25 junio 2012

Capítulo Dos de "Un Beso de Sirena" (A Mermaid's Kiss) - Joey W. Hill

¡¡Hola chicas y chicos!!

Aquí os dejo el segundo capítulo de esta historia entre un ángel y una sirena.

Pido perdón por los posibles errores de traducción.

¡¡Espero que os guste!!








Dos
Enseguida, sintió mucho frío. Mientras descendía, Anna intentó no pensar en la creciente oscuridad, las sombras fundiéndose unas con otras mientras la luz era dejada atrás, anunciando la negrura total que le esperaba a continuación. Apretó el ala contra ella como si representara un juramento de vida – o – muerte.
Cuando la curva de su cola tocó el borde de otro precipicio, se asustó. El ala se posó muy lentamente. Cuando lo hubo hecho, ella se percató de que estaba cubriendo una forma parcialmente iluminada por la pálida luz interna del ala. Cuando el ala se deslizó hacia un lado, la luz aumentó de intensidad, haciéndola comprender que antes debía estar cubriendo la otra ala cuya luz era más brillante, pues todavía estaba unida a su propietario.  
Flotó acercándose, colocándose sobre él. Sus ojos estaban cerrados y tenían un corte en el rostro, un pequeño corte comparado con la alarmante herida abierta en su espalda, que manchaba de azul la otra ala y su piel. El resto de su cuerpo estaba magullado, cubierto de moratones como si hubiera sido golpeado y arañado.
Tragó con preocupación.
Otra corriente en aquella dirección, y rodaría del borde de esta serie de rocas cayendo aún más profundo, donde la temperatura podía bajar más allá de lo que ella pudiera soportar. Aún así, no había ningún lugar aquí donde poder ponerlo a cubierto.
Miró hacia arriba. Se estaban acercando. En la desesperación antinatural flotando en el borde de su consciencia, podía sentirlos. De forma dispersa, pero descendiente. Y no venían con la intención de ayudarle, fueran quienes fuesen.
El ala vagaba lentamente por alrededor, por lo que ella extendió la mano para cogerla, sólo para darse cuenta de que en realidad no vagaba. Estaba...colocándose. Se colocaba en la posición correcta para poder alinearse con la herida de su espalda.
En ese momento, el ala la rozó. Como estaba inclinada hacia el ángel, se curvo rodeándola, tirando de ella hacia abajo, acercándola. Ella intentó liberarse, pero antes de conseguirlo se encontró recostada sobre el lado de la inerte criatura mientras el ala se auto plegaba alrededor de su anfitrión. Su alarma se calmó cuando Anna se dio cuenta de que estaba simplemente dentro del espacio que formaba su interior curvado.
Tenía un poco de miedo a mirar su rostro a tan corta distancia, pero su curiosidad ganó a su buen juicio. Con esa única mirada entendió el por qué su tía abuela había llorado con aquel recuerdo.
Era increíblemente hermoso. No, eso no era cierto. Era tan perfecto como la Naturaleza podía haberlo creado, y nada podía hacer algo mejor que la Naturaleza. Mientras que sus primos siempre estaban intentando parecer más bellos, como si esa fuera la principal razón de su existencia, una orquídea submarina emergía de una grieta de coral avergonzándolos a todos.
Le dolía en el corazón mirar algo tan hermoso como esto, tan perfecto que la estaba emocionando de una forma casi física. A pesar del peligro que los perseguía, por un momento estaba absolutamente en calma, asombrada por estar tan cerca como para poder tocarlo. Unas cejas altas y finas. Una nariz realmente recta. Su cabello era oscuro, muy oscuro en combinación con casi el color del agua por la noche y la hizo saltar cuando le rozó la parte superior de los brazos. Cuando flotó sobre su cara, rozando esos rasgos esculpidos, vio que las hebras de varias longitudes formaban una melena hasta los hombros. Supuestamente, la capa de arriba había sido trenzada para mantener el resto fuera de su campo de visión, porque ahora se encontraba medio desecha. La línea afeitada de su mandíbula hacia casi imposible resistirse al deseo de acercarse y tocarle el rostro, experimentar lo que veían sus ojos: una suave piel, huesos cincelados. La textura de su boca. Recordó la forma en que el ala le había hecho imaginar la boca de un hombre en la suya, y su cuerpo inesperadamente se apretó completamente a lo largo de donde estaba tendida contra él. Ella lo quería, pero de formas que iban más allá del entendimiento físico y emocional.
