Aquí os dejo el segundo capítulo de esta historia entre un ángel y una sirena.
Pido perdón por los posibles errores de traducción.
¡¡Espero que os guste!!
Dos
Enseguida, sintió
mucho frío. Mientras descendía, Anna intentó no pensar en la creciente
oscuridad, las sombras fundiéndose unas con otras mientras la luz era dejada
atrás, anunciando la negrura total que le esperaba a continuación. Apretó el
ala contra ella como si representara un juramento de vida – o – muerte.
Cuando la
curva de su cola tocó el borde de otro precipicio, se asustó. El ala se posó
muy lentamente. Cuando lo hubo hecho, ella se percató de que estaba cubriendo
una forma parcialmente iluminada por la pálida luz interna del ala. Cuando el
ala se deslizó hacia un lado, la luz aumentó de intensidad, haciéndola
comprender que antes debía estar cubriendo la otra ala cuya luz era más
brillante, pues todavía estaba unida a su propietario.
Flotó acercándose,
colocándose sobre él. Sus ojos estaban cerrados y tenían un corte en el rostro,
un pequeño corte comparado con la alarmante herida abierta en su espalda, que
manchaba de azul la otra ala y su piel. El resto de su cuerpo estaba magullado,
cubierto de moratones como si hubiera sido golpeado y arañado.
Tragó con
preocupación.
Otra
corriente en aquella dirección, y rodaría del borde de esta serie de rocas
cayendo aún más profundo, donde la temperatura podía bajar más allá de lo que
ella pudiera soportar. Aún así, no había ningún lugar aquí donde poder ponerlo
a cubierto.
Miró
hacia arriba. Se estaban acercando. En la desesperación antinatural flotando en
el borde de su consciencia, podía sentirlos. De forma dispersa, pero
descendiente. Y no venían con la intención de ayudarle, fueran quienes fuesen.
El ala
vagaba lentamente por alrededor, por lo que ella extendió la mano para cogerla,
sólo para darse cuenta de que en realidad no vagaba. Estaba...colocándose. Se
colocaba en la posición correcta para poder alinearse con la herida de su
espalda.
En ese
momento, el ala la rozó. Como estaba inclinada hacia el ángel, se curvo
rodeándola, tirando de ella hacia abajo, acercándola. Ella intentó liberarse,
pero antes de conseguirlo se encontró recostada sobre el lado de la inerte
criatura mientras el ala se auto plegaba alrededor de su anfitrión. Su alarma
se calmó cuando Anna se dio cuenta de que estaba simplemente dentro del espacio que formaba su interior curvado.
Tenía un
poco de miedo a mirar su rostro a tan corta distancia, pero su curiosidad ganó
a su buen juicio. Con esa única mirada entendió el por qué su tía abuela había
llorado con aquel recuerdo.
Era
increíblemente hermoso. No, eso no era cierto. Era tan perfecto como la Naturaleza podía haberlo creado, y nada
podía hacer algo mejor que la Naturaleza.
Mientras que sus primos siempre estaban intentando parecer más bellos, como si
esa fuera la principal razón de su existencia, una orquídea submarina emergía
de una grieta de coral avergonzándolos a todos.
Le dolía
en el corazón mirar algo tan hermoso como esto, tan perfecto que la estaba
emocionando de una forma casi física. A pesar del peligro que los perseguía,
por un momento estaba absolutamente en calma, asombrada por estar tan cerca como
para poder tocarlo. Unas cejas altas y finas. Una nariz realmente recta. Su
cabello era oscuro, muy oscuro en combinación con casi el color del agua por la
noche y la hizo saltar cuando le rozó la parte superior de los brazos. Cuando flotó
sobre su cara, rozando esos rasgos esculpidos, vio que las hebras de varias
longitudes formaban una melena hasta los hombros. Supuestamente, la capa de
arriba había sido trenzada para mantener el resto fuera de su campo de visión,
porque ahora se encontraba medio desecha. La línea afeitada de su mandíbula
hacia casi imposible resistirse al deseo de acercarse y tocarle el rostro,
experimentar lo que veían sus ojos: una suave piel, huesos cincelados. La
textura de su boca. Recordó la forma en que el ala le había hecho imaginar la boca
de un hombre en la suya, y su cuerpo inesperadamente se apretó completamente a
lo largo de donde estaba tendida contra él. Ella lo quería, pero de formas que
iban más allá del entendimiento físico y emocional.
