hasta la profundidad suficiente, pero no demasiado profundo. Tenía aún menos deseos que Los Oscuros de atraer la atención de Lucifer. La caverna formaba parte de uno de los resquicios exteriores que se encontraban más lejos de su dominio. Aunque Jonah no podía utilizar su propia energía curativa sin llamar la atención de Luc, al menos estaba seco y cálido. Tendría que utilizar otra fuente de energía. Algo que tuviera muy a mano.
Volvió la mirada y allí estaba ella.
***
No quería dejarlo hasta que despertara, para que no pensara que lo había abandonado. Lo que era un pensamiento absurdo, teniendo en cuenta que incluso herido, probablemente tendría más energía que todas las criaturas del océano juntas. Pero, cuando después de un cuarto de hora aún no se había movido, Anna supo que tendría que dejarlo a pesar de todo.
Estaba tan concentrada en estos pensamientos que cuando él movió la cabeza, casi huyó nadando de espaldas unos tres metros como un asustado guppy. Había estado sentada en la cornisa de la repisa, con sus pies en el agua, mirándolo. Todavía no había cambiado a la forma de sirena, ya que no sabía si necesitaría las piernas.
Hasta que él no movió la cabeza, no pudo decir si la estaba mirando. Sin el blanco de sus ojos, era muy difícil detectar los cambios. De alguna manera, parecía un tiburón enmascarando cada pensamiento y acción potencial. Pero la expresión estaba allí, rica y variada, aunque todavía no la comprendiera.
Pensó en levantarse, pero eso parecía irrespetuoso con él tendido de esa forma. Así que, por el contrario, se dio la vuelta, sacó tímidamente sus piernas del agua y se arrodilló. Inclinándose desde la cintura, tocó el suelo con la frente en señal de respeto. Se sentía extraña, ya que nunca había ofrecido a nadie su lealtad. Pero él era un ángel. Y por la expresión de mando en su rostro, incluso cuando estaba en reposo, sospechaba que quizás fuera un ángel más importante que los otros.
Sin lugar a dudas, esas cosas horribles habían mostrado mucha determinación en encontrarlo.
Se tensó cuando lo oyó rozar el brazo contra la roca. Él extendió la mano, tocando un mechón de pelo enrollado en el  suelo delante de sus rodillas. Ella permanecía quieta, aunque le hacía cosas extrañas, sintiendo esos ligeros tironcitos cuando sus dedos frotaban midiendo la textura de su cabello. Después giró la muñeca, empezando a envolverlo, acortándolo, lo que la obligaba a acercarse. Extrañamente, casi la hizo sonreír, porque parecía el truco de un niño.
Aunque se movió hacia delante, cuando se atrevió a levantar la mirada, el humor de Anna desapareció.
Él estaba sufriendo. El sudor brillaba por su cuerpo y la mano que tenía enredada en su pelo temblaba. Debería haber ido a buscar a Mina antes de que se despertara, así tendría algo que poder ofrecerle…
– Acércate, un poco más. Necesito tu ayuda, si me la ofreces libremente.
Bueno, eso era algo que ella nunca esperó escuchar de los labios de un ángel. Inclinó la cabeza, atreviéndose a hablar, con la esperanza de que sus palabras le hubieran dado permiso o que la afirmación de que su lengua ardería hasta convertirse en cenizas fuera un cuento de viejas. – Estoy a vuestro servicio, mi lord.
Continuamente había alguien que le decía que a los ángeles se les debía obedecer como si fueran la misma Dama.  Ella siempre había ido por el camino equivocado en su vida, respetando pero resistiéndose a la autoridad de su importantísimo abuelo, viviendo fuera de los límites de la cerrada comunidad de las sirenas. Pero sabía que haría cualquier cosa que él le pidiera. Definitivamente, debía haber algo mágico en él. Con todos los problemas que solía causar, casi podía oír al Rey Neptuno preguntando sarcásticamente si él podría controlarla.
El ángel sacudió la cabeza, aun cuando continuó tirando de ella. – No te obligaré a hacerlo en contra de tu voluntad, pequeña. Necesito energía para curar mis alas, para reimplantármela, y es más energía de la que tengo.
– No soy tan pequeña, – le aseguró ella. – Puedo ayudar.
Una sonrisa tiró en su boca. ¡Oh, querida Señora, lo que una sonrisa hacía en su rostro!, incluso aunque no pareciera alcanzar esos ojos oscuros. Agarró su mano, atrayendo su atención hacia abajo. Cuando él colocó su palma contra la de ella, enderezó sus dedos y le mostró la amplitud de su mano, las longitudes de sus dedos, haciendo parecer pequeña la de ella.
Tu corazón demuestra poseer un gran valor, pero tu cuerpo es bastante pequeño. Otra de las contradicciones de la Dama. ¿Cuál es tu nombre?
– Anna. – Intentó no mirar el modo en que se tocaban sus manos, así palma con palma. – Mi nombre es Anna. Mi lord.
