09 octubre 2012

Capítulo Ocho de "Un Beso de Sirena" (A Mermaid's Kiss) - Joey W. Hill

 



 

¡¡Hola chicas y chicos!!

Aquí os dejo un nuevo capítulo de "A Mermaid's Kiss"

Poco a poco se va desarrollando esta historia de amor entre una sirena y un ángel. Aunque no todo es lo que parece...

Como siempre, espero que disculpeis los posibles errores de traducción.

¡¡Espero que os guste!!







Ocho

Cada generación de las hijas de Arianne añadía sus toques personales a la casita. Por esa razón, Anna esperaba en la misma puerta, sintiéndose nerviosa mientras Jonah permanecía de pie en el centro de la sala y giraba despacio, examinándolo todo.

No era grande. No vivían criaturas del mar en su interior. Sus necesidades eran pequeñas. Un simple y tranquilo espacio para ayudarla a mezclarse cuando era humana, otorgándole intimidad y el sentido de que algo le pertenecía. Neptuno no podía ofrecerle lo que su corazón deseaba más, lo que nutriría su alma, pero él era el que siempre le había mostrado más amabilidad de los de su propia gente. Había estado aquí hace pocos días, así que las últimas flores silvestres que había recogido tierra adentro, al lado de la carretera, estaban todavía en flor.

Desde sus tempranas incursiones en el mundo humano,  había estado encantada con las muchas formas y colores que tenían. Morado, blanco, dorado, rojo. Tonos de lavanda, rosa claro, rosa oscuro… Un intacto trío de dientes de león, con sus suaves esferas blancas, esperaban el toque del viento para propagarse.

Las flores la habían consolado, esta obvia conexión entre sus dos mundos. Tantas variedades de flores submarinas viviendo entre prados de césped marino, acariciaban la vida gracias a las corrientes. Y tenían un  equivalente en el elemento tierra, donde las flores crecían silvestres entre largo césped dorado acariciado por el viento.

Al final, ella llevaría los dientes de león hasta la puerta, frunciría sus labios y soplaría suavemente, liberándolos. Cuando entraba en esta casita, se paralizaba, un punto fijo en el universo. Al salir, la vida en todos sus ciclos, debajo del mar o sobre la tierra, se reanudaban otra vez.

Porqué la mezcolanza de cosas que buscaba en los naufragios siempre la habían fascinado de la misma forma, tal vez era natural que la gran cantidad de floreros en los que estaban colocadas las flores silvestres provinieran de sus fascinantes expediciones a almacenes de rebajas y tiendas de segunda mano. Las cosas allí eran tranquilas, y la gente permanecía a su alrededor cómodamente, deslizándose como tranquilos peces entre un arrecife de coral con distintos tesoros. En algunos de los floreros, entre las flores, había insertado utensilios que había encontrado.

Todas desde las recargadas con volutas a las planas, eran sencillas cucharas abolladas.

Ella no conocía los nombres de los estilos. Podría haber buscado un libro y haberlos estudiado, pero estaba saciada por la simple absorción de la necesidad del ser humano para la creación.

– Este lugar esta protegido, – notó Jonah al fin, haciéndole saber que, después de todo, algo de su formación y habilidades mágicas había persistido pese a su transformación.

Ella asintió. – El Rey Neptuno lo reforzó con hechizos y protecciones para camuflarla de forma que nadie puede acercarse sin ser visto ni penetrar el escudo si piensa hacer algún daño. Además es un hechizo invisible, así que aquellos que perciban la magia no notarán nada fuera de lo normal en la casita a menos que estén dentro de la misma casa. Lo cual quiere decir que tienen que permitírseles entrar, y por lo tanto no puede ser nadie que desee hacer daño.

– Complicado. No es fácil de hacer.

– No. – Ella negó con la cabeza, colocándose detrás del sofá. La pequeña sala en la que él permanecía de pie estaba abierta hacia la cocina. El hueco de la escalera llevaba hasta una galería y una habitación loft con una claraboya circular por la que podía ver las estrellas. Podía ver el océano por los paneles de ventanas de la parte delantera, donde había un pequeño porche, con una fuente en la que meter los pies mientras se sentaba allí fuera. Esa había sido una de sus mejoras, así podía sentir el agua sobre su piel aunque el océano estuviera solo a unos cincuenta metros de distancia durante la marea alta.

