27 octubre 2012

Capítulo Nueve de "Un Beso de Sirena" (A Mermaid's Kiss) - Joey W. Hill

 
¡¡Hola chicos y chicas!!

Aquí os dejo el capítulo nueve del libro "A Mermaid's Kiss".

Como siempre, perdonadme los posibles errores de traducción.

¡¡Espero que os guste!!


 
 
 
 
 
Nueve

Se despertó antes que él, justo antes de la salida del sol. Así que cuando se deslizó de la cama y miró el cielo volverse gris, las sombras de color rosa mezclándose con los rastros de oro precursores del sol, también vio como sus alas se desintegraba lentamente y luego desaparecían, dejando un puñado de plumas esparcidas por la cama y el suelo. Aunque su torso cambió un poco, todavía se sentía cautivada por las largas piernas desnudas, su sexo en reposo y sus testículos, los cuales eran una sombra curvada en la parte interior de su muslo.
Él había estado en su interior. Había sentido el movimiento de sus bíceps contra su carne mientras la sujetaba, la línea de su mandíbula pasando por encima de su mejilla mientras sus labios flotaban sobre su piel, los dientes dándole un inesperado y violento mordisco, despertando una respuesta igualmente violenta de ella.
Con un asombroso silencio, se arrodilló al lado de su mano, que estaba tumbada y abierta sobre las mantas. Esos largos dedos habían tocado cada pulgada de su piel, atormentándola, acariciándola, calmándola… Entonces, colocó su propia mano dentro de su palma ahuecada, con cuidado estiró los dedos, uno por uno, conteniendo el aliento para no despertarlo. Quería volver a ver cuan frágil parecía su mano al lado del elegante poder de él.
Inclinó la cabeza para mirarlo a la cara y se encontró con sus ojos abiertos. Oscuros, marrones oscuros, con la parte blanca humana tan rara para ella aunque lo hubiera visto utilizando su verdadera apariencia tan poco tiempo. Le gustaba calcular sus emociones por el tono de su voz, por el movimiento de su cuerpo. Ver como un destello de fuego atravesaba los ojos completamente oscuros de deseo.
– Buenos días, – dijo ella suavemente, y después se preguntó si él los consideraría buenos, teniendo en cuenta que estaba desertándose en esta forma.
***
Su cabello había caído hacia adelante, rozándole el antebrazo. Eso era lo que lo había despertado. Eso, y una sensación muy extraña. Él conocía como se comportaban los humanos, se había movido en silencio e invisible entre ellos durante mucho tiempo. Pero ver el apetito humano y oírlo retumbar en tu vientre era algo totalmente distinto. Sonaba de forma alarmante, como si tuviera un animal ahí dentro que pronto comenzaría a abrirse camino para salir si él no lo satisfacía.
La segunda cosa a la que tenía que hacer frente era un gato. Sentado sobre un reposapiés justo detrás de ella, observándolo con ojos amarillo semicerrados que se abrieron un poco más cuando él levantó la mirada. Contempló por un momento las dos cosas – el gato y el estómago vacío – y no sentía ningún interés especial de comerse al felino, así que al parecer no tenía lo que su estómago ansiaba.
Devolvió su atención hacia Anna, ya que su reacción hacía ella era mucho más fácil de entender. Bajo la apariencia de estar dormido, durante unos momentos simplemente la había estado mirando mientras jugaba con su mano, como un recién nacido haciendo un nuevo descubrimiento al poder tocar y verlo todo. Su rubor de culpabilidad y la forma como se echó para atrás le hicieron saber que estaba avergonzada.
– ¿Puedes cambiar en tierra? ¿Para ser una sirena?
Su frente se arrugó, pero asintió. – No durante mucho tiempo. Necesito el agua para moverme, claro, y para mantener las branquias y escamas húmedas. – Arqueó una ceja. - ¿Por qué lo preguntas, mi lord?
Porque él quería un consuelo visual de que ninguno de los dos era realmente humano. Él no encontraba las palabras para explicarlo. Pero entonces, ¿por qué necesitaba hacerlo?