– Jonah, – respondió. Cuando se tensó, apretando los labios, ella curvó sus dedos en los de él, sosteniéndole la mano durante el temblor.
– Por favor, dime cómo puedo ayudarte. No puedo soportar verte sufriendo así.
Él inclinó la cabeza, y ella sintió que sus palabras le habían sorprendido.
– ¿Perteneces a alguien?
La pregunta la hería, aunque no tanto como la respuesta. – No, – dijo.
– Entonces tal vez puedas ayudarme. Es simple, magia antigua, pequeña. ¿Te gustó cuando te besé?
Uno de los guardias de Neptuno había tomado su mano una vez, una formalidad para guiarla a alguna función oficial. Ocurrió hace varios años, antes de que ella abandonara el palacio para siempre. Ese contacto, uno de los pocos que ella tuvo en su vida, había perdurado en su joven mente, tan poderosamente que incluso mostró un corto enamoramiento por el guardia, escapándose para ir a verlo. De eso hacía casi ocho años, y todavía lo recordaba, ese roce de carne contra carne.
Sí. ¡Oh, cielos, sí! Un rubor rosado apareció en sus mejillas cuando se dio cuenta de que él podría ser capaz de leer sus pensamientos, puesto que había hablado con ella dentro de su mente con mucha facilidad. – Tenía la pequeña esperanza de que se hubiera olvidado de eso, mi lord. Espero no haberlo ofendido.
– Creo que yo debería ser el que se disculpara, después de todo fui yo quién te besó. – Esa sonrisa luminosa de nuevo, pero sus ojos estaban concentrados en su rostro. – La energía femenina es muy poderosa, especialmente cuando tienen que defender aquello que aman, o cuando están excitadas. Estas dispuesta a defenderme; fue más que obvio cuando decidiste no escuchar mi consejo y abandonarme. No puedo desplegar mucha magia aquí sin atraer atención indeseada, a menos que utilice una de las magias más elementales de la tierra. La Unión Mágica.
– La Unión… Oh. – Bajó la mirada rápidamente para disimular como bruscamente había ampliado los ojos. Sus manos entrelazadas parecían tener de repente demasiado parecido con algún tipo de simbolismo, sus dedos largos dentro de sus tiernos pliegues. – Yo… Si eso ayudará, por supuesto, mi lord.  – Se mordió la lengua, obligándose a no balbucear.
Cambió su agarre para poder sujetarla de los hombros, tirando de ella hacia abajo acercándola a él. Sus manos eran seguras, sosteniéndola fácilmente cuando la atrajo lo suficientemente cerca de su boca como para hacerla sentirse mareada. Haciendo que sus pechos dolieran, tan inflamados por su reacción que su piel se sentía estirada, sensible. Lo quería tocar por todas partes. Pero estaba nerviosa, y no pudo remediar el movimiento instintivo de echarse hacia atrás. Él la dejó retirarse, deslizando su agarre hasta sus manos, y ella tragó nerviosa.
– Por favor, perdóneme, mi lord, – tartamudeó apresuradamente. Él estaba sufriendo. ¿Qué demonios le había pasado? Su cuerpo era una cosa fácil de otorgar, algo que no significaba nada para nadie salvo para ella. – Puedo hacerlo. No me estoy negando…
– Sshh… – Sacudió la cabeza, apretándole las manos. Después, le soltó una para poder levantarla hacia su rostro. Algo alteró su expresión cuando acarició suavemente su mejilla, sus dedos buscando debajo de su cabello. Su pulgar rozando su mejilla. Toda ella se sentía acalorada bajo su toque, deshaciéndose. Sus labios se separaron a su pesar, haciéndola preguntarse por qué su cuerpo estaba reaccionando descontroladamente ante ese increíble toque.
– Vamos a dejar las cosas claras, pequeña. Anna. No te estoy ordenando que hagas nada de esto. No deseo que me temas. Otros me temen. Muchos. Y deberían.  – Un destello peligroso apareció en sus ojos, en ese momento, pero desapareció antes de que pudiera retirarse, asustada. A continuación, una expresión nostálgica apareció en su rostro. – Sin embargo, creo que si este mundo estuviera poblado por más criaturas como tú, me encontraría con mucho tiempo libre.  
Anna puso su mano provisionalmente encima de la de él, sintiendo los delicados canales entre sus dedos, un descubrimiento íntimo, una vulnerabilidad en medio de un poder tan obvio. La confianza, era un ser extraño. O quizás fuera ella la única extraña.  – Me dijeron que si hablabas a un ángel antes de que él te diera permiso, se te desintegraría la lengua.
Levantó una ceja. – Probablemente, un rumor difundido por uno de mis hermanos el cual no quería alentar un excesivo parloteo.
El breve, humor mordaz la sorprendió, de tal manera que se rio tontamente antes de poder detenerse. Deliberadamente, se puso la mano sobre la boca, pero como sus manos estaban entrelazadas, se las arregló para colocar la palma de él sobre sus labios.
Un músculo se tensó en su mandíbula, si era por dolor o por otra cosa, no lo sabía.