Independientemente de las mejoras que cada una de las otras hijas de Arianna hubiera hecho a la casa, cada una de ellas también le había añadido una ilustración a la impecable pared trasera debajo de la galería. Como las ropas de hombre, habían tantas tradiciones sobre la casita difíciles de explicar para cualquiera. Curiosos homenajes para Arianne, cosas que hacían porque la mujer no tenía otras tradiciones familiares, no tenían relaciones permanentes con ninguna comunidad. Ese tenue vínculo que la unía con las otras, pasando de madre a hija durante generaciones era, por lo tanto, de vital importancia.

Pero cuando la mirada de él viajó por la pared, observando las fotografías, Anna sintió la necesidad de intentar explicarlo. Quizás porque quería  contárselo a alguien que sólo quisiera escucharla.

– Cada hija elige una pintura para la pared, algo que sienta que pertenece a este lugar. Sin otro sentido, sólo ese sentimiento indefinido.

Había sido iniciado por la primera habitante de la casa, la verdadera hija de Arianne. Una postal, situada en un gran marco contra un acabado en blanco mate, una pequeña imagen en un espacio en blanco. Era una instantánea, la estatua de piedra de su madre, mirando con tristes ojos vacíos hacia el puerto que había mantenido su sueño.

– La tragedia de una persona y su corazón roto convertido en otra atracción turística, – murmuró él. La mirada de Jonah descendió a la fila de abajo, pasando por otras varias contribuciones, y después se detuvo en la imagen que había dejado la madre de Anna.

Una caja negra sobre un desteñido fondo gris. Definido, sin cambiar nunca. Una prisión. Anna odiaba mirarla. A menudo, deseaba que la obligación que dictaba tanto lo que pasaba como lo que se hacía en esta casita, no fuera tan fuerte en ella, así podría encontrar el valor para quitarla de la pared y tirarla al mar.

Luego, su interés viajó hasta la última imagen. Ella la había encontrado en la parte de atrás de una polvorienta tienda de antigüedades, una pintura hecha por un artista que nunca había conseguido la fama, pero poseía un estilo Romántico para contar la historia de la sirenita con una interpretación diferente. La sirena seguía estando en la roca, pero su príncipe había aparecido. Estaba de pie con el agua hasta los muslos, con su caballo blanco justo detrás de él. Él estaba tocando su rostro, y mientras lo hacía, la roca se derretía. La pintura mostraba el granito gris de su brazo fundiéndose hasta convertirse en pálida carne blanca y los dedos levantados, alargándose hacia él.

Jonah se acercó a él y luego se dio la vuelta, con los dedos sobre el extremo del marco. – Si están en orden, este es el tuyo. ¿Es este el deseo de tu corazón, Anna?

Perspicaz como era, no debería sorprenderle que entendiera más sobre el sentido de las imágenes de lo que debería. “Un recuerdo de las consecuencias del amor. Una recomendación de que se debía esperar por el amor, sin miedo a ser abandonado. Una negación a hacerlo”. Ella miró la pintura, pero más que a eso, miraba sus manos, la curva de sus dedos, los huesos de sus muñecas, el suave bello oscuro que cubría sus brazos, transportando su mente al instante a la forma en cómo se sentía al estar entre sus brazos, con los firmes bíceps presionándose contra su espalda.

Su enfado inicial por su transformación en humano parecía haber decaído, por ahora. Aun así, ella sabía que debía ser cuidadosa con él. Desgraciadamente, eso no parecía posible para ella. Siendo mortal, no tenía la belleza de otro mundo que tenía como ángel, pero aún tenía una impresionante figura masculina. Su energía se extendía por todas las esquinas de la habitación, arrastrándose sobre ella, haciéndola desear cerrar los ojos y simplemente absorberlo, tomarlo a través de todos sus sentidos, hasta cuando quisiera seguir mirando. Esos pantalones…aunque nunca diría que eran una mejora sobre la falda de combate en miniatura que llevaba, que revelaba tanto de él, no eran dolorosos a la vista, ajustándose a sus formas. Su cabello oscuro caía sobre los hombros, tan negro que no podía diferenciarse de la oscura camiseta.

Ella nunca se había dejado llevar por la lujuria. Puede que esa fuera la razón de que él hubiera echado a bajo la puerta donde moraba en su interior al tomar su inocencia, ya que al parecer no podía detener la vibración de su cuerpo como respuesta hacia él.

– Quiero verte volar otra vez, – dijo ella en voz baja. Quería verlo elevarse, todo belleza y poder como debería ser, de la forma que estaba segura que volaba cuando no tenía un ala herida, o un corazón herido. Si pudiera ayudarlo de alguna manera para hacer que pasara, y le fuera otorgado el privilegio de vivir lo suficiente para verlo, como vio a los Windwalkers, entonces eso sería bastante. Un momento de perfecta felicidad podía satisfacer el alma para siempre, ¿no? Especialmente cuando esa alma siempre ha sabido que tal cosa era un milagro inalcanzable.