– ¿Es por eso por lo que tienes la piscina aquí arriba? – Gestualizó él.
El dormitorio del loft sólo contenía dos objetos. Anoche la única cosa que podía exigir su atención era la cama. Esta mañana se había fijado en la piscina amurallada, una creación en forma de loto con bloques de paredes de arenisca para formar una zona de asientos a su alrededor. Lo que explicaba las vigas de refuerzo extra bajo el balcón. Había varias canastas colocadas en el borde de la pared de arenisca, y contenían jabones con forma de guijarros y perfumados pétalos de rosa. Había velas flotando en la piscina, al parecer encendidas por ella durante la noche, ya que estaban aún ardiendo a estas horas del amanecer, reflejando una suave luz sobre la oscura habitación.
– No me gusta estar muy lejos del agua, mi lord.
– Cambia para mí, – murmuró él. – Quiero verlo.
Anna parecía estar considerándolo. Después se apartó de su lado, sus ojos tan entrecerrados que sus gruesas pestañas rozaban sus mejillas. Se había puesto unas prendas de vestir humanas, la falda de gasa del día anterior, pero llevaba la camiseta negra que él había llevado puesta. Él se mostró muy satisfecho al verla llevando tan cerca de su piel algo que él había llevado tan cerca de la suya. Se bajó primero la falda, luego se quitó lentamente la camiseta por encima de la cabeza. No por primera vez, pensó que sus pechos eran muy hermosos. Pequeños y firmes, coronados con delicados pezones rosados que le hacían tener de repente la boca húmeda. Mientras él tragaba saliva, ella se acercó a la piscina, tomando asiento en el borde.
Jonah se incorporó, mirándola. – Anna, ¿por qué no puedes mirarme? Te gustaba mirarme hace un momento. – Inyectó una nota provocativa en su voz y fue recompensado con una leve sonrisa, pero ella siguió con la mirada baja.
– Es una cosa intima, mi lord. Yo… lo he hecho delante de Mina, pero ambas lo hicimos, por lo que no parecía tan significativo cambiar una delante de la otra.
– Bueno, por el momento, también soy un cambia-forma, ya lo sabes.
Su silencio le decía que él era diferente, que su cambio era forzado, involuntario y no bienvenido. Y temporal. Apretó los labios al pensar en ello, aunque intentó suavizar su expresión cuando se dio cuenta de que ella tenía las manos tensas, retorciendo los dedos con nerviosismo.
– Anna.
Ella levantó la mirada, un instante.
– Te ordeno que cambies, – dijo él tranquilamente. – Ahora.
Sus ojos se estrecharon otra vez, como si fuera el gato, quién se había movido hacia la entrada y le ofrecía su sitio, mirándolos a ambos perezosamente.
Los dedos de sus pies se enroscaron. Estirándose. Pequeñas perlas de carne, tan pálidas, y entonces los ojos de él se sintieron repentinamente atraídos por un reflejo azul y púrpura extendiéndose por sus piernas, como tinta marcando todas las venas de debajo y apenas el color iridiscente empezó a extenderse, la textura de su piel cambió bajo él. Después destellos en plata brillaron por encima, remplazando la carne en un parpadeo, las escamas se superponían, la parte baja de su cuerpo se estremeció, alargándose cuando volvió a apoyarse en sus brazos. Se arqueó de una forma sensual mientras la parte inferior de su cuerpo se dobló, retorció y cambió. Las líneas azules y púrpuras serpenteando hacia la parte superior de su cuerpo. Sobre su torso, delicados zarcillos tatuaban su abdomen, siguiendo por la parte de afuera de sus pechos y terminando en elaboradas curvas sobre los círculos de sus hombros.
Las escamas superpuestas le daban a la forma femenina de sus caderas un contorno aún más exuberante, ahora que podía comparar las diferencias entre su forma humana y la de sirena con más exactitud. Su atención volvió a viajar hacia abajo al largo de su cola, donde las escamas se volvían cada vez más pequeñas hasta ser como joyas en un delicado escudo de armadura. Las capas de su aleta caudal se desplegaba como plumas, los distintos tonos de púrpura y azul se resaltaban con pequeños brillos de rosa y plata.