– Pruébame, sirenita, – dijo tranquilamente. – Descubre si soy algo con lo que puedas crear magia.
Separó los labios y tocó su piel con la punta de la lengua. Sabía a calor, si el calor supiera a algo. Esa calidez sensual, como la que había sentido de su ala, recorriendo su cuerpo entero con sólo ese minúsculo contacto. Llegaba a cada esquina, cada órgano y arteria, empujándola rápidamente a la sensación de estar húmeda en su forma humana de una manera que la fuente de calor invisible de la caverna no podía disipar por completo.
Desde que su atención parecía estar completamente centrada en ella, supo que debería sentirse terriblemente cohibida. Aquí estaba este poderoso ser, probablemente muy antiguo comparado con ella, esperando pacientemente a que decidiera si valía la pena sacrificar algo tan insignificante como su inocencia para conseguir curarlo. Él está sufriendo, se recordó. Eso era todo lo que importaba. Podía ayudar.
Presionó la cara en la palma de la mano de él, dejando que sus dedos rozaran sus cejas, su nariz y después, sus labios. Reconociendo su consentimiento, él empezó a acercarla con cuidado.
– ¿Sabes algo sobre la canalización, Anna?
Asintió. – He sido instruida en las formas de trabajar la magia. – Tuvo que aprender debido a su inusual capacidad de cambiar de forma, y luego, también, estaban las enseñanzas de Mina. Anna le había dado la lata con ello, y después asimiló tanto como pudo de lo que la bruja del mar le había ofrecido.
 – Cuando nos Unamos, dirigiré la energía hacia mi ala y las otras heridas internas que he sufrido. Puede que te sientas mareada cuando lo haga. No te preocupes si te duermes durante un rato.
Hablaba tranquilamente, suavemente,  como si estuviera explicando la mecánica de cómo nadar, o volar. A ella le resultaba inquietante, porque lo que estaba revoloteando en la boca su estómago no la hacía sentirse para nada como un estudiante. De hecho, su orgullo femenino estaba alterado, una inesperada reacción que la incomodaba.
¿Soy simplemente una herramienta?
No dijo las palabras, porque eran una pregunta presuntuosa. Estaba necesitado, atormentado, y esto le ayudaría a recuperar sus fuerzas.
Pero se sentía un poco dolida. Probablemente porque, mientras estaba inconsciente, se había permitido tener esa ridícula fantasía, la fantasía en-un-instante-gozó, de que era suyo. Su único. Tuvo la tonta impresión de que ella era especial. En realidad, era mucho más lista que eso.
– ¿Qué necesitas que haga? – preguntó tranquilamente.
Él parpadeó, sus ojos oscuros de alguna manera se suavizaron y, a la vez, alcanzaron más intensidad, reflejando el fuego que la arrastraba cerca de las llamas, lo sintió extenderse sobre su cuerpo de la misma forma en que se propagaba por su interior.
– Sólo siente, Anna, – murmuró. – Sólo siente, y haz cualquier cosa que desees para provocarte placer. Deshazte de esas prendas de vestir que llevas.
De un naufragio había recuperado un sedoso pañuelo morado casi transparente bordado con hilos de plata, al que había añadido sus propias decoraciones de pequeñas conchas, y mantenía la prenda atada sobre sus pechos, anudada en el medio y con los extremos atados en su cuello. Mientras las sirenas, generalmente, no tenían ningún problema con la modestia, la mayoría encontraba más cómodo sujetar sus pechos cuando nadaban. Debido a la capacidad de cambiar de forma de Anna, prefería tener algo accesible para su parte inferior del cuerpo. Por lo tanto, también llevaba un pañuelo similar alrededor de la parte superior de sus caderas. Cuando estaba en su forma humana, apenas le cubría la parte superior de los muslos y se le ajustaba debajo del culo, pero le proporcionaba la decencia necesaria para moverse en tierra, donde podría conseguir prendas más apropiadas que la vistieran como un humano.
Ahora alcanzó e intentaba deshacer el nudo del pañuelo en el cuello. El nudo, por supuesto, se había encogido con la humedad, y debido a su nerviosismo, titubeaba al hacerlo. Cuando abrió la boca para decir algo torpe e incomprensible, él coló sus manos alrededor de su cuello, su mirada la mantenía inmóvil. Dejó caer sus manos, apretando los labios, conteniendo la respiración mientras él eficientemente lo desataba, tirando hacia adelante los extremos y descubriendo su torso para poder mirarla a su gusto.
Sus pechos no eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, tenían un tamaño agradable que parecía atraer los ojos de los demás atlantes, antes de que desviaran la mirada rápidamente.
Un buen par de tetas no era suficiente para pasar por alto sus otros inconvenientes. Pero sus ojos no se desviaron. Él los estudiaba de cerca, tanto que sintió aumentar el calor que emanaba de él. Naturalmente, en ese momento no sabía si el calor provenía de él o de ella.