Necesitaba
ser una parte de él. Su belleza hablaba de luz, una luz tan pura que podría
quemar totalmente el cuerpo mientras el alma se unía a él, pero estaba
dispuesta a convertirse en cenizas si eso le permitía permanecer en su
presencia.
Y no
volvería a sentirse sola nunca más.
Esa era
una extraña orden, una diferente, mucho más agradable de lo que las criaturas
oscuras habían intentado imponer en su mente. Anna la desechó con esfuerzo y se
concentró en el problema inmediato, la locura que estaba apunto de hacer. Hacer
rodar a ambos para caer más en el Abismo.
Cuando
curvó sus brazos alrededor de su torso, no pudo abarcarlo completamente. Tenía
amplios hombros, necesarios para soportar esas alas, estaba segura. Y un pecho
amplio.
A
diferencia de la carne humana, la cual se sentía fría y resbaladiza bajo el
agua, o de las criaturas marinas, las cuales se sentían suaves y elegantes, él
se hallaba entre duro músculo y cálida piel suave. Eso la tranquilizó, porque había
estado preocupada por si se vería afectado por las presiones en las
profundidades de la manera en que los seres humanos lo hacían. El ala
permaneció atentamente inclinada sobre ella. ¿Se quedaría con ella? ¿Podría
sujetarlo mientras caían, o lo perdería en la oscuridad?
Cuando
sintió que el corazón de él latía contra el de ella, endureció los brazos
alrededor de él. Cerró los ojos, tenía que controlarse para prestar atención a
lo que estaba intentando hacer y no solo permanecer allí, abrazada a él
felizmente hasta que la muerte les llegara a ambos.
Sintió su
paso a través de las plumas a su lado, su cintura, un punto fácil para poder
agarrarse. Usando su cola, empujó contra el suelo, su hueso de la cadera
presionando en la pierna de él. Todo lo que él llevaba era media túnica atada a
la cintura que ondeó con el movimiento del agua, y sintió el duro músculo de su
muslo.
–
Vamos, – susurró desesperadamente. –
Debemos movernos.
Tenían
que ir a un lugar más profundo, donde su luz no fuera visible. El calor
aplastante que sentía por estar con él estaba siendo envenenado por una
desesperación artificial que se introducía cada vez más profundamente en su
mente. Sus enemigos estaban demasiado cerca.
Lentamente,
a pesar del peso de las alas, comenzó a girar, acercándose al borde. Ella
empujó más fuerte con su cola, queriendo caer lo bastante despacio para que no
rebotaran contra los bordes afilados de coral.
– Vamos. – Tenían que llegar a un lugar mucho más profundo.
Ya estaba
a más profundidad de la que nunca hubiera estado, y Diosa, si sólo el agua no estuviera fría. Tan fría. Y la oscuridad.
Su luz era la única luz. Cuando cayeron juntos, con ella envuelta en su ala y
estrechándolo en sus brazos, se dio cuenta de que podría perder su sentido de
la orientación, bajando cuando tuviera intención de subir, y nunca más encontraría
el camino hacia la superficie. Esa realidad le provocó otro terrible
pensamiento. Cuando estuviera perdida en la oscuridad, no le importaría nada.
Nadie.
Pero la nada significaría no sufrir más dolor
o soledad,
recordó ella.