Cuando Jonah se levantó de la cama, pudo distinguir como la parte de ella que se dejaba llevar por el instinto, obligada al mar y sus leyes, enseguida se volvía aprensiva, sabiendo lo vulnerable que era en esta forma sin ningún océano cerca para proporcionarle elegancia y velocidad. No la tendría soportando su miedo ni un minuto más.
– Sshh… – dijo él, apoyando una rodilla al lado de ella. A pesar de lo pequeña que era, eso puso sus miradas casi a la misma altura. Él curvó la mano debajo de su pesado cabello, trazando la sensible medialuna de branquias que ocultaba por su garganta, un tipo deferente de belleza. Al igual que su forma actual. Una manera diferente de sobrevivir. Él necesitaba pensar de esa manera.
Levantándola, entró en la piscina, metiéndolos a ambos en el abrazo del agua, la caricia familiar de un elemento que ambos conocían. El cabello de ella flotaba a su alrededor mientras él los acomodaba, descubriendo que el lugar era lo bastante amplio para poder colocar su espalda contra el borde y mantenerla entre sus muslos, presionando su atento miembro cómodamente contra la parte baja de su espalda mientras ella se deslizaba entre sus brazos.
Acostándola en su regazo, él apoyó el brazo sobre la curva de su cola y la examinó con atención a su antojo. – Así que – él dejó que su mirada descendiera por su cuerpo, demorándola con especial placer sobre sus pechos, pasó los dedos sobre la decoración que los embellecían, sintiendo la delicada textura en relieve de colores entrelazados, notando su temblor. – ¿Dónde puedo encontrar tu…?
La entonación y la pronunciación arrastrada de la frase, hizo saber a Anna lo que él quería decir. Se sonrojó. ¿Nunca dejaría de hacer eso? Había tenido sus labios sobre ella, su cuerpo completamente dentro del suyo, y todavía, cuando su mirada la inmovilizaba de esta manera, se sentía excitada y caliente,  y era tan consciente de la manera en que el agua se movía sobre ella… en ella. Levantando su mano derecha de su pecho, la extendió, sosteniéndola delante de ella. – Llévame allí. Quiero tocarte así. Eres hermosa, Anna.
Le gustó escuchar esos. Era algo que le había estado preocupando, porque él tenía piernas y podía encontrar su forma de sirena poco atractiva. Pero ella había nacido como una sirena. La forma humana era sólo un disfraz. A pesar de que al utilizarla con bastante frecuencia se había convertido en algo más cómodo para ella, tenía limitaciones físicas que no podían ser pasadas por alto. De ahí, las bruscas advertencias de Mina sobre que necesitaba volver a regresar al mar al llegar a un determinado punto.
Lo cual devolvió su mente hacia otras preocupaciones. Tenía que llevar a Jonah hasta Nevada. En medio del desierto, y sólo podían viajar por el Fate. No podían conducir un coche o pagar para coger un autobús, sino que tenía que llevarlo hasta allí con la bondad y las ayudas de otros. ¿Por qué Mina se habría mostrado tan específica en eso y tan vaga con otros detalles? ¡Maldita sea!
Sin embargo, ahora mismo tenía otras cosas en mente. Entendería el resto después. Él estaba esperando, esos ojos oscuros clavados en su cara, tan inmóviles, de una manera que sugería que su verdadera naturaleza era de otro mundo incluso en esta forma mortal. Y él la quería como una sirena.
Ella cogió su mano con una de las suyas. Extendiendo el brazo, ella ahuecó la otra mano sobre su hombro, en el músculo que lo unía con su garganta. Su delgado pulgar apretándole en la base, sintiendo su rápido pulso mientras apoyaba una cadera sobre su musculoso muslo. El movimiento le dijo que él estaba excitado, y su actitud despreocupada sobre eso combinada con la atención de sus ojos, le cortó la respiración. Tuvo que recordarse cómo debía usar los pulmones, sin jadear por las inútiles branquias.