Dejando que los extremos de la bufanda rozaran sus muslos, él deshizo el nudo que sujetaba la pieza inferior, tirando  esa pieza completamente lejos dejándola desnuda,  excepto por la parte superior que se mantenía sujeta debajo de sus pechos.
Nunca había tenido ningún pelo en la parte inferior de su cuerpo como las mujeres humanas, por lo que los pétalos carnosos de su sexo estaban ahí, desprotegidos. Los sentía un poco hinchados, y cambió un poco de posición. Como una sirena, su sexo estaba completamente oculto debajo de la superposición de escamas, por lo que pensó que probablemente se sentía más desnuda ahora que como normalmente se sentiría una mujer humana.
Sus manos que estaban cerradas sobre sus hombros, la trajeron de vuelta cuando descendieron hasta situarse sobre su pecho, sus pechos haciendo contacto con la piel lisa y firme. Contuvo el aliento ante la sensación, y algo despertó en los ojos de él.
– Eres pura bondad. Eso es raro, Anna. ¿Sabes?
Esto era raro. Una vez en la vida. Así que en lugar de responder, cerró los ojos, experimentando la manera como la tocaban sus manos de esa forma, tan poderosa y, a la vez, tan gentil. Hacía que sus pechos se sintieran completos, los pezones endurecidos y tensos, el contacto entre ellos y los duros músculos de su pecho distrajeron sus sentidos. Un remolino de caballitos de mar aleteaba en su vientre, una locura galopante.
Cuando sus labios se desplazaron por su frente, abrió los ojos para ver la curva de su garganta justo debajo de su propia boca. La energía ya parecía estar tejiéndose alrededor de ellos desde el primer contacto, y ella se estremeció cuando su ala buena se curvó rodeándola, rozando sus hombros, estableciéndose sobre sus caderas, tranquilizándola con cada caricia. Lentamente, ella giró la cabeza, rozándola con su pelo.
Descubriéndola poco a poco. Recordó vivamente ese toque de su boca sobre la de ella cuando estuvieron juntos en la fría oscuridad. Quería otro como ese. Uno que disipara todo temor o momento de vacío desconsolado que siempre había experimentado
Impulsivamente, inclinó su cabeza para encontrarse con su boca. Él no la había quemado hasta convertirla en cenizas por su atrevimiento aún, por lo que estaba dispuesta a asumir el riesgo. Él permaneció tranquilalo bajo la presión de sus labios. Sin responderle, sólo completamente tranquilo, permitiéndole probarlo, como le había dicho.
Su boca era tan firme, y el hecho de que se contuviera aún ahora estaba excitándola en sí mismo, sentirlo contenerse con un cierto nivel de esfuerzo, sus dedos curvándose en su pierna cuando ella lo mordisqueó tímidamente, presionando. Probando. Arrastrando sus labios por ellos como una de sus plumas lo hacía sobre su mejilla, al lado de su nariz.
Instintivamente, colocó la mano sobre el borde de su herida, justo detrás de su hombro. Cuando él se estremeció, la reacción pasó a través de ella, tensando su cuerpo, disparándose por su cuerpo. La necesitaba. Sólo ella podía hacerlo.
Algo diferente y más agresivo despertó dentro de ella. La luz, la vacilante forma en la que lo estaba tocando parecía insuficiente ante el sentimiento comprimido en su pecho. La mano cortés de un guardia que no conocía, era todo lo que había tenido. Ella nunca había sentido esta proximidad hacia nadie en su vida, y se encontró sobre el filo de una navaja al no querer apresurarse para no perderse un solo segundo y, al mismo tiempo, deseaba sujetarse a algo con ambas manos y desgarrarlo apartándolo para llegar a su centro. Todo lo que Jonah estaba ofreciendo parecía tener el peso y el resplandor de un tesoro. Y ella quería responderle en especias, con la violenta necesidad que ahora surgía en ella.
Debía darse prisa. Él estaba sufriendo. Pero esta podría ser la única vez que consiguiera sentir algo como esto. – Lo siento. No puedo ir más deprisa.
– Tómate tu tiempo, pequeña. – susurró. – Mi dolor se alivia al mirarte descubrir tu placer. Intentando descubrir qué harás a continuación.
– ¿Me puedes leer la mente?
– Sólo cuando me hablas directamente. Me gusta cuando lo haces. – Su boca firme, creaba una línea severa desde la mejilla a la mandíbula que hacía que esos caballitos de mar en su vientre dieran saltos mortales. – Estoy seguro de que aumentaremos la velocidad cuando el momento lo exija.
Esto era un sueño; ella lo sabía. Así que antes de que se despertara, iba asegurarse de que conseguía el mejor recuerdo que siempre llevaría en su pensamiento durante sus horas de vigilia. Tal vez incluso en la eternidad, si la Dama era amable y permitía que se llevara sus recuerdos favoritos al más allá.
Anna sabía que ella no tendría ningún problema en seguir haciendo esto para siempre. Cuando se presionó contra sus labios otra vez, algo más asumió el poder. Él. Aparentemente había decidido que la velocidad no era la única cosa que podría controlar.