– Ridícula,
incompetente. – Se reprendió con crueldad. Comentarios insensibles que la
enfadaron pero no le dieron a su ira ningún lugar donde poder enfocarse porque todo era inútil. Todo eso se disolvería en el Abismo, como los pozos de
alquitrán donde las criaturas de la Edad de Hielo fueron destruidas. No
quedaría nada… nada.
Oh, Dios.
No quería morir. Las luces rojas estaban demasiado cerca. Estaban apunto de
alcanzarlos.
¡No! El
ala se apretó alrededor de sus caderas y Anna aguantó el aumento de peso del
herido ángel, lo sintió vivo contra ella.
Piensa en él, Anna. Cuando poderoso
y magnífico debía ser admirado en el cielo, con sus alas desplegadas.
Protegiendo. Existiendo. ¿Cómo iba a poder ocultar su luz?
Rezó para
que Los Oscuros estuvieran siguiendo
la luz y no la esencia del hombre mismo – un Alma con un Indicador mágico –. Echó
un pequeño hechizo de magia sobre ellos, tan insignificante en comparación con
lo que pretendía ocultar y teniendo en cuenta quienes les buscaban, que tenía
tantas esperanzas de garantizar su seguridad como de que una nube de espuma
engañara a un tiburón. A muchos tiburones.
Ven a mí.
Mandó la orden con su mente urgentemente.
Vinieron
como luciérnagas del mar,
introduciéndose en la oscuridad. Los peces del Abismo tenían una extraña variedad de formas y tamaños que pegaban
bien con su mundo surrealista y vivían sin temor en el vacío. Se acercaban
desde varias direcciones, en grupos pequeños y, después, en un gran banco.
Sus
resplandores le recordaron que la luz provenía del interior. No temería a la
oscuridad. Si ellos lo atrapaban, lo matarían… o peor. No podía permitirlo.
Convocó a
los peces para poder desplazarse con ellos, se introduciría entre ellos hasta
que los dos formaran parte de un banco de muchos colores iridiscentes
diferentes, pero principalmente de blancos y platas. Aunque tuvieron que
descender, para mezclarse con ella y su preciosa carga, una parte de su
recorrido.
Quédate conmigo. Contuvo
las simples y puras mentes cuando sintió a la oscuridad acercándose, observando.
Oh, Diosa, buscó. No se permitiría entrar
en pánico, porque si lo hacía, los peces se dispersarían. Céntrate en mí. No te buscan.
Cuando la
mente colectiva sondeando la encontró, tocándola, el miedo y la desesperación fuer como si
chocara de frente contra el lado de acero de un inesperado naufragio. Las
emociones eran tan fuertes que por un momento estuvo desorientada,
aterrorizada, pensando en los monstruos que habían aparecido a su alrededor.
Estas no son tus emociones. Están
utilizándote, manipulándote.
Las empujó
fuera de ellos con una ráfaga de feroz resistencia. Tenía bastantes integrantes
extraordinarios ayudándola en su misión, muchas
gracias. Nadie había decidido separarse de ella manteniéndose dentro del
alcance de su poder.
Afortunadamente
un impulso de corriente, una oleada incluso más fría, arraigó en ese momento
clave, haciéndolos rodar lejos cuando los peces habían huido asustados en esa
dirección, una reacción a la perturbación en su mente.
Estabilízalos, sostuvo el hechizo
mágico con vigor renovado, uniendo su mente tanto con el banco de peces como para
concentrarse en entrelazar su cuerpo, y el cuerpo del ángel a quién se
aferraba, entre el grupo que formaban.
Solamente un banco de peces… buscando comida
del agua. Buscando...
Sus
nudillos hicieron contacto con la pared del cañón. Mientras que muchos lugares
eran demasiado empinados como para poder agarrarlos, algunas cosas crecían y
vivían en las grietas debajo de los riscos. El suave y ondulado toque de los
abanicos de mar, la rápida y sorprendente punzada de algún tipo de pez moma,
viendo si tenía comida antes de que la criatura se escondiera otra vez. Se
sujetó, ella misma y a su carga, pegada al tronco de abanico de mar. Sus
escasas habilidades mágicas estaban debilitadas, por lo que los peces
comenzaban a desperdigarse. Le dolía el brazo de sujetarle. El ala cortada
ayudaba, ajustándose alrededor de los dos, pero sentía en su interior que
estaba conectada a su dueño y finalmente fallaría si no les encontraba un lugar
para descansar.