Se preguntaba por qué pensaba que quería decirle algo de esto, por ahora todo lo que quería era hacer algo con él para no tener que pensar sobre eso nunca más. Así que retrocedió un paso, luego otro, caminando hacia el primer escalón del loft. Sus ojos la miraron fijamente mientras ella cogía el dobladillo de su fina camiseta y la levantaba sobre su rostro, sacando el cabello por la apertura en forma de chimenea que se formaba cuando se quitaba la prenda.

– Stop.

Ella se detuvo, la prenda de gasa apretada contra sus labios, ojos y pestañas. Podía verlo, un neblinoso y turbio contorno teñido con un suave tinte azul verdoso mientras se acercaba a ella. Sus brazos estaban enredados en los tirantes de la camiseta, y él colocó sus manos justo debajo de sus codos levantados, sujetándola de esa manera mientras se inclinaba, acariciándola con su aliento. Cuando los labios de él tocaron su boca a través de la tela, sus labios se abrieron, humedeciendo los hilos. Su cuerpo se balanceó hacia él, y él cogió un puñado de su cabello, ayudándola a quitarse la camiseta de manera que ahora estaba de pie con los pechos desnudos delante de él. Desatando la cuerda que sujetaba la falda, él la soltó, y ella se quedó desnuda, sus ropas en un charco a los pies de él. Ahuecando su rostro, el lado de su cuello, él acarició la línea de su garganta. Tan despacio, tan sensual, un hombre completamente consciente del poder de su toque en la piel de una mujer, de esa columna vulnerable.

Mientras la miraba, la luz de la puesta del sol volvía la habitación dorada, luego rosa, bañándolos a ellos y a su entorno en ricos colores. Él se quitó la camiseta, tirándola a un lado. Sujetando su pecho, Anna vio cómo su barbilla se alzaba, sus ojos se cerraban y sus manos la apretaban mientras su cuerpo se curvaba, los músculos estremeciéndose. El rosa y el dorado se transformaron en un baño de luz ámbar, y las alas aparecieron detrás de él, una extendida, la otra indecisa, pero capaz de igualarse parcialmente, llenando la pequeña habitación con magia.

Despacio, sus ojos se abrieron y su barbilla volvió a descender de forma que sus ojos pudieran enfocarse en ella otra vez con esas oscuras, profundidades ilegibles. Él no había dejado de tocarla por todas partes, y ahora la energía que tenía como un simple mortal se había expandido exponencialmente. Ella estaba agradecida por la protección alrededor de la casa ya que, de otra manera,  seguramente la explosión de chispas habría traspasado la estructura de la casa.

– Ven aquí, pequeña.

Cuando ella dio un paso apartándose de las escaleras, él la sorprendió al cogerla, un brazo sujetando su espalda y el otro por debajo de sus piernas, y la levantó en sus brazos, avanzando para tomar las escaleras hacia el pasillo del loft. Plegó sus alas con cuidado en su espalda, sus extremos se arrastraban como la capa de un príncipe mientras subía las escaleras, sin dejar de mirarla. – Me acostaría contigo en la cama donde sueñas.

Ella no podía pensar en nada que deseara más.

Mientras cargaba con ella escaleras arriba, Anna deslizó los brazos alrededor de sus hombros, las yemas de sus dedos enterradas en el arco de sus alas. Deseaba que la llevara en brazos para siempre. La ingravidez era… Oh, se sentía tan bien cuando la llevaban, sosteniéndola estrechamente. Fusionándose con la dulce anticipación en su estómago, los diminutos peces que parecía estar pinchándole por todas partes, estaba el inquieto pulso de sus muslos, siendo consciente así del apretón de sus manos allí.

Además de un baño, las dos cosas principales en el loft eran la cama y el Jacuzzi que ella había diseñado como un amurallado estanque. Él fue directamente hacia la cama, haciendo a esos peces saltar. La cama parecía como una extensión de suave arena con su edredón marrón cubriéndola, era sencilla, ancha y afortunadamente larga, ocupando la mitad del espacio. Las conchas que había recogido de la playa, piezas de fósiles de coral y muchas flores en jarrones decoraban los laterales de las mesas y las repisas. Cosas para ayudarla a mantenerse conectada. Una diminuta acuarela de una sirena que había comprado en un viaje después de su primera noche allí, también presidía la habitación.

