18 junio 2012

Capítulo Uno de "Un Beso de Sirena" (A Mermaid's Kiss) - Joey W. Hill

¡¡Hola chicas y chicos!!

Como dije la semana pasada, he empezado a traducir este libro sobre una sirena y un ángel.

Como siempre, pido disculpas por los posibles fallos en la traducción.

¡¡Espero que os guste!!










Uno


Brilló un relámpago, el cielo estaba oscuro, antinatural. ¿Era suyo, o de sus enemigos? No podía decirlo claramente. Pero el ansia de sangre requería de instinto, no de pensamiento, y el dolor podía ser ignorado. Cuando rugió con furia, el calor resultante que se disparó a través de la hoja de su espada le iluminó el entorno. Un centenar de sombras convergentes, casi indistinguibles de las nubes negras; sin embargo, el más cercano estaba lo suficientemente cerca como para convertirse en un rival. El grito de muerte del Oscuro hizo que los labios de Jonah se curvaran en una sonrisa satisfecha, salvaje, a pesar del mal sabor de la sangre de la criatura salpicada hasta su boca.

Bien o mal, ¿qué importaba? Todo dependía de esto en la batalla final. Quienes fueran los mejores quedarían en pie, si tenían suerte y habilidad para aguantar.

Pero la Dama no estaba con ellos en esta tierra. Luchaba por Ella, pero él nunca sentía Su presencia. Fue ese pensamiento solitario lo que lo derrotó, apartando su atención por un parpadeo y permitiendo que sus enemigos le arrebataran la espada de su mano. Fue de punta a punta a través de los cielos, formando un arco y, a continuación, directamente abajo hacia la tierra. Dando vueltas, como un tornado. El golpe del hacha de guerra, que no pudo evitar, fue un pálido destello entre un tapiz malévolo de ojos rojos y colmillos descubiertos.

Tal vez esperaban conseguir darle en la columna, con la intención de partirle por la mitad. Una ironía, puesto que sería un reflejo de su mente en estos días. Pero en su lugar, cortaron una de sus alas. La sacudida recorrió su cuerpo con un terrible golpe seco como el hachazo a un árbol. Una descarga de agonía se disparó a través de su torso, entumeciendo sus piernas y brazos en esos momentos clave.

Perdiendo el equilibrio, se precipitó entre ellos. Jonah arremetió, gruñendo, luchando con los puños desnudos. La sangre descendió por su espalda, chorreando sobre sus muslos como brutales garras surgiendo de la herida abierta.

Usando la última reserva de concentración que le quedaba, electrificó el aire a su alrededor. El demoledor relámpago sacudió sus propios músculos y terminaciones nerviosas, arrancando un ronco grito de su garganta que se perdió entre los aullidos de sus enemigos. Sin embargo, el olor a carne quemada fue siniestramente dulce.

Descendió en caída libre, cada vez más y más, incapaz de controlar nada mientras bajaba metros y metros, su única ala hacía del descenso algo imprevisible, retorciéndolo de forma salvaje y arrancándole su capacidad de mantenerse consciente.

No importaba. Prefería la muerte al desmembramiento. Otro rayo iluminó el cielo, aunque esta vez no provenía de él, trazando las diabólicas siluetas de sus atacantes. Unos pocos se habían recuperado lo suficiente como para lanzarse tras él. Sabía que intentarían atraparlo vivo. Y luego se desataría completamente el Infierno. Literalmente.

Cuando su cuerpo cayó en el mar, la colisión levantó una columna de agua como un geiser. Tal y como fue el golpe, la consecuencia impactaría contra la costa a pocos kilómetros de distancia, como si fuera un tsunami. Saliendo de la nada, desconcertaría a los siempre ignorantes e inconscientes humanos.

Una piedra lanzada a un estanque crearía ondas, que afectarían a todo lo que tocaran de forma sutil pero innegable.

La caída de un Ángel podría ahogar el corazón de la Tierra.


***


Cuando un relámpago cayó nueve metros por encima de la superficie del océano, Anna se detuvo, descansando su mano sobre la aleta de la ballena. El subsiguiente estruendo del trueno fue lo bastante poderoso como para enviar una vibración a través de la ondulante agua. La ballena jorobada hizo un sonido agudo, pero no se detuvo, su oscura aleta se desplazó a un tranquilo pero determinado paso bajo los dedos de Anna, adelantándose fuera de su alcance.