Necesitaba ser una parte de él. Su belleza hablaba de luz, una luz tan pura que podría quemar totalmente el cuerpo mientras el alma se unía a él, pero estaba dispuesta a convertirse en cenizas si eso le permitía permanecer en su presencia.
Y no volvería a sentirse sola nunca más.
Esa era una extraña orden, una diferente, mucho más agradable de lo que las criaturas oscuras habían intentado imponer en su mente. Anna la desechó con esfuerzo y se concentró en el problema inmediato, la locura que estaba apunto de hacer. Hacer rodar a ambos para caer más en el Abismo.
Cuando curvó sus brazos alrededor de su torso, no pudo abarcarlo completamente. Tenía amplios hombros, necesarios para soportar esas alas, estaba segura. Y un pecho amplio.
A diferencia de la carne humana, la cual se sentía fría y resbaladiza bajo el agua, o de las criaturas marinas, las cuales se sentían suaves y elegantes, él se hallaba entre duro músculo y cálida piel suave. Eso la tranquilizó, porque había estado preocupada por si se vería afectado por las presiones en las profundidades de la manera en que los seres humanos lo hacían. El ala permaneció atentamente inclinada sobre ella. ¿Se quedaría con ella? ¿Podría sujetarlo mientras caían, o lo perdería en la oscuridad?
Cuando sintió que el corazón de él latía contra el de ella, endureció los brazos alrededor de él. Cerró los ojos, tenía que controlarse para prestar atención a lo que estaba intentando hacer y no solo permanecer allí, abrazada a él felizmente hasta que la muerte les llegara a ambos.
Sintió su paso a través de las plumas a su lado, su cintura, un punto fácil para poder agarrarse. Usando su cola, empujó contra el suelo, su hueso de la cadera presionando en la pierna de él. Todo lo que él llevaba era media túnica atada a la cintura que ondeó con el movimiento del agua, y sintió el duro músculo de su muslo.
– Vamos,  – susurró desesperadamente. – Debemos movernos.
Tenían que ir a un lugar más profundo, donde su luz no fuera visible. El calor aplastante que sentía por estar con él estaba siendo envenenado por una desesperación artificial que se introducía cada vez más profundamente en su mente. Sus enemigos estaban demasiado cerca.
Lentamente, a pesar del peso de las alas, comenzó a girar, acercándose al borde. Ella empujó más fuerte con su cola, queriendo caer lo bastante despacio para que no rebotaran contra los bordes afilados de coral.  
– Vamos. – Tenían que llegar a un lugar mucho más profundo.
Ya estaba a más profundidad de la que nunca hubiera estado, y Diosa, si sólo el agua no estuviera fría. Tan fría. Y la oscuridad. Su luz era la única luz. Cuando cayeron juntos, con ella envuelta en su ala y estrechándolo en sus brazos, se dio cuenta de que podría perder su sentido de la orientación, bajando cuando tuviera intención de subir, y nunca más encontraría el camino hacia la superficie. Esa realidad le provocó otro terrible pensamiento. Cuando estuviera perdida en la oscuridad, no le importaría nada. Nadie.
Pero la nada significaría no sufrir más dolor o soledad, recordó ella.
– Ridícula, incompetente. – Se reprendió con crueldad. Comentarios insensibles que la enfadaron pero no le dieron a su ira ningún lugar donde poder enfocarse porque todo era inútil. Todo eso se disolvería en el Abismo, como los pozos de alquitrán donde las criaturas de la Edad de Hielo fueron destruidas. No quedaría nada… nada.
Oh, Dios. No quería morir. Las luces rojas estaban demasiado cerca. Estaban apunto de alcanzarlos.
¡No! El ala se apretó alrededor de sus caderas y Anna aguantó el aumento de peso del herido ángel, lo sintió vivo contra ella.  Piensa en él, Anna. Cuando poderoso y magnífico debía ser admirado en el cielo, con sus alas desplegadas. Protegiendo. Existiendo. ¿Cómo iba a poder ocultar su luz?
Rezó para que Los Oscuros estuvieran siguiendo la luz y no la esencia del hombre mismo – un Alma con un Indicador mágico –. Echó un pequeño hechizo de magia sobre ellos, tan insignificante en comparación con lo que pretendía ocultar y teniendo en cuenta quienes les buscaban, que tenía tantas esperanzas de garantizar su seguridad como de que una nube de espuma engañara a un tiburón. A muchos tiburones.
 Ven a mí. Mandó la orden con su mente urgentemente.
Vinieron como luciérnagas del mar,  introduciéndose en la oscuridad. Los peces del Abismo tenían una extraña variedad de formas y tamaños que pegaban bien con su mundo surrealista y vivían sin temor en el vacío. Se acercaban desde varias direcciones, en grupos pequeños y, después,  en un gran banco.