Sus labios se movían sobre los de ella, calientes, abriéndose y persuadiéndola a hacer lo mismo. Cuando la parte inferior de su cuerpo se apretó como las espirales de una anguila, sintió un líquido caliente entre sus muslos mientras su lengua penetraba en su boca. La sensación de querer aplastarse contra el. Necesitaba sentir las duras líneas de su cuerpo presionando contra la suavidad del suyo. Sí, eso era lo que ansiaba, que la tocara de una manera que fuera cualquier cosa menos suave. Una de sus piernas había estado moviéndose sobre él hasta que se movió, inclinándose sobre su cuerpo. Se agarró a sus hombros en busca de apoyo,  jadeando cuando su muslo presionó entre sus piernas, contra su humedad, flexionando así sus caderas respondiendo como si fuera por instinto, frotándola contra él. Cuando su mano pasó por debajo de la curva del ala que apretaba su cuerpo, ella gimió en su boca mientras su gran palma moldeaba su nalga, apretándola, poseyéndola. Dando a la fricción una mejoría aún más deliciosa.
– Santa Madre, – inspiró. Sus dedos apretaron sus músculos. Estaba tan caliente ahora mismo. Ella vio la corriente que formaban desprendiéndose de sus pieles, iluminando la sala aún más. Cuando empujo con impaciencia contra él,  sus labios se curvaron en una sonrisa masculina que no atenuaron las llamas en sus ojos. Las llamas le dieron un aumento repentino a su placentera ansiedad incluso mientras la sonrisa la equilibraba, haciéndolo familiar, un ser como ella. Aunque él era muchísimo más.
Creía que él era una fantasía, pero ahora sabía que había sido un error, porque él no estaba ni siquiera dentro del alcance de sus expectativas más salvajes.
Parte de ella sabía que debería estar agarrándose a la poca razón que le quedaba, algo que podría mantenerla anclada en la realidad en medio de todo esto. Estaban haciendo esto para curarlo, después de todo, no porque él estuviera locamente enamorado de ella. Pero esa parte de ella que siempre había tenido ganas de salir corriendo y tocar, conectando realmente con otro, sintiendo sin palabras o incluso tener el claro conocimiento de que el otro la conocía, podía desearla  y amarla, estaba imaginando tanto… tantas posibilidades y los “y si” que nunca podrían ser. Sueños que la incitaban a elevarse tanto emocionalmente como su cuerpo progresaba físicamente.
No importaba. Su alma resistiría todas las restricciones y advertencias de todos modos.
Cuando él se deshizo de la falda de batalla, su gran eje la acarició entre sus piernas, contra la hendidura de sus nalgas. Su mandíbula se mantenía en tensión, como si de alguna manera estuviera intentando contenerse, mientras ella presionaba hacia delante.  Ella nunca había hecho esto antes, pero era una criatura de agua, aire y tierra. Incluso de fuego, por el momento. Esos elementos sabían donde debían llevarla. El poder del instinto anulaba el miedo.
– Tócame, – exigió él. – Déjame sentir tus pequeñas manos.
Su larga forma estaba desnuda, poderosa. Intimidante. Sin embargo, ella quería mirarlo. Su sexo estaba levantado de forma que podía proyectarse hacia adelante hacia su vientre, ella no podía ayudarlo pero se acercó a la amplitud y la longitud de él, porque sabía lo suficiente para saber donde iba a ir esa bestia. Aun así, ella curvó su mano a su alrededor, preguntándose, queriendo sentir. Era de acero y, como todo en él, puro calor. Sus ojos se cerraron, un estremecimiento recorrió su cuerpo que se sacudió contra el de ella. Estaba reaccionando a su toque, compartiendo el placer que le proporcionaba. Cuando intensificó su agarre, fue sorprendida por el empuje reflexivo de él a través de sus dedos y un líquido apareció en su punta. Ella pasó el pulgar rozándolo, probando la sensación, llevando luego su dedo hasta sus labios para degustarlo. Salado. Como el mar,  pero también de la tierra. ¿Cómo sería poner mi boca allí, le gustaría…?
– Por la Dama, ven aquí. – Se levantó hasta una posición sentada, atrapando su cintura con ambas manos, a pesar del dolor que estaba segura que sentía cuando vio el endurecimiento de su boca y el estremecimiento que le recorrió los músculos.
– Mi lord…
– Tu inocencia va a incinerarme, pequeña lasciva. – dijo, anulando sus preocupaciones con su urgencia. – Pon los brazos alrededor de mis hombros. No tengas miedo de lastimarme.
De todas formas,  conservó un cuidadoso abrazo cerca del área gravemente herida, pero bajó su rostro a su cuello cuando él cerró sus brazos alrededor de su cintura y espalda, y acercándola.