Ella guio su mano por sus caderas, bajando, bajando. Mientras lo hacía, arqueaba el torso hacia arriba y la atención de él se instaló en su pecho que ahora se inclinaba de manera provocativa hacia su boca.
Ella le hizo descansar la mano en el espacio justo bajo la falda de su emplumada aleta anal. La seda azul y púrpura se rizó sobre él, rozándole los nudillos. La parte baja de su cuerpo se estremeció mientras él mantenía la mirada fija en su pecho, pero lo sintió pasar tentativamente los dedos por debajo de ella, explorando ese espacio, al parecer conociendo de forma instintiva cómo moverse por la superposición de sus escamas, sobre el punto suave y sensible en la grieta bajo la aleta. Él encontró la abertura deteniéndose en allí, oculta pero cediendo el paso ante la presencia de sus dedos, como los enrollados pétalos de una flor.
Jonah supo el momento en el cual sus dedos penetraron con cuidado. Por una parte, Anna separó los labios, saboreándolos con su lengua en una pasada rápida, nerviosa. Por otra, la líquida y fresca sensación del agua en la piscina dio paso al caliente fluido viscoso de una mujer excitada. Él exploró con dedos suaves, no sólo para sentir cómo se abría, sino para sentir también la estrecha abertura anal justo encima de ella, más escondida debajo de la aleta. Acariciando ambas aberturas con su pulgar e índice, hizo que ella abriera los ojos ampliamente ante la inesperada doble sensación.
A pesar de que estaba inflamado por su gemido entrecortado, se tomó su tiempo. Si había una cosa que supiera un ángel, era que sería un pecado precipitar el placer a una mujer. Especialmente cuando su exploración era en sí misma un placer. Si ella estuviera en su forma humana, sería como tumbarla sobre una silla o una mesa para tocar su suave y húmedo coño desde detrás, con su culo a su alcance, mientras estaba en esa posición. Sin embargo, la abertura caliente y húmeda que él estaba investigando actualmente era más estrecha que la de su forma humana. Para conseguir el mismo efecto como humana, él sospechaba que tendría que tenerla con las piernas cruzadas por los tobillos, manteniendo juntos sus muslos con fuerza mientras él se sumergía dentro de la abertura terriblemente apretada.
– Santa Madre, - respiró él, su polla levantándose dura y hambrienta ante el pensamiento.
Él nunca había estado así, tan carnal y exigente al mismo tiempo, tan excitado. Aunque no quería pensar en lo que las limitaciones de su cuerpo humano le obligarían a hacer, al parecer una cosa que manejaba bastante bien era la lujuria. Se centraría en eso, en lugar de en la sensación desconocida y perturbadora que tubo cuando se levantó para cruzar la habitación hacia ella, ya que por un momento había temido que se echaría a sus pies.
Manteniendo su mirada en la de ella durante todo el tiempo que pudo, la apartó de él, de manera que pudiera instalarla más firmemente entre sus muslos. Su cabeza cayó hacia atrás, apoyándose en la pared, su cuerpo formaba una ágil media luna mientras él la hacía descender lentamente sobre su erecto sexo, acogiéndolo en la estrecha, apretada, pero benditamente resbaladiza abertura. Mientras la estiraba, ella gritó, suaves gemidos, haciéndole ansiar aún más el hacerla descender sobre él, hasta la empuñadura.
Cuando finalmente lo hizo, cada glorioso centímetro, sus caderas estaban acurrucadas dentro de la cuna que él formaba, su antebrazo envuelto sobre sus pechos, el otro en su cintura, manteniéndola segura sobre él, sus muslos todavía la sujetaban por cada lado. Ella se había agarrado a sus antebrazos con fuerza, y él pudo ver que sus pezones ahora eran dos puntos marcados y su respiración irregular.