Sus resplandores le recordaron que la luz provenía del interior. No temería a la oscuridad. Si ellos lo atrapaban, lo matarían… o peor. No podía permitirlo.
Convocó a los peces para poder desplazarse con ellos, se introduciría entre ellos hasta que los dos formaran parte de un banco de muchos colores iridiscentes diferentes, pero principalmente de blancos y platas. Aunque tuvieron que descender, para mezclarse con ella y su preciosa carga, una parte de su recorrido.
Quédate conmigo. Contuvo las simples y puras mentes cuando sintió a la oscuridad acercándose, observando. Oh, Diosa, buscó. No se permitiría entrar en pánico, porque si lo hacía, los peces se dispersarían. Céntrate en mí. No te buscan.
Cuando la mente colectiva sondeando la encontró, tocándola,  el miedo y la desesperación fuer como si chocara de frente contra el lado de acero de un inesperado naufragio. Las emociones eran tan fuertes que por un momento estuvo desorientada, aterrorizada, pensando en los monstruos que habían aparecido a su alrededor.
Estas no son tus emociones. Están utilizándote, manipulándote.
Las empujó fuera de ellos con una ráfaga de feroz resistencia. Tenía bastantes integrantes extraordinarios ayudándola en su misión, muchas gracias. Nadie había decidido separarse de ella manteniéndose dentro del alcance de su poder.
Afortunadamente un impulso de corriente, una oleada incluso más fría, arraigó en ese momento clave, haciéndolos rodar lejos cuando los peces habían huido asustados en esa dirección, una reacción a la perturbación en su mente.
Estabilízalos, sostuvo el hechizo mágico con vigor renovado, uniendo su mente tanto con el banco de peces como para concentrarse en entrelazar su cuerpo, y el cuerpo del ángel a quién se aferraba, entre el grupo que formaban.
Solamente un banco de peces… buscando comida del agua. Buscando... 
Sus nudillos hicieron contacto con la pared del cañón. Mientras que muchos lugares eran demasiado empinados como para poder agarrarlos, algunas cosas crecían y vivían en las grietas debajo de los riscos. El suave y ondulado toque de los abanicos de mar, la rápida y sorprendente punzada de algún tipo de pez moma, viendo si tenía comida antes de que la criatura se escondiera otra vez. Se sujetó, ella misma y a su carga, pegada al tronco de abanico de mar. Sus escasas habilidades mágicas estaban debilitadas, por lo que los peces comenzaban a desperdigarse. Le dolía el brazo de sujetarle. El ala cortada ayudaba, ajustándose alrededor de los dos, pero sentía en su interior que estaba conectada a su dueño y finalmente fallaría si no les encontraba un lugar para descansar.
Si sabía que no tenía prácticamente ninguna posibilidad contra un antiguo Oscuro, cegado y furioso, imagina cuantas tendría contra todos los que sentía iban tras este ángel.
Podría encontrar un túnel y entrar en él, se dijo a sí misma. Bajaría hasta la profundidad necesaria para sacarlo del alcance de los sentidos de las malvadas criaturas que los perseguían. Si lo conseguía, quizás pensarían que se lo había llevado una corriente y ya no estaba en la zona.
 - Y luego ambos moriréis porque os quedáis atrapada o perdidos o habrán cosas horribles esperándonos…
Se desplazó a lo largo del acantilado, siguiéndolo sólo por medio del tacto, tratando de no dejarse llevar por el pánico, alimentado con el hecho de que toda luz, excepto la que provenía del tenue resplandor de las alas, había desaparecido.
Un día, encontró una postal flotando en el agua. Era sobre un lugar que los seres humanos llamaban el Gran Cañón. Tía Jude le dijo a Anna que esos acantilados submarinos también habían sentido el toque del sol, hace miles de años. El mundo era tan antiguo, tan antiguo como la Propia Dama. Tan antiguo como estas inmundicias que tratarían de atraparlos en cuando la hubieran encontrado.
Encontró una grieta lo suficientemente amplia para ambos y descubrió que conducía a un túnel estrecho. Cuando lo siguió, arrastrando su carga con ella, intentó no pensar en su falta de opciones si los estaba llevando hasta un lugar sin salida, donde podrían ser fácilmente atrapados por sus perseguidores.
No había ningún mayor terror para una criatura marina que quedarse atrapado en algún lugar. La falta de capacidad para moverse significaba una muerte segura, tener que esperar la muerte era la peor forma de morir. Esa era la razón por la que Anna admiraba a Jude, ella consiguió mantenerse cuerda durante todas las horas que permaneció enredada en esa red.