La gran cabeza de su miembro entró en su sexo, pasando los resbaladizos pliegues de carne, introduciéndose lentamente. La inexorable elegancia de una cabeza de dragón penetrando en una cueva caliente y húmeda donde lo esperaba su doncella. Pero ella no temblaba de miedo. Él la abrazó más estrechamente y, Gran Dama, era tan grande. Ella era como una niña, qué fácilmente la dominaba, la amplitud de sus hombros bajo sus dedos, y aun así se sentía como cualquier cosa menos una niña. Se sentía agitada, acalorada, inquieta. Mordió la firme piel de su hombro cuando él frotó su cuerpo contra su excitación, para ella fue imposibles soportar esa sensación sin una respuesta violenta. Él gruño, colocando sus manos sobre sus caderas y dirigiéndolas hacia abajo. Aunque estaba húmeda y resbaladiza, también estaba apretada e intacta, por lo que el fuerte dolor fue inevitable cuando él la hizo descender con un movimiento largo y seguro.
Ella gritó, interrumpiendo su gemido de placer, y lo sentía por ello, pero, por Neptuno, dolía. Contuvo las lágrimas, agarrándose a él, tratando de no mirarlo. Sus manos se deslizaron por su espalda, acariciándola suavemente pero se volvieron firmes cuando intentó apartarla un poco. Ella lo abrazó más fuerte, no queriendo que él viera sus lágrimas. No quería hacer nada que pudiera detenerle. A pesar de lo mucho que dolía, era tocada y abrazada de una manera, que una parte de su cuerpo… temía no volver a experimentar algo como esto nunca más.
– No pares. Por favor.
Él arrastró su palma por su espalda, dándose por vencido ante ella. Mientras enredaba los dedos de una mano en su pelo, dejó caer la otra mano hasta la elevación de sus nalgas, aplicando una leve presión que la mantenía en su lugar. Sus músculos internos se estremecieron, no estaba segura de cómo moverse o ajustarse. Su jadeo se convirtió en algo errático, aunque su voz era tranquila, profunda, resonando en su oído. Había alguna clase de potente emoción en su voz que ella no podía comprender, pero no sentía que estuviera insatisfecho.
– Sabía que eras inexperta, pero no esperaba…  Eras virgen.
Más de lo que él suponía. Intocable. Ella asintió, frotando su mejilla contra su mandíbula y su cascada de cabello de seda. Cuando su cabello se secaba al sol, se resecaba como las algas, a menos que se aplicara aceites, eliminando la sal. El de él, ahora estaba seco, pero tan ligero como si estuvieran bajo el agua. No podía dejar de olerlo, una fragancia de cosas agradables que ella no reconoció. Suponía que debían ser como el cielo o las nubes a una altura que ella nunca conocería. Quizás incluso se había acercado al sol, agarrando los rayos con sus manos. ¿Cómo de cerca podría llegar sin quemarse? El electrizante calor de su cuerpo la estaba transformando en fuego.
Cuando él alzó la cabeza y acunó la suya en su mano durante un momento, colocándolos a la misma altura, fue como si se introdujera en él. Anna estaba segura de que podía sentir no sólo lo que él era, sino quién era. Y en ese momento, el abrumado corazón se sobrecogió. Él era como ella… necesitaba, amar. Podía sentir el latido de su corazón, la fiebre de su sangre, su deseo y su determinación mezclándose.
No eran tan diferentes después de todo.
– Deberías habérmelo dicho, pequeña.
– Lo dije… que no pertenecía a nadie.
– Es verdad, lo hiciste. – Había una tranquila y sensual diversión en su voz, pero algo más, también, algo que hizo sus entrañas temblar aún más. – Supongo que eso significa que ahora me perteneces. Al menos por el momento.
Podría este momento no terminar jamás.
Ella cerró los ojos, sabiendo que no debería decir tal cosa, pero no podía dejar de pensarlo. Se preguntó si él lo entendería como una súplica directa hacia él. Sin embargo, él simplemente giró el rostro, ahuecando la parte posterior de su cabeza tranquilamente.
Como ella no abría los ojos, él le besó suavemente sobre ambos parpados.
– Te he hecho daño.
– No, mi lord.
– No me mientas, - dijo suavemente, aunque había una orden subyacente que volvía a sugerir su alto rango, del tipo que se usaba para emitir ordenes. – Lo haré mejor para ti. ¿Confías en mí?
Enderezándose, la alejó de él, su mirada descendió desde su cara y garganta a sus pechos desnudos, los picos rosados estaban demasiado tensos para ignorarlos. – No te muevas, pequeña. Sé que deseas hacerlo, pero no lo hagas. Mantente muy, muy quieta.
– Yo… no se si podré, mi lord. Esta posición me hace sentir...
Esa mirada en sus ojos otra vez, le decía que sus palabras lo complacían de alguna manera. Él asintió, tomó los bordes de su pañuelo y los cruzó sobre su abdomen.
– Pon las manos detrás de la espalda, cruzando las muñecas.
Ella tragó saliva, otra manada de caballitos de mar en estampida, haciendo que algo se apretara fuerte e intenso entre sus piernas. Cuando obedeció, él estiró los extremos del pañuelo hasta su espalda, atando sus muñecas de manera que estuvieran sujetas allí, el entrecruzado de la prenda por encima de sus pechos alzándolos ante él, mientras ella se sentaba sobre su vientre.