Si sabía
que no tenía prácticamente ninguna posibilidad contra un antiguo Oscuro, cegado y furioso, imagina
cuantas tendría contra todos los que sentía iban tras este ángel.
Podría
encontrar un túnel y entrar en él, se dijo a sí misma. Bajaría hasta la
profundidad necesaria para sacarlo del alcance de los sentidos de las malvadas
criaturas que los perseguían. Si lo conseguía, quizás pensarían que se lo había
llevado una corriente y ya no estaba en la zona.
- Y luego ambos moriréis porque os quedáis
atrapada o perdidos o habrán cosas horribles esperándonos…
Se
desplazó a lo largo del acantilado, siguiéndolo sólo por medio del tacto,
tratando de no dejarse llevar por el pánico, alimentado con el hecho de que
toda luz, excepto la que provenía del tenue resplandor de las alas, había
desaparecido.
Un día,
encontró una postal flotando en el agua. Era sobre un lugar que los seres
humanos llamaban el Gran Cañón. Tía Jude le dijo a Anna que esos acantilados
submarinos también habían sentido el toque del sol, hace miles de años. El
mundo era tan antiguo, tan antiguo como la Propia
Dama. Tan antiguo como estas inmundicias que tratarían de atraparlos en
cuando la hubieran encontrado.
Encontró
una grieta lo suficientemente amplia para ambos y descubrió que conducía a un
túnel estrecho. Cuando lo siguió, arrastrando su carga con ella, intentó no
pensar en su falta de opciones si los estaba llevando hasta un lugar sin
salida, donde podrían ser fácilmente atrapados por sus perseguidores.
No había
ningún mayor terror para una criatura marina que quedarse atrapado en algún
lugar. La falta de capacidad para moverse significaba una muerte segura, tener
que esperar la muerte era la peor forma de morir. Esa era la razón por la que
Anna admiraba a Jude, ella consiguió mantenerse cuerda durante todas las horas
que permaneció enredada en esa red.
Protegida
por ese pensamiento, siguió avanzando, tratando de mantener el sentido de la
orientación con una mano apoyada en la pared, aunque le frío terror en sus
venas le decía que ya no estaba segura de si iba hacia arriba o hacia abajo.
Estaba completamente segura de que ahora habrían rocas por todos lados, el
ocasional cono de una estalagmita o una estalactita, le recordaron las palabras
de la tía Jude sobre la historia basada en esas cavernas. ¿Se acordaría de
salir de la trampa del oscuro Abismo?
Esta era la verdadera oscuridad, del tipo que podía arrastrar a una a la locura
en segundos. De repente, chocó de espaldas contra una pared. Soltó un grito
asustada de miedo y casi decidió volver. Después, pensándolo cuidadosamente, se
concentró lo suficiente como para sentir a su alrededor, se dio cuenta de que
estaba en una curva del túnel y empezó a seguirlo en una nueva dirección.
En un
momento dado, la roca se volvió suave y punzadas de luz empezaron a llegar a
través de los brillantes reflejos de los minerales incrustados en los lados del
túnel. Aunque proporcionaban iluminación, eran demasiado pequeños como para dar
más que un pequeño consuelo, por lo que imaginó que el agua era como un cristal
azul del Caribe tocado por el sol.
Sus
músculos estaban ardiendo. Su cola la impulsó para nadar, de esta manera no
forzaría tanto sus brazos y hombros. Pero descansar no era una opción.