Protegida por ese pensamiento, siguió avanzando, tratando de mantener el sentido de la orientación con una mano apoyada en la pared, aunque le frío terror en sus venas le decía que ya no estaba segura de si iba hacia arriba o hacia abajo. Estaba completamente segura de que ahora habrían rocas por todos lados, el ocasional cono de una estalagmita o una estalactita, le recordaron las palabras de la tía Jude sobre la historia basada en esas cavernas. ¿Se acordaría de salir de la trampa del oscuro Abismo? Esta era la verdadera oscuridad, del tipo que podía arrastrar a una a la locura en segundos. De repente, chocó de espaldas contra una pared. Soltó un grito asustada de miedo y casi decidió volver. Después, pensándolo cuidadosamente, se concentró lo suficiente como para sentir a su alrededor, se dio cuenta de que estaba en una curva del túnel y empezó a seguirlo en una nueva dirección.
En un momento dado, la roca se volvió suave y punzadas de luz empezaron a llegar a través de los brillantes reflejos de los minerales incrustados en los lados del túnel. Aunque proporcionaban iluminación, eran demasiado pequeños como para dar más que un pequeño consuelo, por lo que imaginó que el agua era como un cristal azul del Caribe tocado por el sol.
Sus músculos estaban ardiendo. Su cola la impulsó para nadar, de esta manera no forzaría tanto sus brazos y hombros. Pero descansar no era una opción.
Los minerales desaparecieron, llevándose la ilusión de la luz con ellos, cuando el túnel dio otro giro. A pesar de eso, ella continuó avanzando, obedeciendo a la necesidad de huir de lo que pudiera estar persiguiéndolos, sabiendo por instinto que eso era la prioridad por encima de todo la demás.
Aquí. Había desaparecido. Vagó hasta detenerse, usando la cola como una cuña entre las paredes para mantenerlos en ese lugar mientras esperaba, sondeando. Sí, la falsa desesperación había desaparecido, trayendo un agudo sentido de alivio. Les habían perdido.
Peso en lugar de aportar una ráfaga de confort como ella esperaba, el pensamiento racional volvió, trayendo el terror con él. Hacía mucho tiempo que había perdido la pista de la dirección que estaba tomando y de las vueltas que había dado. ¿En qué había estado pensando? ¿En qué habría estado pensando cuando tomó la decisión de hacer esto?
Incluso cuando el pánico aumentó en su pecho, lo reconoció como el más mortal enemigo al que todavía debía enfrentarse. Una criatura podría rápidamente sellar su propia sentencia de muerte por ceder al instinto de huir sin sentido. Pero su energía para resistir había sido minada por aquellas cosas malvadas y también por el esfuerzo físico de mover al gran ángel. Había llegado más lejos de lo que nunca se había atrevido a descender… un lugar que había sido parte de las pesadillas de su infancia. A pesar de sí misma, volvió a la idea de que el Abismo parecía no sólo capaz de tragarse sus cuerpos físicos, sino que devoraría hasta el recuerdo de su existencia. En un lugar tan desolado, puede que hasta el Creador los olvidara.
Soltó un sollozo entrecortado. Quería volver, llevarlos de vuelta, pero no sabía que les esperaba si volvían. No importaba. Sólo debía continuar nadando, cuanto más rápido mejor. Cualquier cosa era mejor que quedarse quieto.
Cuando el ala rozó el centro de su espalda, al principio no le dio importancia, pero luego se dio cuenta de que no era el ala de la criatura. Era la mano del ángel, su brazo salía del interior del círculo del ala para formar un agarre seguro a su alrededor, atrayéndola cerca contra un cuerpo que era firme y cálido. Vivo.
Está bien. Aún sigo vivo y déjame pensar, pequeña.
El alivio que sintió, de no estar sola en esta fosa vacía, casi la hizo ceder contra él antes de recordar que era ella quien estaba sosteniéndolo.  A pesar de que la voz estaba solamente en su cabeza, la tranquilizó, no solo por el tono aterciopelado que poseía, sino también por la orden. Era un pensamiento sin miedo. Sin incertidumbre. Y con una particularidad adicional que inesperadamente la distrajo de sus problemas inmediatos.
Su mano se movió por la espalda de ella, después descendió a la curva de su cadera, la cual estaba escalonada en apretadas escamas que sentían cada movimiento de su toque. Sus sensibles aletas de los lados también se encontraban contra sus dedos.
Una sirena. Una joven sirena, vino en mi ayuda. La mano subió, enredándose en su cabello suelto. Una verdadera doncella.