Él se inclinó hacia delante, manteniéndola segura para que no pudiera balancearse y caer.
Ni siquiera podía mover las caderas, que, a pesar del dolor, tenían unas inesperadas ganas de hacerlo. Especialmente cuando curvó su espalda, extendiendo la única ala que poseía para equilibrarse y así poder alcanzar sus pechos con la cara. Flexionando su agarre, él arqueó su espalda. Y a la vez, puso su boca sobre el pezón derecho.
Las sensaciones explotaron atravesándola. Instantáneamente, intentó liberarse de las ataduras, haciéndolo todo aún más intenso. ¿Qué era este placer, este líquido placer, que corría por todo su interior desde ese único lugar? Desde la humedad de su boca en su piel, la firme succión, tensando fuertemente las cosas, haciéndola querer moverse.  Oh, tenía que moverse, era insoportable no ha… pero él había dicho…
Él continuaba haciéndolo, rozándola con la lengua, chupándola, tensando sus profundidades,  lamiéndola suavemente para luego morderla otra vez, haciéndola gritar. Cuando se desplazó para hacérselo en el otro, ella gimió, un sonido ahogado.
– No te muevas, pequeña, - le recordó severamente, pero ella aun así quería desobedecerlo. El dolor entre sus piernas estaba disolviéndose en pura lava caliente, y notó que él se hacía más grande en su interior, si eso era posible. La humedad estaba derramándose sobre sus muslos.
– Aumentará en tu interior como la más feroz de las tormentas, - murmuró contra ella. – El poder de tu deseo levantándose sobre todo lo demás, hasta que yo sea sólo un instrumento en el vendaval que has creado,  dulce pequeña.
Se introdujo un poco, volviendo a agarrar sus glúteos. Sus dedos se apretaron, su longitud provocando todo lo posible a la hendidura, lo que le causo un estremecimiento. Ella nunca imaginó lo sensible que eran los nervios de ahí. El dolor palpitante se hizo más leve mientras él la chupaba como un bebe, una curiosa imagen para un sentimiento tan erótico, pero fue como si las dos imágenes tuvieran un poder especial. – Alimentando al hombre, alimentando al niño... – Murmuró en la profundidad de su garganta. Quería moverse al ritmo de sus manos, porque el dolor se había convertido en algo más que dolor. Estaba haciéndole cosas maravillosas a su pezón, a todo su cuerpo. Cuando, al fin, empezó a moverla sobre él, gimió en agradecimiento.
Pero todavía era insoportable, un lento ascenso y caída, aumentando, aumentando, atrayendo un explosivo calor cada vez más cerca. La levantó y, a continuación, la tumbó sobre su espalda otra vez, dejando que sintiera el movimiento de él contra ella, dentro y fuera. Estaba tan húmeda en su interior que ahora el paso era fácil, incluso a medida que se extendía la apertura virgen, podía sentir como lo hacía. Y ah, Gran Dama, la forma en la que la tenía atada tan solo le permitía mirar qué estaba haciéndole, ver el balanceo y el temblor de su cuerpo y la forma como sus ojos la observaban en cada movimiento…
Las espirales de energía se aproximaban, recordándole que todo esto tenía otro propósito. Intentó concentrarse.
– Voy a encargarme de ello, Anna. – Su voz era un gruñido ronco contra su carne. – Sólo déjalo crecer. Voy a canalizarlo.
¡Gracias a la Diosa! Ella era incapaz de pensar.
Las plumas de su ala buena se agitaban como si una ráfaga de fuego las hiciera  parpadear en el rabillo de sus ojos. Susurrando sobre la cornisa, el agua se levantó inquieta. Una energía oscilante crepitó en el aire como olas de calor a su alrededor.
Se volvieron, arremolinándose, acercándose el uno al otro.
Sus bíceps estaban flexionados, potentes y seguros. Esa maravillosa y fuerte cabeza la acariciaba en su interior, hasta el punto de hacerla jadear al ritmo de sus movimientos, avivando en su garganta una súplica. Se introducía profundamente, lenta, arrastrándose a continuación hacia afuera atormentándola y de nuevo volvía a entrar. La visualización del movimiento en su mente era tan erótica y conmovedora como lo era en la realidad. Luego estaba el estímulo de sus manos en sus nalgas, la forma en que presionaba esos globos de carne contra los músculos duros de sus muslos mientras la empujaba hacia abajo, era ahora más fuerte. Haciendo que la carne de sus pechos se bambolease con más libertad, lo que parecía excitarlo aún más.
Levantó una mano enredándola otra vez en su pelo, sosteniéndola, controlando sus movimientos cuando empezó a empujar con una fuerza constante. Pero aún estaba conteniéndose. Ella lo sabía porque su cuerpo temblaba, cada musculo tenso. Su dolor era parte de su placer mutuo.
– No… se contenga, mi lord, – consiguió decir sobre los gemidos. – Estaré… está bien.