No había ninguna lámpara, ya que ella prefería mirar por el cristal hacia la noche, observando como la luna se reflejaba en la espuma del océano en movimiento por la arena, oyendo el suave rumor de las olas. Ahora la estaba dejando en la cama, inclinándose sobre ella. Sus dedos curvados en la parte de arriba de sus brazos, sin soltarlo. Poniendo una rodilla en la cama, él se tendió a su lado, su mano depositada sobre su cintura desnuda, realizando perezosos trazos con el pulgar por el estómago, su ombligo, haciéndole cosas que la hacían temblar.

– Te has construido un nidito aquí, – observó él. – Dime, pequeña. ¿Por qué eres la única que queda? ¿Por qué estás tan sola en el mundo?

Ella alargó una mano hacia su rostro, pero él capturó su muñeca, la giró y le besó la palma, acariciándola con la boca. – Quiero volver a estar en tu interior, Anna. Alcanzar tus suaves labios, sentir el hambre apoderándose de tu cuerpo deseando el mío. Pero me dirás primero esto.

Ella cerró los ojos. – Es un soborno, mi lord.

– Lo es. – dijo con el indicio de una sonrisa que no erradicaba la seriedad de su rostro. – No me aprovecharé de ello, lo prometo.

Él lo entendía. Se retorció en su interior, un dulce dolor. En el mismo momento que sintió el deseo de decírselo, experimento el miedo de que reaccionara como tantos otros lo habían hecho, como aquellos que conocían la historia durante siglos.

– La bruja del mar original, la tátara-tátara-tátara abuela de Mina, dio a mi antepasada Arianne el hechizo de tener piernas para intentar ganar el deseo de su corazón, el amor de un príncipe.

Cuando Jonah asintió, indicando su familiaridad con esa parte, Anna agradeció no haberse entretenido en los detalles. – Arianne falló y se convirtió en piedra, como se cuenta en la leyenda, pasó en la realidad. Pero Neptuno hizo un trato con la bruja del mar. Él no la mataría de forma dolorosa a cambio de que ella volviera a transformar a Arianne en sirena. – Los labios de Anna se torcieron. – Pero algo fue mal, y la bruja del mar no pudo deshacer el hechizo de cambio de forma. Tampoco Arianne podía controlarlo. Durante toda su vida, continuó cambiando inesperadamente de sirena a humana, y por eso tuvo que vivir atrapada en tierra, de otro modo podría ahogarse. Cada vez que cambiaba a piernas humanas, también experimentaba un dolor atroz, como si pisara el filo de navajas mientras caminaba. Aun así, ella bailaba en las playas por la noche, recordando a su príncipe. Le dejó a su hija una carta en la que le describía como él la miraba cuando bailaba, diciéndole que el dolor le valía la pena.

– Entonces, ¿quién fue el padre de su niña?

Anna negó con la cabeza, frunciendo el labio. – El príncipe, a pesar de que entregó su amor a otra, no tuvo problema en acostarse con Arianne antes de decidir dejarla por su novia humana. Arianne estaba embarazada de su hija cuando se convirtió en piedra. Nadie esperaba que la niña sobreviviera, pero lo hizo. Desde entonces esa es la pauta. Ninguna hija de Arianne ha encontrado jamás la felicidad de un amor duradero, pero siempre acaba embarazada en un momento u otro. Sin embargo, cada niña, aunque hereda la habilidad de transformarse en humana, también acaban poseyendo otras habilidades diferentes… únicas. Maldiciones.

Jonah frunció el ceño. - ¿Por qué son maldiciones?

Anna dejó que su mirada se desviara hacia la mesita de noche, hacia una flor rosa entre las otras. Delicados pétalos, una frágil existencia. Pero vivía, elevándose por el campo. Resistiendo. Y, aunque por poco tiempo, era perfecta.

– Porque las habilidades eran involuntarias y les causaban daño a ellas o a aquellos a los que amaban. La primera hija, si llegaba a excitarse de alguna manera – ya fuera por ser demasiado feliz o demasiado triste – trastornaba violentamente las aguas a su alrededor. Olas de marea, tsunamis, sequías. Por eso Neptuno construyó la casita para ella. Mientras no estuviera dentro de una gran cantidad de agua, eso no pasaría. Pero antes de eso, destrozó barcos, creando tormentas que quitaron vidas. Rescató a un hombre de su una de esas devastaciones y fue capaz de amarlo tanto, lo bastante para quedarse embarazada antes de que él descubriera su naturaleza y no pudiera aceptarla.