Así que conocía a las de su especie, lo suficiente como para saber que las chicas sin pareja llevaban el cabello suelto. Luego encontró su perfil cerca de su boca, y ese pensamiento la hizo deslizarse hasta algún lugar, olvidado.
A pesar del frío y del miedo, las terminaciones nerviosas se activaron como los abanicos de mar agitados por la estimulación de una violenta corriente. Ella lo abrazó ansiosamente, porque el miedo la hizo retraerse lo suficiente para que pudiera pensar otra vez.
– Están cerca, – dirigió. – Si ven tu luz…
Habló en la lengua de las sirenas, una combinación de sonidos que vibraban a través del agua, porque no estaba segura de si podía oír sus pensamientos. Tampoco sabía si él conocía su lengua, pero no se preocupó por ello. Él no parecía tener ningún problema para entenderla.
Fue capaz de sentir como asentía una vez con la cabeza. Lo sintió sondear los alrededores de alguna forma. A pesar de eso y de la firme orden de la voz en su mente, se preguntaba si seguiría consciente. Aunque ella no quería escucharlo, en su mente aparecían el dolor y el esfuerzo, en una tensa nota debajo de sus pensamientos. Sus siguientes palabras lo confirmaron, devolviéndole su miedo.
Otro kilómetro y medio más abajo, habrá un afloramiento, en forma de cabeza de dragón. ¿Sabes lo que es un dragón?
Ella asintió.
Buena chica. Utilízalo como tu punto de referencia. Su boca conduce a una serie de cavernas. Allí debe haber luz. Y calor. Pero es un camino largo. Descendiendo muy abajo por su vientre. Demasiado lejos.
Sintió su atención sobre ella, aunque no podía ver los rasgos de su rostro.
Sabes… no hay ángeles femeninas.
No estaba segura de lo que quería decir con eso. 
– Guarde las fuerzas, mi lord. Nos pondremos a salvo.
Eres hermosa y amable, pequeña. Pero sería mejor que me dejaras. Déjame morir y sálvate. Hay muchos ángeles pero sólo una como tú.
Él no podía saber cómo de ciertas eran esas últimas palabras ¿O sí?
Cuando giró la cabeza, sus sienes rozaron el rostro de él, su mandíbula. En ese momento, él levantó su otra mano, y emitió una suave luz azul desde su palma, dándole un breve destello de luz tenue que casi la hizo sollozar de alivio. Había abierto los ojos, sorprendentemente el trazo de sus gruesas pestañas revelaba ahora sus ojos oscuros. Totalmente oscuros. No tenían ninguna parte blanca, por lo que la forma que tenía de mirarla era peculiar, como un animal. No podía conocer los pensamientos de él sobre ambos, o si tenía algún pensamiento en concreto.
Quería expulsar el pensamiento que la haría descender aún más lejos en la oscuridad y en un frío glacial,  además de que él podría estar delirando. No sentía ningún temor hacia él, aunque él debía saber mejor que ella qué era lo que los perseguía.
Estoy muy cuerdo y razono correctamente… pero veo que necesitas que te lo demuestre.
Su cabeza descendió y sus labios, su boca, se posó sobre la de ella. Un giro de los acontecimientos que la paralizó completamente. No la estaba besando, no exactamente. Era como si estuviera saboreándola, su lengua perfilando los labios de ella, sus labios persuadiéndola a abrirse como ella ya se había imaginado.
¿Había tenido frío? Ahora, parecía que el fuego la consumía. Había estado custodiándolo en el rol de protector, pero ahora ella se presionó contra él, uno de los brazos de él se estrechó alrededor de su cuerpo, dejando claro quién era el más fuerte de los dos. El único capaz de asumir el cargo, manteniendo los temores a raya.
Salió disparada atravesando esas nubes de molestos pensamientos y entró en un cielo azul de algo diferente. Esto era querer y sentir y necesitar… éxtasis y tristeza juntos en esa curiosa forma, equilibrando la liberación con el anhelo interminable, dejándole a uno en una extraña confusión de alegría. Sus dedos se acercaron, tocando hermosamente el lugar donde se encontraban sus labios. Él se inclinó, y luego sus dientes le mordieron, provocándola. Sorprendentemente, ella casi se rio.
Una sacudida recorrió el cuerpo de él, interrumpiendo el momento, haciendo que su corazón diera un salto en su garganta.
– Mi lord…
Volvió a perder el conocimiento, sus labios vagaban por la mandíbula de ella. Anna nunca se había sentido tan despierta en su vida. 

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