– Respira, pequeña. Respira. Apriétame. Ah, dioses, – gimió él mientras la misma orden la hizo contraerse involuntariamente.
Le gustaba tenerla de esta manera, sabiendo que era capaz de unirse con ella en la forma más cercana a quién ella era en realidad. Sabiendo que una vez más, él era el primero en hacerlo. Sus uñas se clavaron en él, y vio como su cola se ondulaba involuntariamente, la cual giro haciéndola descender sobre él con una increíble sensación de movimiento, golpeándolo de forma parecida al movimiento del agua. Apretando su rostro contra su cuello, él colocó sus labios debajo de su oreja y encima de sus branquias, esa elegante hendidura. La parte interior se parecía a la madre-perla, pero era una delicada membrana que él atormentaba con su boca, experimentando, y consiguiendo un jadeo como reacción. Además de una íntima contracción sobre su longitud que le hizo preguntarse si él tendría la fuerza necesaria para moverla por ella. Lo hizo, y ella ayudó con el movimiento de su cola, la parte superior de su cuerpo se estremeció, ruborizándose, un centelleo en plata brilló por su piel, la energía concentrándose, concentrándose…
¿Era ella consciente de eso? ¿Pensaba que él estaba haciendo esto por eso, por tener otra sesión curativa de Unión Mágica, y de paso realizar la prescripción diaria de Mina? No se sentía bien consigo mismo si pensaba eso, pero cuando la energía se concentró a su alrededor, no pudo pararla. Estimulando los sentidos, entrando en sus músculos, aumentando la rápida palpitación de su corazón, mejorando su visión y su fuerza, curando cosas que no estaban presentes en ese cuerpo pero que estaban esperando más allá del anochecer.
El torrente de magia se apoderó de él mientras la abrazaba contra él, sabiendo que muy bien podría estar usando su frágil cuerpo como un ancla contra los venenos que se elevaban en un torbellino dentro de él ante la incursión de energía.
Él no quería la magia para recordarle a quién pertenecía, incluso mientras maldecía ser humano. Sólo quería abrazarla. Ella era la única cosa que tenía sentido para él.
– Para, Anna, – murmuró él, empujando en ella más fuerte, sintiendo sus estremecimientos. Levantando una mano para alcanzar su garganta, él mantenía su cabeza hacia un lado, sus cabellos acariciándole los labios. – Dame tus gritos. Eso es todo lo que quiero. Permíteme escuchar tu placer.
No sabía si ella lo oyó o no, ya que casi al mismo tiempo que las palabras salían de su boca, se hizo añicos, saliendo del agua, sus escamas brillando de la forma que él sabia que sus pliegues lo estarían si él pudiera verlos en vez de tener simplemente el dolor glorioso de follársela, levantando, bajando, acariciando, exigiendo, hasta… Su cuerpo se contrajo, atrapado entre dos fuerzas opuestas, el dominio físico de su cuerpo y el avance de energía caliente que chocó contra él, por él, rizándose como una corriente eléctrica. Él no quería la magia, sólo a ella, así que levantó un escudo, una habilidad mágica que aparentemente su forma humana no le había arrebatado, aunque requería un gran esfuerzo y era difícil de manejar.
Demasiado tarde, él cayó en la cuenta de que un escudo levantado imprudentemente rechazaría un avance de energía curativa tan lejos como pudiera.
El jadeo de placer de Anna se intensificó en un grito, y su cuerpo se revolvió, no solo por le placer. Nubes de vapor salían del agua como llamas de fuego lamiendo sobre su piel y la de ella.
No”. Él la empujó debajo del agua, saliéndose de ella, manteniéndola debajo mientras el fuego rugía sobre su piel. Aunque él sabía cómo conducir la energía, no tenía ni idea de cuánto poder podía absorber o encauzar con esta forma humana, pero ahora hacía un gran esfuerzo para volver a aprovecharlo, devolviendo el peso aplastante del fin frustrado contra sí mismo, tragándose la explosión.