Había estado viajando con el grupo migratorio durante la noche, buscando la paz del mundo nocturno. Hasta que estalló la tormenta, era capaz de levantar la mirada y ver todas estrellas, la luz de la luna reflejada en el plancton flotante. En las sombras de los arrecifes de coral, los peces dormían, sus cuerpos balanceándose en la corriente. Sí, el océano tenía su propio ritmo, un resonante, latente murmullo, pero había algo diferente en él ahora, casi como si se hubiera detenido, al igual que Anna, como preparándose para algo que no era bueno.

Las nubes se habían reunido con rapidez, engrosando alrededor del lugar, cubriendo el pálido orbe, desplegando sus sombras en el mar como un liso panel construido sobre un estremecedor panorama de olas turbulentas. Las gotas de lluvia caían tan rápidas y fuertes que salpicaban en el agua. Aunque esta noche había ido buscando la tranquilidad, Anna tuvo que admitir que ahora el océano reflejaba mejor su verdadero estado de ánimo.

Claro que, el mar siempre estaba cambiando y en movimiento, a diferencia de su relación con los de su misma especie. Le extrañaba que alguien buscara la compañía de las sirenas, luego se reprendió a si misma por el pensamiento egoísta. Pero por la Diosa, ella no visitaba el palacio muy a menudo. ¿Era mucho pedir que sus primos no fueran tan egocéntricos y estrechos de miras? Solo había ido porque quería verlos, y ellos actuaron como si quisieran que se marchara un minuto después de haber llegado.

Quizás debería haberse expresado de forma diferente.

- Hola, a todos. Estoy de visita porque voy a morir en once meses. Sólo quería que supierais que os echaré de menos.

Pero no los echaría de menos, ¿verdad? No echaría de menos que nunca le hubieran aportado nada a su vida, y había estado esperado, por un fugaz instante, alguna reacción por su parte, ahora que se le acababa el tiempo.

No se arrepentía de haberles atado el pelo con nudos mientras dormían antes de huir de allí. Ni de apretarles la mano y la frente durante largo rato contra la sólida puerta de la sala del trono de Neptuno.

Otro resonante trueno la devolvió al presente, contenta por la oportunidad de dejar atrás sus perturbadores pensamientos. No, se sentía algo raro en el ambiente, como si las placas tectónicas se hubieran desplazado, enviando una onda sísmica a través del agua como un alarmante golpe de presión. Las ballenas podían detectarlo, ¿no?

Cuando Anna vio vacilar a la ballena macho, comprobando los alrededores como ella había estado haciendo momentos antes, supo que él también había percibido la anormalidad. No era de extrañar que el grupo migratorio estuviera en movimiento por la noche. Le había parecido extraño, pero hasta ahora todo había transcurrido tan apacible, calmado. Sin embargo, las ballenas tendían a anticipar las cosas. La madre debía conducir al bebé a un lugar seguro mientras su compañero vigilaba que no hubiera peligro. Anna se preguntaba cómo sería tener alguien así.

Oh, Gran Dama, tampoco quería tener ese tipo de pensamientos. Estaba sola. Siempre estaría sola. Ya debería estar resignada con eso, con todo. Y en realidad, había estado bien durante todos estos años, sabiéndolo. Es solo que ahora, no había nada...

Gritó cuando un objeto cayó atravesando el agua delante de ella, introduciéndola en una turbulencia. Cuando algo cortante chocó contra su mano, compulsivamente cerró los dedos a su alrededor aunque estaba dando volteretas hacia atrás. Pese a que una voltereta sugiere un patrón circular, predecible en su desarrollo, ella estaba contorsionándose, elevándose y cayendo, mientras el mar embravecido se convulsionaba como si el proyectil hubiera sido una bala golpeando el corazón del océano.

Chocó contra un arrecife de coral, pinchándose con sus afilados bordes. Después, la estela se apoderó de ella y arrastró su cuerpo por el coral, arrancando varias escamas de su sensible cola. La aleta izquierda de su cola quedó atrapada, arrancándole un enorme chillido.

Cuando pasó la turbulencia y volvió a flotar libre, una suave neblina de su propia sangre se arremolinó a su alrededor como si fuera tinta expulsada por un calamar. Temblando, Anna miró lo que instintivamente mantenía todavía agarrado, la sangre de su mano fluyendo a su alrededor.

Era una pluma.