Su hija no podía hablar si no era cantando. El sonido de su cantarina voz inducía a cualquiera que la escuchara a un profundo sueño del cual no despertaría en días. A veces meses. Así que se mantuvo callada la mayoría de su vida, deseando comunicarse desesperadamente, pero sólo capaz de hacerlo un momento o dos antes de que esos con los que quería hablar tan desesperadamente estuvieran perdidos en el sueño. – Anna intentó sonreír, pero falló. – Y así continúa la lista.

Neptuno sospechó que era una cruel ironía planeada por la bruja del mar, porque el trato entre ellos incluía un juramento de sangre en el cual ni ella ni sus descendientes jamás volverían a causar directamente daño a Arianne o a sus descendientes. Sin embargo, Mina me dijo que el hechizo de la piedra no estaba destinado a ser invertido y la magia simplemente se volvió algo impredecible en su propia vida.

– ¿Alguna de ellas está viva? ¿Tu madre? ¿Su madre?

– No. – Cuando no fue capaz de decir nada más, incluso ante su mirada interrogante, él se inclinó y colocó sus labios sobre su cuello, justo debajo de su oreja. Su nariz rozó la curva exterior de su cuello, su aliento le hacia cosquillas ahí. Ante el calor húmedo de su boca, su cabeza se inclinó hacia atrás, sus nervios temblaron deliciosamente.

“Ah, Diosa. Eres malo.”

Sus labios se estiraron en una sonrisa contra ella, pero no pudo eliminar el peso de su pecho, incluso bajo la sensación de esa respuesta. – Cuéntame.

Sólo tenía que decirlo, y la tomaría. Él quería saberlo, ella se lo contaría y continuarían. Aun así, las palabras se le atascaban en la garganta. – Todas morimos antes de los veintiuno, mi lord.

Jonah se congeló, levantó la cabeza, toda la diversión desvaneciéndose de su expresión. Ella desplazó la mirada hacia el océano, al otro lado de la ventana. – ¿Cuántos años tienes, pequeña?

Ella soltó casi una risita, y supo que era un sonido triste. – Un momento perfecto para decidir que soy demasiado joven para ti, mi lord.

No se sorprendió cuando él la agarró de los hombros, levantándola hasta tenerla sentada. Sin embargo, tuvo que enroscar los dedos sobre los músculos de él para conseguir el valor de mirarlo a la cara. – ¿Cuántos, Anna? – repitió él.

– Sólo veinte. Así que si voy a continuar la leyenda, supongo que mejor me quedo embarazada pronto.

– No. – Él lo dijo como una orden. – ¿Qué le pasó a tu madre?

Cuando ella negó con la cabeza, él la ayudó a volver a la cama y se colocó sobre su cuerpo, su rodilla presionando entre las de ella. Se abrió para él. Sus ojos, por alguna razón, se ponían oscuros cuando Anna se encontraba sometida por su voluntad tan desesperadamente, tan fácilmente. Ella no podía negarle nada, ni siquiera las palabras que habían empezado a atragantarse en su garganta.

Él se derrumbó sobre ella, su pecho presionando contra su carne desnuda, el vaquero y la longitud atrapada bajo el, frotando contra su carne excitada. Anna inspiró, arqueándose contra él. Cogiendo sus muñecas, él estiro ambos brazos apartándolos de ella. Con los brazos alargados, él era capaz de levantar su torso para inclinarse y besar su esternón, en un simple roce de labios.

Él la hacía sentir vulnerable manteniéndola de esta forma y, aun así, le hacía querer desnudar su alma para él. No entendía por qué el hecho de colocarla en esta postura abierta abría algo dentro de ella que una postura más protectora mantendría cerrado, pero lo hacía, y ella finalmente encontró su voz, un trémulo susurro en la oscuridad, volando suavemente contra el cabello sobre su frente.

– Se cortó la garganta inmediatamente después de que yo naciera, con el mismo cuchillo con el que cortó el cordón que nos unía. Pidió mi perdón, Mina me lo dijo. – Anna miraba con ojos vacíos hacia ese cabello que caía sobre la frente de él. – Mi madre dijo que no soportaría ver sufrir a su hija, pero no tuvo el valor de acabar con mi vida a la vez que con la suya.

– ¡Sagrada Madre! – Cuando Jonah apoyó su frente sobre la de ella, Anna cerró los ojos, sintiendo el calor de él, sus fuertes facciones. Su cuerpo presionó hacia abajo, colocándose más sobre ella y ella no pudo evitarlo. Levantó las piernas, enrollándolas alrededor de sus muslos, los dedos de los pies deslizándose hacia abajo, a la unión sobre sus rodillas. – Mi lord… Por favor, hazme olvidar esos pensamientos. O continuaré hablando hasta romperme en pedazos.