– No hasta que tú... – No terminó la frase, en cambió reanudó el asalto a su pecho con la boca, dando golpecitos con la lengua a su pezón, los labios firmes humedeciendo su piel. Ella se agarró tan fuerte de sus muñecas que se clavó los dedos.
– ¿Que…?
– Déjate llevar, pequeña. – gruñó. – Suéltalo. Confía en mí.
Sabía a lo que se refería, aunque no conociera qué era lo que estaba surgiendo entre sus piernas, recorriendo su cuerpo, capturándola en un frenesí de sensaciones que le arrebató todo su control. Su cabeza cayó sobre su hombro, presionando con fuerza contra el hueso. La rodeó con sus brazos, sosteniéndola en un punto fijo en el universo mientras todo lo demás giraba cada vez más rápido y se hacía añicos. Dejo que su poder la cubriera. Las imágenes mentales de ellos haciendo esto la impulsaban tan fuerte como su cuerpo. Carreras de fuego, el agua surgiendo…
El mar se precipitó hacia el saliente de roca, chocó contra ella como soleados besos de espuma arrastrados por el viento. La energía levantó una gran cresta a su alrededor, la corriente comenzó a cantar. Cuando él levantó la cabeza brevemente, su pelo flotó sobre sus labios. Ella lo besó con desespero, sintiendo la textura de los cabellos y sus labios al mismo tiempo. Su carne era lo único que la anclaba a la tierra cuando este sentimiento en espiral tensó todos sus músculos, descargó su tensión en sus poderosos brazos y desencadenó una serie de espasmos por todo su cuerpo, comenzando en el punto en el que estaban unidos.
La Unión Mágica.
Ella gritó. Cuando él tiró de ella liberándola, alzó los brazos para sujetarse de sus hombros. Sus caderas golpearon hacia abajo, exigiendo más. Por primera vez, era libre, tan sumamente libre, y sin embargo, todavía le otorgaba todo el control a él. Tenía un perfecto sentido en este prefecto momento.
Su grito fue tan salvaje como el de la primera criatura que hubiera pisado la tierra, con la cabeza inclinada hacia atrás y los dedos arañando su piel. Ella montó en la ola de pasión como si pudiera ver el mundo entero desde esa cresta, y la vista era suficiente para destruirla. Iba a explotar en mil pedazos, transformándose en parte de las estrellas o gotas del océano, y no le importaba, ya que esa era la respuesta al dolor de la soledad. Esa era la respuesta a todo.
Él gruñó, de un modo primigenio, en respuesta a su feroz necesidad. Entrando en ella como un ariete, la llenó por completo, fuerte, duro, abrazándola. A Anna no le importó el dolor, le dio la bienvenida, quería sangrar por él y sólo por él. Dramático, romántico, tonterías que sin embargo quería decir con todo su ser.
Él le había dado esto, la mayor felicidad que había conocido en su corta vida. No importaba que también pudiera darle la posibilidad de controlar el peor momento de su vida. El control ya no importaba.
Las reacciones elementales se congregaron, arremolinándose a su alrededor. Sus ojos brillaban con destellos verdes, azules y blancas llamas. También logró distinguir un poco de rojo en ellos. A medida que la acercaba cada vez más a su climax, ella era vagamente consciente de que el ala rota se elevaba, adaptándose a su espalda, la energía que habían levantado circulaba en pequeñas espirales por esa área.
Toda esta energía rugía por sus venas, otorgándole deseos de volar.
Como sentía que él todavía estaba, de alguna manera, amortiguando todo el impacto, protegiéndola, luchó contra su propio deseo. – Lo necesitas…. Todo, mi lord. No se contenga. Déjame… ayudarte a sanar.
En ese momento, el poder cayó sobre ella. La luz azul de su sangre coagulada se convirtió en llamas que surgían de la herida, cegándola. Cuando gritó, ella oyó la agonía mezclada con la respuesta gutural de su propia liberación. Se aferró a él, trabajando con sus caderas sobre él, emulando los movimientos que le había enseñado, acariciándolo, intentando eliminar su dolor, sintiendo como la energía corría a través de ambos.
Bramó y rugió, echando por la borda todas sus creencias preconcebidas de como sería su primera vez con un hombre. Era muchísimo mejor, tanto que no había sitio para una sola semilla de duda que estropeara el momento.
El recuerdo de ese momento iba más allá del hecho de ofrecerse a un hombre. Eso era magia. Para él. Para curarlo.
Sólo magia.

2 comentarios:

  1. y los capitulos 1, 2 y 3??????????????
    es que yo hoy recien acabo de enterarme de que estas traducciendo esta saga que llevo esperando encontrar desde hace años en español

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  2. Hola!!!

    En el blog están todos los capítulos hasta el 10, creo. Ya casi tengo traducido todo el libro y lo colgaré en cuanto le pegue un último repaso.
    Puedo seguir colgando capítulos hasta que lo tenga completo si te interesa.
    Un beso!!!

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