Se forzó a revertir su reacción, aceptando la magia que no quería, aliviando el efecto negativo de su rechazo inicial. Mientras lo hacía, la piel humana se ennegreció sobre sus antebrazos y empezó a desvanecerse. Ahora él gritó por el dolor, incluso aunque la piel comenzó en seguida a regenerarse, ya que todavía era inmortal cuando todo fue dicho y hecho. Luchaba durante la agonía para mantener su atención sobre la mujer sacudiéndose debajo de sus manos.
Aunque ella podía respirar bajo el agua, él sintió su pánico, así que la levantó a pesar de que el aire apestaba a carne quemada y el vapor todavía se elevaba del agua. Afortunadamente ella le ocultó su expresión. Estaba seguro de que reflejaba su confusión y miedo, cosas que él había causado. Él maldijo su cobardía pero, incluso sintiendo esas emociones de ella, era más de lo que podía resistir.
Con un juramento se levantó de la piscina, saliendo a trompicones de ella  hasta estar de pie, empapado y respirando con dificultad en busca de aire, a varios metros de distancia, apartado de ella. Si le hubiera hecho daño… Dioses ¿Cuánto tiempo llevaba manipulando la energía? Para él era algo tan fácil como respirar, pero había entrado en pánico durante un intento de curación, dejándolo apoderarse de él y haciéndolo reaccionar como un jovencito que necesita un maestro que lo protegiera. O que protegiera a otros de él.
Ella había vuelto a cambiar a su forma humana y estaba sentada en el borde de la pared, su cabello cayendo hacia adelante pero mirándolo, preocupada. Preocupada por él. Pero también estaba temblando, de dolor.
En dos pasos él se colocó a su lado, arrodillándose y pasándole los dedos por el cabello. Examinando su rostro, la parte de delante de su cuerpo. Pálida, sin heridas. O lo había hecho mejor de lo que esperaba, o…
Tensó sus músculos cuando él intentó darle la vuelta e intentó sonreír. – Estoy bien, mi lord.
Él se levantó y miró por encima de su cabeza. Su espalda estaba chamuscada, la piel ya estaba de un rojo profundo, con varios cardenales grandes.
Podría haber sido peor”. Se dijo a sí mismo eso aunque sentía una gran furia de impotencia ante su dolor. En su forma habitual, podía incinerarla con sólo pensarlo. Solo su ineptitud y esta limitada cáscara humana habían salvado su vida, o al menos la había protegido de un daño mayor.
– Puedo curarte… esta noche. – Él había almacenado una cantidad importante de energía mágica, y sin embargo su forma humana no le permitía utilizar su poder curativo. Una broma cruel. Faltaban muchas horas hasta que llegara la puesta de sol, horas en las que ella sufriría. – No te quedará ninguna cicatriz. – Sonaba patético.
Él se dio la vuelta, incapaz de resistirlo durante más tiempo. – ¿Por qué sencillamente no me dejaste morir? – gruñó él. Ella se estremeció como si él la hubiera golpeado. Agarrando los jeans, él dejó la habitación, temiendo lo que podía hacer, enfurecido por lo que no podía hacer, furioso por todo. “Si ella hubiera dejado las cosas como estaban…” Había estado enterrado tan profundamente en ella, y eso era todo lo que él necesitaba y quería. Permanecer por siempre en ese momento.
¿Le había dado placer?” Frunció el ceño. “No podía recordarlo. No podía recordar si le había dado placer. Perfecto. No podía curarla, no podía hacer nada por ella como esta, en esta… mutación. Por culpa de esa maldita bruja del mar.
Jonah se encontró saliendo otra vez a la terraza, mirando a lo lejos hacia un mar turbulento. El día había empezado a nublarse, con la promesa de más lluvia. En realidad, un suave tamborileo de gotas ya había comenzado a motear la arena que rodeaba la playa de la parte delantera de la casa. Sus ojos se sintieron atraídos por un destello rojo entre la hierba de la playa. Una de las resistentes flores silvestres que podía sobrevivir en un entorno de dunas. Pétalos rojos, un gran tallo marrón. Los suaves pétalos, el erizado interior.