Pero no una pluma cualquiera. Se obligó a sí misma a mantener la tranquilidad y a continuar así, porque era evidente que esto no pertenecía a una gaviota ni a un desventurado cisne alejado de tierra. Tenía una iridiscencia, lechosa reluciente, con un aura azul que brillaba aun estando separada de su dueño. Tragó, abriendo ampliamente los ojos, sus rasguños olvidados al darse cuenta de qué debía ser.

Una pluma de ángel.

Había escuchado historias maravillosas de los ángeles. Como que un niño marino era capaz de ver uno por la noche, volando por el cielo como una estrella fugaz. Si eso sucedía, el niño tendría una única oportunidad de echarle un vistazo y luego debía agachar la cabeza, para pedir un deseo; O que si alguien tenía la extraordinaria experiencia de estar en presencia de un ángel, tenía prohibido el hablar, a menos que el ángel se lo ordenara. De lo contrario, la lengua simplemente se desintegraría en su presuntuosa garganta.

Un ángel era el escalón más alto después de la misma Diosa, hacían Su voluntad.

Los Señores del aire, el cielo, incluso de la tierra y el agua. Nada los limitaba excepto la Dama. Podían ser agentes de destrucción o de vida, dependiendo de Su voluntad, segadores o salvadores de vida.

Los seres humanos eran la única especie que consideraba la existencia de los ángeles como creencia en lugar de hecho. Era siniestramente divertido la cantidad de cosas reales que los seres humanos consideraban mitos o ilusiones. O pesadillas. Nadie sabía por qué la Deidad permitía que los humanos mantuvieran esa ignorancia pueril sobre algo que el resto de ellos conocía.

Aunque Anna, quien formaba parte tanto del mundo humano como del de las personas marinas, tenía sus teorías.

Aunque ella sabía que existían los ángeles, podría haberse burlado de alguna de las historias, ya que nadie que conociera había interactuado con uno de cualquier forma significativa durante décadas, pero su tía abuela, hermana de Neptuno, fue salvada por un ángel. Todavía era uno de los recuerdos más vividos en la vida de la anciana mujer marina, a pesar de que le ocurrió cuando era apenas una niña. Atrapada dentro de una perdida red para camarones, había caído en el Abismo, una serie de arrecifes y cavernas que descendían tanto que nadie sabía cómo de profundas eran. Las corrientes la habían llevado al interior de las cavernas, haciéndola caer más y más. Había luchado contra la red hasta que, agotada, se había resignado a su propia muerte, por más que luchara, la profundidad de los túneles se apoderaba de ella.

Poco después, se encontró en un lugar de fuego. Calor, muy por debajo de donde existe el calor en el océano. En lugar de morir por el fuego, tía Judith, o Jude como todos la llamábamos, fue desenredada y rescatada de ese lugar por un ángel. Tan bello que siempre lo recordó, ella lloraba cuando lo mencionaba.

Jude fue ciega desde entonces, una criatura marina que dependía de otros para que fueran sus ojos. A pesar de que ella pensó que fue el ángel quien había tomado su vista a cambio de su vida, no encontró ninguna mala voluntad en sus actos.

- Él se cortó cuando me ayudó a escapar de la red. Recuerdo que su sangre era azul, como el cielo. -

La pluma que tenía Anna estaba teñida con ese azul. El agua no podía eliminar el fluido, como si la pluma se negara a liberar una parte intrínseca de sí misma, consciente de que ese no era el entorno al que pertenecía.

Quizás la sangre era simplemente de donde se había arrancado la pluma.

Aunque pensar en un ángel siendo desplumado como un pollo parecía casi sacrilegio. Pero no eran dioses. Solo seres increíblemente poderosos en comparación a todos los demás, como las ballenas comparadas al plancton. Sin embargo, las ballenas podían ser dañadas, ¿ellos no?

Estaba segura de que ese era un pensamiento que la mayoría… no, que nunca había tenido ninguna sirena.

Recalcando aún más otra de las razones del por qué estaba aquí afuera sola.

¿Y si la repentina tormenta de hace un rato era en realidad una de las batallas entre los ángeles y los Oscuros? Todo el mundo sabía que estaban ocurriendo más a menudo últimamente, creando violentos desajustes climáticos que le hacían agradecer el poder buscar refugio en las profundidades del océano.