Pero él no se movió, y ella se encontró hablando en voz alta otra vez, las palabras saliendo en tropel del cofre cerrado de su memoria que pesaba en su corazón. – Preguntaste sobre Mina. Cuando eso pasó, Mina era joven, no mucho más que una niña. Mientras ellos estaban distraídos, ella… Ellos dijeron que tomó la sangre de mi madre, y me hizo tragarla, junto con algo de la suya. Me puse muy enferma por culpa de eso, Neptuno la echó al Abismo, atada con cadenas. Pero después descubrieron que yo no tenía el tipo de poderes destructivos que las otras hijas habían tenido. La comadrona y curandera que me atendió dijo que Mina, de alguna manera, había descubierto que ser amamantada con la sangre de mi madre junto con la de la descendiente de la bruja del mar me daría algún tipo de protección. Así que Neptuno la sacó del Abismo. – Ella tragó. – Nadie esperaba que estuviera viva. Me contaron que su cuerpo quedó gravemente mutilado por los carroñeros. No la volví a ver hasta que fui mayor y la busqué, obligándola a que tolerara mi compañía.

Una débil sonrisa tocó sus labios y ahora fue capaz de volver a mirar hacia sus penetrantes ojos. – Así que ya ves, mi lord. Mina arriesgó su vida para darme la vida que tengo. Sé que ella lucha con su oscuridad. Sin embargo, aunque ella no lo piense así, me necesita para creer en su bondad. Porque soy la única que lo hace.

Él permaneció en silencio, estudiándola como si fuera la cosa más fascinante que jamás hubiera visto. Después de algunos momentos bajo esa penetrante mirada, no pudo resistir más. Empezó a tensarse contra su agarre. Él se quedó inmóvil, y eso incrementó la necesidad dentro de ella, liberando algo del dolor y sustituyéndolo con la dura, necesitada anticipación de la excitación. Algo en su rostro le dijo que él estaba esperando… esperando… Ella levantó sus caderas contra la presión de él, tensándola más, arqueando su garganta, presionando sus pechos contra su pecho. Ofreciendo. Suplicando con sus movimientos.

Sus alas aún estaban medio plegadas, pero la protegían de las luces del día que quedaban, dándole sombra, acogiéndola en el crepúsculo mientras él por fin se inclinaba, agarrándola por la nuca y atrayéndola hacia arriba contra su boca. Sin delicadezas, empezando por la forma en que su boca chocaba contra la de ella. Pero ella simplemente la abrió tanto como pudo para él, dejándole saquearla, haciendo urgentes gemidos en la parte posterior de su garganta. Sus piernas se afianzaron en sus caderas, en las curvas musculadas de sus nalgas. Su agresivo movimiento se ganó un gruñido de advertencia. Su respuesta fue arquearse más, haciendo pequeños movimientos contra su dura longitud, retándolo a contener más sus movimientos.

Él metió la mano entre ellos, comprendiendo el funcionamiento de los pantalones, levantándose con una repentina impaciencia para quitárselos, luego volvió a descender sobre ella antes de que tuviera tiempo de echar de menos su calor, el peso y la fuerza de él.

Pero ella necesitaba que la llenara, que entrara en ella. Su corazón y alma se estaban asfixiando; ¿no era capaz de verlo?

– Jonah… mi lord. Por favor, no dejes que me sienta así.

Su mirada vaciló alzándose hacia ella. – ¿Sientes dolor, pequeña?

Ella asintió. – Hazme olvidar, mi lord. Hazme olvidar que no pertenezco a ninguna parte, ni a las sirenas ni a los humanos, a nadie.

Ella sabía como Mina se burlaría ante la degradante idea que era querer pertenecer a otro. Pero cuando un alma estaba privada del tacto, de la conexión, se esclavizaría con gusto ante la oferta de ser amado por otro, aunque solo fuera por unos pequeños instantes. Sería suya, mientras él la quisiera, y se consolaría si podía con ese breve periodo de tiempo. Después de todo, ¿cuántas tenían la oportunidad de estar con un ángel?

En conjunto, había sido fuerte e independiente durante su corta vida. No había tenido elección en eso, ya que estuvo influenciada por el ejemplo de Mina y por la vida desperdiciada de su madre. Nunca había tenido en cuenta el peligro de permanecer en los brazos de un fuerte hombre al que quería proteger, cuidar. Eso era mucho más peligroso para ella que cualquier otra cosa sobre Jonah. Pero como muchas cosas en su vida, tomó la firme elección de abrazarlo mientras pudiera hacerlo.

Tenía muy poco tiempo para derrocharlo teniendo miedo.