Poco a poco, sus puños se relajaron. “¿Por qué sencillamente no me dejaste morir?” La bruja del mar, Anna. Ambas eran culpables de ese estallido irracional de ira que al parecer no era capaz de controlar, como un niño.
La Dama había dicho una vez que las flores contenían más sabiduría de la que Ella podría ofrecer, Su creación favorita. Como con muchas otras cosas, Ella no había explicado el por qué, pero la sabiduría estaba ahí, esperando a que él dejara atrás su autocompasión y la viera.
No era un niño. Si había reaccionado como uno, la solución no estaba en seguir comportándose así ahora. Luchó contra los sentimientos de ira, tratándolos como lo haría contra cualquier otro enemigo. “Repeler; contener si no se puede destruir. Después, ver a los heridos.
Arrancó la flor, escarbando las raíces. Encontrando una taza en su pequeña cocina, puso allí la flor y llevo la taza de nuevo escaleras arriba.
Ella no lo oyó entrar. Estaba de pie delante de su armario, sujetando un ligero vestido en las manos, con la cabeza inclinada hacia abajo como si estuviera pensando.
Aunque él se encogió de nuevo ante la vista de su espalda, puso en el suelo la taza y fue hacia ella. Ella levantó la cabeza cuando lo sintió acercarse, pero antes de que pudiera darse la vuelta, él puso sus manos sobre una zona de piel sana en la parte de arriba de sus hombros, apaciguándola.
Usó una mano para recogerle el cabello, levantándolo y apartándolo de su espalda donde ella lo había sacudido a toda prisa cuando notó su presencia. Él lo enrolló en una cola, colocándosela sobre un hombro. La nube de rizos, como una ola del océano extendida, cayendo sobre un pecho, las puntas acariciando la suave V de su monte de venus.
– No me ocultarás tu dolor, – dijo él. – Dame el vestido.
Era una prenda suave de algodón que aun así sabía que ella sentiría como papel de lija. Pero notó con bastante facilidad que ella se sentía vulnerable, despellejada por su ira, y estaba buscando protección.
– ¿Qué ha pasado? – Ella dijo las palabras casi como dos oraciones separadas, como si no tuviera la energía suficiente para pronunciarlas en una.
Él puso el vestido a un lado, dándole la vuelta. Ella le estudiaba el centro del pecho con tanta fuerza que estaba seguro podría taladrar un agujero allí. ¿Había algo que hiciera a un hombre sentirse tan castigado como la negativa de una mujer a mirarlo?
Inclinando su barbilla hacia arriba, muy suavemente rozó sus labios sobre los de ella. Luego rozó sus ojos. Su nariz. El hoyuelo de su barbilla. – Estaba siendo un completo bastardo. ¿Cómo puedo compensarte? Dime como puedo aliviar tu dolor hasta el anochecer cuando volveré a tener mi habilidad curativa.
– Estoy muy bien. Yo…
– Anna. – La agarró más fuerte. – No te lo preguntaba. He sido comandante durante muchísimo tiempo. Mis hombres te dirán que mi boca no se abre a menos que sea para dar una orden.
Ella apretó los labios, revelando su propia vena de terquedad. – No pertenezco a tu ejército, mi lord.
Él arqueó una ceja. – Soy más grande, más fuerte y decidido para hacer mi voluntad. Y te zurraré si no me escuchas.
Entonces, su mirada se levantó rápidamente hacia él. Pero él no pudo resistirse a las emociones que surgieron en sus ojos. – ¡Por la Dama, déjame ayudarte, Anna! No puedo soportar verte sufrir más de lo que tú puedes soportar verme a mí, aunque espero que ya te hayas dado cuenta de que el mío es mucho más merecido.
Asombrosamente, otra vez sin merecérselo lo más mínimo, se ganó una pequeña sonrisa, a pesar de que el temblor de sus manos le decía lo mucho que estaba sufriendo.
– Esta es la segunda vez que me amenazas con zurrarme, mi lord. Tus amenazas van a perder fuerza si continúas haciéndolas sin cumplirlas.