Sí, los ángeles eran seres con un poder terrible. Las formas que tenían de actuar eran un misterio, pero eran esenciales para el equilibrio y la protección de todo lo que existía. Anna dudó, mirando el rastro de burbujas que se desprendían desde el desconocido misil esparcirse, dispersarse, mientras el océano todavía se removía inquietamente.

No, debería seguir a las ballenas. Mantenerse fuera de esto. Fuera lo que fuera.

En aquel momento fue cuando vio el ala.

De no ser por el resplandor etéreo, podría haber pensado que era una mantarraya, el flujo lento de sus va-y-venes la mecían pareciendo una manta mientras se posa en el agua, o las largar hebras del cabello de sus vanidosos primos, moviéndose como gruesas cintas de sedosa alga marina.

Sin embargo, este movimiento fluido se fue convirtiendo en círculos cada vez más desiguales, descendiendo más y más. Tenía el mismo líquido azul no sólo aferrado a ella, sino que flotaba a su alrededor de una forma que le recordó cómo su propia sangre había enturbiado el agua en el arrecife de coral. Únicamente, la sangre de un ángel conseguía hacer, sencillamente, que el ala pareciera más bella, colores del cielo y la Luna juntos, piezas del firmamento amputadas y a la deriva en su mundo.

Estaba nadando hacia ella antes de llegar a considerar si era conveniente hacerlo.

Mientras lo hacía, se dio cuenta de que era la única que lo inventaba. Una mirada alrededor le indicó que todas las otras criaturas marinas habían desocupado el área. Era como si se encontrara en una tranquila cámara oceánica donde debía enfrentarse a un reto que la llamaba solo a ella.

Atrapó el ala en sus brazos mientras descendía. Se sobresaltó, puesto que tal substancia, tenía tal peso que empezaba a hundirla con ella. Lo sintió como un miembro, el arco y los huesos cubiertos con capas sobre capas de plumas. Las plumas le hacían cosquillas en la espalda desnuda, amontonándose encima de sus pechos, en su liso estómago desnudo y su pequeña cintura. Cuando volvía con ella, se quedó perpleja al darse cuenta de que la alargada punta se curvaba alrededor de su cadera. Como si el ala quisiera apoderarse de ella, con la misma intensidad que ella quería el ala.

Entonces se dio cuenta de que sentía calidez. No una calidez fruto de la temperatura del entorno – esta sensación provenía de su interior. Evocándole una visión de fuerza y protección.

Una sensación de… conexión. Haciéndola plenamente consciente de la soledad que siempre llevaba consigo, como un vital pero despreciado órgano esencial. La calidez ayudaba a aliviarla, las plumas susurraban sobre su mejilla y sus labios como un amante respetuoso. Compresión, aceptación, amor. Y mucho más que eso.

Su boca de repente sintió la necesidad de algo… un beso, el calor de otra boca. Labios firmes sobre los suyos, presionando con exigencia, persuadiéndola a abrirse, llenándola.

Era un sorprendente y, sin embargo, bochornoso anhelo, como el primer contacto con el cuerpo de un amante. No es que ella tuviera mucho conocimiento en este tipo de cosas, pero esta sensación la hizo sentirse como si lo hiciera, y sus dedos se curvaron entre las plumas, agarrándolas como haría con el cabello de un hombre. ¿Era su imaginación, o la curva del ala donde el hueso la sostenía se sentía como un brazo, abrazándola?

Tenía que ser por el poder de esa luz incandescente, o el calor mágico de la misma. Repentinamente se dio cuenta de que se estaba hundiendo con el ala, lo había estado haciendo durante todo el tiempo que estuvo experimentando esa sensación embriagadora que parecía tener el poder de hacerla consciente de todas las partes de su cuerpo que podrían ser agitadas por un amante: Su boca, su garganta, sus avariciosos dedos, la ondulación de sus caderas…

Aún cuando la ola de sensaciones la asombraba y confundía, un hormigueo de inquietud las traspasó, advirtiéndole que la luz placentera era angustiosa, debilitada de alguna manera.

También era una evidencia inevitable que no pudiera atribuir su caída al peso de las empapadas plumas, principalmente porque no parecían empapadas en absoluto, flotaban tan fácilmente como los mechones de su propio cabello.

¿Y las aves – o criaturas similares – no tenían los huesos huecos, casi ingrávidos?

El ala la había ido dirigiendo muy lejos de la arena blanca, descendiendo unos nueve metros por debajo de las repisa de rocas más cercana y, después, a un palmo por debajo de los veintiún metros.