Los
minerales desaparecieron, llevándose la ilusión de la luz con ellos, cuando el
túnel dio otro giro. A pesar de eso, ella continuó avanzando, obedeciendo a la
necesidad de huir de lo que pudiera estar persiguiéndolos, sabiendo por
instinto que eso era la prioridad por encima de todo la demás.
Aquí. Había desaparecido. Vagó
hasta detenerse, usando la cola como una cuña entre las paredes para
mantenerlos en ese lugar mientras esperaba, sondeando. Sí, la falsa
desesperación había desaparecido, trayendo un agudo sentido de alivio. Les
habían perdido.
Peso en
lugar de aportar una ráfaga de confort como ella esperaba, el pensamiento
racional volvió, trayendo el terror con él. Hacía mucho tiempo que había
perdido la pista de la dirección que estaba tomando y de las vueltas que había
dado. ¿En qué había estado pensando? ¿En qué habría estado pensando cuando tomó
la decisión de hacer esto?
Incluso
cuando el pánico aumentó en su pecho, lo reconoció como el más mortal enemigo
al que todavía debía enfrentarse. Una criatura podría rápidamente sellar su
propia sentencia de muerte por ceder al instinto de huir sin sentido. Pero su
energía para resistir había sido minada por aquellas cosas malvadas y también
por el esfuerzo físico de mover al gran ángel. Había llegado más lejos de lo
que nunca se había atrevido a descender… un lugar que había sido parte de las
pesadillas de su infancia. A pesar de sí misma, volvió a la idea de que el Abismo parecía no sólo capaz de tragarse
sus cuerpos físicos, sino que devoraría hasta el recuerdo de su existencia. En
un lugar tan desolado, puede que hasta el Creador
los olvidara.
Soltó un
sollozo entrecortado. Quería volver, llevarlos de vuelta, pero no sabía que les
esperaba si volvían. No importaba. Sólo debía continuar nadando, cuanto más
rápido mejor. Cualquier cosa era mejor que quedarse quieto.
Cuando el
ala rozó el centro de su espalda, al principio no le dio importancia, pero
luego se dio cuenta de que no era el ala de la criatura. Era la mano del ángel,
su brazo salía del interior del círculo del ala para formar un agarre seguro a
su alrededor, atrayéndola cerca contra un cuerpo que era firme y cálido. Vivo.
Está bien. Aún sigo vivo y déjame pensar,
pequeña.
El alivio
que sintió, de no estar sola en esta fosa vacía, casi la hizo ceder contra él
antes de recordar que era ella quien estaba sosteniéndolo. A pesar de que la voz estaba solamente en su
cabeza, la tranquilizó, no solo por el tono aterciopelado que poseía, sino
también por la orden. Era un pensamiento sin miedo. Sin incertidumbre. Y con
una particularidad adicional que inesperadamente la distrajo de sus problemas
inmediatos.
Su mano
se movió por la espalda de ella, después descendió a la curva de su cadera, la
cual estaba escalonada en apretadas escamas que sentían cada movimiento de su
toque. Sus sensibles aletas de los lados también se encontraban contra sus
dedos.
Una sirena. Una joven sirena, vino en mi
ayuda.
La mano subió, enredándose en su cabello suelto. Una verdadera doncella.
Así que
conocía a las de su especie, lo suficiente como para saber que las chicas sin
pareja llevaban el cabello suelto. Luego encontró su perfil cerca de su boca, y
ese pensamiento la hizo deslizarse hasta algún lugar, olvidado.
A pesar
del frío y del miedo, las terminaciones nerviosas se activaron como los
abanicos de mar agitados por la estimulación de una violenta corriente. Ella lo
abrazó ansiosamente, porque el miedo la hizo retraerse lo suficiente para que
pudiera pensar otra vez.
– Están
cerca, – dirigió. – Si ven tu luz…
Habló en
la lengua de las sirenas, una combinación de sonidos que vibraban a través del
agua, porque no estaba segura de si podía oír sus pensamientos. Tampoco sabía
si él conocía su lengua, pero no se preocupó por ello. Él no parecía tener ningún
problema para entenderla.