Alzándose contra su tacto, ella le mordió justo sobre la aureola de su pezón, apretando sus piernas sobre él. Como respuesta, él deslizó un brazo alrededor de su cintura y se introdujo en ella, fuerte, profundo y rápido, haciéndola tomar aliento y pronunciar un agudo grito de placer.

Él volvió a tumbarla y empezó a golpear dentro de ella, sus ojos feroces, casi como el brillo rojo de un Oscuro en la oscuridad de su casita. – Quiero hacerte gritar, pequeña.

Jonah sabía que la había mantenido hablando sobre sus dolorosos recuerdos más tiempo del que debería, ella había heredado un legado de esperanzas incumplidas y probablemente él fuera otra de ellas. Ni siquiera le había dado las gracias por salvarle la vida. Pero no se atrevía a hacerlo hasta que supiera que había valido la pena salvarlo o que eso no le había traído más dolor a su vida. De cualquier manera, no habría vivido durante tanto tiempo sin aprender a ser ingenioso, y había cosas que podía darle ahora que eran mejores que su gratitud.

Las flores con las que se rodeaba eran parte de la clave para entenderla. Delicada, temporal, viviendo con intensidad, perfecta y, en general, una frágil belleza en el momento del éxtasis. Así que él le daría ese momento.

Se deslizó saliendo de su cuerpo a pesar de sus lloriqueos de protesta y su dolorosa dureza y cogió uno de los dientes de león del jarrón en la mesa de al lado. Acariciando con él su estómago, mirando como algunas de las semillas caían, haciéndole más cosquillas. Después se inclinó, besó la parte inferior de sus pechos donde el pliegue de su peso descansaba sobre sus costillas. Prolongadamente, saboreándola mientras ella se movía inquieta debajo de él, enredando los dedos en su cabello.

Levantándose, él la sujetó para poder devolverle el favor, apartando su cabello con los dedos, soltando el lazo que lo mantenía sujeto para poder extenderlo sobre la cama. Sorprendiéndola, diría él, cuando le pasó las manos a través del pelo, enredándoselas, intentando que las hebras sobre sus muñecas la mantuvieran de esa manera, abierta y temblorosa. Luego le levantó una de sus piernas, apoyándose su pantorrilla en la mano, descansando su talón sobre la cadera mientras la acariciaba con el diente de león hacia abajo, más abajo…

Anna se mordió el labio ante el ligero contacto, y después un grito gutural salió de sus labios mientras él se inclinaba y sustituía sus caricias con su boca.

– ¿Qué estás…

– Llevándote tan alto como puedas ir, pequeña.

Cuando él puso su boca completamente sobre su carne caliente y resbaladiza, todos los recuerdos dolorosos volvieron a desaparecer en la oscuridad. Anna estiró del edredón, moviendo las caderas contra su cara. Sus insistentes y rítmicos movimientos circulares la hacían sentir como si no pudiera soportarlo más y, al mismo tiempo, deseaba cabalgar su boca para siempre. Se sacudió, gritó. Cuando levantó la mirada de la pendiente de su cuerpo, las pestañas de él abanicaron sus mejillas mientras observaba el estado de excitación de su sexo empapado con una atención voraz.

Haciéndola retorcerse con aún más insistencia.

Por su parte, las nobles intenciones de Jonah habían desaparecido y ahora sencillamente necesitaba tomarla. Mientras permanecía abierta de esa manera debajo de él, le recordaba como se le había ofrecido por completo en esa primera noche, y descubrió en él mismo el rasgo de un conquistador, tomando como derecho lo que quizás no mereciera.

Cualquier cosa que él le diera no podría ni compararse con lo que su total sumisión significo para él. Ese pensamiento lo detuvo, lo estudió brevemente desde varios puntos de vista antes de apartarlo, y levantarle las dos piernas hasta sus hombros. Sintiendo sus pantorrillas deslizándose por delante de los arcos de sus alas, levantando su ligero cuerpo, sujetándola para la profunda penetración de su boca.

Había olvidado el dulce, sabor almizclado de la hendidura de una mujer, de su miel resbaladiza, de la forma como respondería si todo fuera bien, como si ella estuviera en medio de una tormenta marina, con su cuerpo moviéndose tan sinuosamente como las espumosas olas.