Desde aquí, podía ver una plataforma más, y luego el océano se introducía en una caverna mucho más profunda, tan profunda que el miedo transformó su ensoñación en una sensación de vértigo. Aunque ella podía ver la pared de coral, cubierta con tubos de esponjas y abanicos de mar, por debajo de ellos la visión se hacía mucho más lúgubre, hasta llegar a una completa oscuridad, donde no penetraba la luz del sol y el agua se volvía cada vez más fría. En ese momento no sintió tranquilizadoras oleadas de calidez. Estaban sobre el Abismo.

El ala la había seducido como una sirena, y las criaturas marinas sabían muy bien la clase de peligro que representaban las sirenas.

Se la quitó de encima, saltando lejos de ella. Debido a su repentina ola de aprensión, se movió rápidamente por el alrededor, casi esperando una persecución.

Le pareció que el ala dudaba, pero se dijo a sí misma que eran solo las aguas que había removido al soltarse, manteniéndose en un vórtice momentáneo. Entonces empezó a descender y aterrizó sobre un balcón de roca, poco después, comenzó a deslizarse, cayendo, hacia el borde del Abismo. Cuando se encaminó en esa dirección, creció un pesar en su corazón que no podía explicar. Una necesidad no sólo de tenerla en sus manos otra vez, sino de tener también a la criatura a quién pertenecía.

Peligro…

La sonora llamada resonó a través de las aguas, las ballenas transmitían la señal de unas a otras, el mensaje fue captado y difundido por un banco de peces que exploraban fuera del borde de la fosa y le habían cortado el camino rodeándola por todos lados.

El instintivo escalofrío de terror atravesó su esencia haciéndola levantar la vista, buscando. No podía ver nada, pero en algún lugar por encima de ella, sintió oscuridad, desplazamientos… de monstruos. Allí. Las luces rojas, brillando en la distancia como las luces intermitentes de los barcos. Ojos rojos, un color que no debería ser capaz de distinguir a aquella profundidad a menos que pertenecieran a algo que contradijese las leyes de la naturaleza.

Todas las criaturas tenían un agudizado sentido de luchar – o – huir, necesario para vivir en un mundo regido por la supervivencia del que mejor se adapte a él. Pero esto iba más allá de la alarma causada por alguna clase de depredador hambriento acercándose a ella. Esto era personal, desplazándose por la médula de sus huesos, un oscuro, ansioso veneno que se extendía desde sus órganos internos. Incluso cuando fue capaz de identificar que tenía la intención de paralizarla con su propio miedo, parecía no poder contrarrestarlo, lo que lo hizo aún más aterrador.

Dejadlo… No puedes ayudarlo… Esto no os concierne… A él no le importáis nada vuestra patética especie…

Los Oscuros. Los enemigos de los ángeles, de toda forma de vida. El poder de coacción que poseían era abrumador, y no era una sola voz, sino la de muchos, una gran fuerza maléfica. Mientras luchaba contra ello, logró lanzar un débil hechizo de protección, lo suficientemente potente como para otorgarse a sí misma el espacio para entender que aquello no iba dirigido específicamente a ella, sino a cualquier criatura en la zona que pudiera estar ayudando al objetivo que debían destruir.

Ella no podía enfrentarse a Los Oscuros, y no sabía nada de las batallas de los ángeles. ¿Por qué debería desafiar la voluntad de esa voz de la oscuridad?

Cuando Anna observó el ala mientras caída, se dio cuenta de que estaba siendo atraída hacia su dueño, como un niño inocente traicionando a su padre. Ahora era tan solo un amorfo resplandor, cayendo en la oscuridad, como una vela que se va extinguiendo poco a poco.

La oscuridad del Abismo era total. Final. Se tragaría el ala.

El propietario de esa ala estaría desprotegido, herido. Estaba tan segura de eso como de que el gran temor que estaba golpeando sus sentidos era real, y no era solo por el efecto mágico de sus perseguidores.

Repentinamente se encontró lanzándose hacia adelante, utilizando la poderosa propulsión de su cola azul medianoche para enviarse sobre el borde y, a continuación, arrojándose como una flecha hacia abajo dentro del Abismo. Agarrando el ala flotante, aumentó la velocidad de su descenso, llevándola hacia abajo, junto con ella.

– Llévame hasta tu dueño. Debemos salvarlo si podemos.

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