– Muy bien, entonces. – Él hizo como si fuera a tumbarla sobre sus rodillas, suavemente, y ella se apartó, soltando una breve risita tonta. Ella se puso la mano sobre la boca, cediendo. Él la miró colocándose a su altura  y ella suspiró.
– Agua dulce fría, mi lord. Probablemente eso sea lo mejor.
Él asintió, apretó su mano y fue hacia el cuarto de baño, el cual tenía además una gran bañera. Inclinándose, giró los grifos, haciendo que saliera el agua. Se dio la vuelta, la observó mirarlo con una expresión perpleja en su rostro. Ella apartó la mirada, ruborizada, y él caminó hacia ella, cogiéndola de la mano. Eso le hizo maldecirse de nuevo, ya que al acercarse a ella así estaba realzando cuanto más grande y fuerte era en realidad. Al menos físicamente. Cuando ella inclinó la cabeza hacia arriba, la claridad de su mirada tan pura, el sintió que ella podía diezmarlo con nada más que una lágrima o frunciendo el ceño. – Puedo llevarte en brazos, – dijo él.
Sus ojos brillaron con un rápido rastro de humor. – Estoy segura de que mis piernas funcionan perfectamente, mi lord. Vamos a probarlas.
Ayudándola a llegar a la bañera, la dejó sentada en el borde hasta que se acabó de llenar. Él se apoyó en la puerta y la miró mientras se inclinaba, las puntas de su pelo mojándose en el agua. Podía imaginársela sentada en una roca bajo el sol, con los marineros lanzándose alegremente sobre esa roca para conseguir atraparla.
Cuando ella estuvo lista, la sujetó de la mano mientras entraba en la bañera, estabilizándola mientras se sentaba. Antes de que pudiera alcanzar la esponja, él la cogió, empapándola en el agua para luego empezar a apretarla sobre la parte alta de su espalda, observándola temblar mientras el agua tocaba por primera vez su piel, la piel lo bastante sensible para sentir las gotas como un impacto mucho más pesado. Acercó la esponja de forma que las gotas caerán más suavemente y después empezó a hacerlo en un movimiento continuo para que fluyera como una abundante lluvia. Ella dejó de encogerse ligeramente, y cerró los ojos.
Curvó suavemente la columna, su parte inferior tenía la forma de un corazón, las curvas se aplanaban donde se presionaban contra la porcelana. Le recordó la suavidad de la carne bajo sus dedos cuando él las apretaba. Pálidas, blandas. A diferencia de la roja piel con ampollas de su parte superior, de la cual era culpable.
– Lo siento, Anna. Por todo esto.
Él tenía la otra mano en el borde de la bañera, y ella la cubrió sin ni siquiera abrir los ojos. – Ya no importa, mi lord. – Sus dedos se tensaron mientras sus labios formaban una línea firme y él se dio cuenta de que necesitaba decir algo más. Cosas que él no quería escuchar.
– La Unión Mágica, mi lord. Tú necesitas…
Su estómago volvió a hacer ese terrible ruido burbujeante, solo que esta vez sonó más fuerte. Sus ojos se abrieron, fueron hacia la zona afectada y luego subieron hasta su cara. – Tienes… hambre.
– Por lo visto sí. Aunque no tengo ni idea de qué es lo que come un ser humano exactamente. Nunca presté mucha atención en eso.
Sus ojos volvieron a danzar con esa incontenible diversión. En realidad, no estaba enfadada con él, no le guardaba ningún rencor. Era asombroso, como eso diluía parte de la pesadez que le presionaba el pecho, haciéndole querer sonreír con ella.
– Conozco el lugar perfecto. Nos viene de paso.
– ¿De paso hacia donde?
El humor se enfrió un poco, sin embargo ella continuó en un tono ligero, como si no se hubiera dado cuenta de que él podía leer cada ligero cambio, cada matiz de su expresión. – Hacia el principio de nuestro viaje, mi lord.

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