Fue capaz
de sentir como asentía una vez con la cabeza. Lo sintió sondear los alrededores
de alguna forma. A pesar de eso y de la firme orden de la voz en su mente, se
preguntaba si seguiría consciente. Aunque ella no quería escucharlo, en su
mente aparecían el dolor y el esfuerzo, en una tensa nota debajo de sus
pensamientos. Sus siguientes palabras lo confirmaron, devolviéndole su miedo.
Otro kilómetro y medio más abajo, habrá un
afloramiento, en forma de cabeza de dragón. ¿Sabes lo que es un dragón?
Ella
asintió.
Buena chica. Utilízalo como tu punto de
referencia. Su boca conduce a una serie de cavernas. Allí debe haber luz. Y
calor. Pero es un camino largo. Descendiendo muy abajo por su vientre.
Demasiado lejos.
Sintió su
atención sobre ella, aunque no podía ver los rasgos de su rostro.
Sabes… no hay ángeles femeninas.
No estaba
segura de lo que quería decir con eso.
– Guarde las fuerzas, mi lord. Nos
pondremos a salvo.
Eres hermosa y amable, pequeña. Pero sería
mejor que me dejaras. Déjame morir y sálvate. Hay muchos ángeles pero sólo una
como tú.
Él no
podía saber cómo de ciertas eran esas últimas palabras ¿O sí?
Cuando
giró la cabeza, sus sienes rozaron el rostro de él, su mandíbula. En ese
momento, él levantó su otra mano, y emitió una suave luz azul desde su palma,
dándole un breve destello de luz tenue que casi la hizo sollozar de alivio.
Había abierto los ojos, sorprendentemente el trazo de sus gruesas pestañas
revelaba ahora sus ojos oscuros. Totalmente oscuros. No tenían ninguna parte
blanca, por lo que la forma que tenía de mirarla era peculiar, como un animal.
No podía conocer los pensamientos de él sobre ambos, o si tenía algún
pensamiento en concreto.
Quería
expulsar el pensamiento que la haría descender aún más lejos en la oscuridad y
en un frío glacial, además de que él
podría estar delirando. No sentía ningún temor hacia él, aunque él debía saber
mejor que ella qué era lo que los perseguía.
Estoy muy cuerdo y razono correctamente… pero
veo que necesitas que te lo demuestre.
Su cabeza
descendió y sus labios, su boca, se posó sobre la de ella. Un giro de los
acontecimientos que la paralizó completamente. No la estaba besando, no
exactamente. Era como si estuviera saboreándola, su lengua perfilando los
labios de ella, sus labios persuadiéndola a abrirse como ella ya se había
imaginado.
¿Había
tenido frío? Ahora, parecía que el fuego la consumía. Había estado
custodiándolo en el rol de protector, pero ahora ella se presionó contra él,
uno de los brazos de él se estrechó alrededor de su cuerpo, dejando claro quién
era el más fuerte de los dos. El único capaz de asumir el cargo, manteniendo
los temores a raya.
Salió
disparada atravesando esas nubes de molestos pensamientos y entró en un cielo
azul de algo diferente. Esto era querer y sentir y necesitar… éxtasis y
tristeza juntos en esa curiosa forma, equilibrando la liberación con el anhelo
interminable, dejándole a uno en una extraña confusión de alegría. Sus dedos se
acercaron, tocando hermosamente el lugar donde se encontraban sus labios. Él se
inclinó, y luego sus dientes le mordieron, provocándola. Sorprendentemente,
ella casi se rio.
Una
sacudida recorrió el cuerpo de él, interrumpiendo el momento, haciendo que su
corazón diera un salto en su garganta.
– Mi
lord…
Volvió a
perder el conocimiento, sus labios vagaban por la mandíbula de ella. Anna nunca
se había sentido tan despierta en su vida.
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