Una de las leyendas humanas sobre el fallecimiento de Ariel decía que se convertía en espuma de mar, la creencia natural sobre como sería la muerte para una sirena, donde el alma se convertía en una parte del mar para siempre. Ahora, mientras Anna se ondulaba como lo haría si estuviera nadando por el agua, Jonah supo que su corazón estaba en el océano, su alma profunda en el mar. Pero era un mundo que a menudo no la quería. Así que ella vivía aquí, en el límite de la tierra y el agua, simbólico, como todo en esta casita. A pesar de toda su reservada tranquilidad, descubrió que a ella no le gustaba estar aquí, donde todas sus tradiciones podrían hacerle creer que esto era lo mejor que podía esperar. Excepto por esa única pintura. La única que expresaba su esperanza por algo mejor. Mientras él volvía a levantarle el cuerpo y se introducía otra vez, empujándolos a ambos sobre el borde de su necesidad, él supo que iba a embarcarse en ese viaje con ella. No porque creyera en la bruja del mar, o porque esa oscuridad en su corazón necesitara curarse, sino porque de repente la cosa más importante para él era que su sirenita supiera que alguien creía en ella.

¡Y por el fuego del infierno!, todavía no era capaz de volver, de alargar la mano hacia Lucifer o la Dama. O hacia cualquiera de ellos. ¿Qué más daría una semana? El tiempo era relativo, cuando uno era un ángel.
 
****

Se despertó sola. El trueno sacudió la casa, acercándose al mismo tiempo, destellos de luz iluminaron la casita de forma que pudo verlo de pie en el porche, la puerta corrediza de cristal abierta a la lluvia. Su cabello estaba aplastado sobre la cabeza, su rostro inclinado hacia el cielo, las alas un peso pesado en su espalda.

No iba vestida, pero bajó las escaleras, colocándose de pie en la puerta abierta, saliendo un paso detrás de él.

– ¿Es una batalla?

Él negó con la cabeza, estirando su mano hacia atrás sin mirarla. Cuando ella la tomó, la acercó hacia adelante, metiéndola bajo su ala para que pudiera estar delante de él. Él habló en un tranquilo murmullo a pesar de la lluvia porque su mandíbula estaba a la altura de su sien mientras ambos levantaban la vista. – Solo es una tormenta, pequeña.

Podía sentirlo recorriéndolo, un zumbido que le tensaba los músculos. Anna se giró, inclinando su rostro hacia él en vez de hacia el cielo.

Cada línea de su rostro estaba en tensión, sus ojos… angustiados. Algo se removía en su interior, algo que le recordaba lo que Mina había dicho: “Él dirige a los ángeles que luchan contra los Oscuros…”

– Háblame de los otros ángeles. – Buscaba algo que lo devolviera a la realidad, no quería que estuviera solo en la oscuridad de sus pensamientos. – Tus amigos. Esos que están bajo tu mando.

Un estremecimiento recorrió sus músculos. – No puedo. – Bajando la cabeza, rozó su sien y cerró los ojos, mientras ella levantaba los brazos para rodearle el cuello. – Cuando pienso en ellos, solo oigo sus gritos. Veo la sangre.

Ella necesitó un momento para digerir el significado detrás de sus palabras, y se dio cuenta de donde estaban sus pensamientos. No en la vida que dejaba atrás para estar esta noche aquí, sino en los muertos que había abandonado.

– Elige uno. – Susurró, guiada por su intuición, así podría llegar a él en un sueño, donde se sintiera seguro para poder recordar. – Algo sencillo. Dime el color de su pelo.

Él abrió los ojos y la miró, con tanta atención que se asustó cuando cayó otro rayo. Apretó los puños, pero ella puso las manos sobre sus brazos para recordarle que estaba allí cuando llegó el gruñido del trueno, como siempre hacía.

– Ronin tenía el cabello de color oro vivo, – dijo él durante los ecos del trueno, la fuerza de la lluvia los encerraba en un espacio muerto donde ella era consciente de su respiración contra la mejilla, la humedad sobre sus pestañas que podría no ser del agua que goteaba por su frente. Él negó con la cabeza, cerró los ojos otra vez apretando los parpados y luego los volvió a abrir. – Estaba excesivamente orgulloso de ello.

– Oro. ¿Era guapo?

– Él parecía creer que sí. Cuando se buscaba una mujer en tierra, alardeaba de que en cuanto veían su cabello caían en sus brazos. – Él le dio un suave apretón, como recordándole que estaba allí. – A diferencia de mi oscuridad, la cual tengo que compensar con mi encanto.

– Me alegro de decirte que tu oscuridad es muy atractiva, mi lord. – Ella enredó sus dedos por las húmedas hebras oscuras como un cuervo. – Y es algo bueno, ya que tu encanto tiene bordes afilados.

– Me hieres, pequeña.

Ella sonrió cuando gran parte de la tensión abandonó sus hombros. – ¿Son todos los otros como tú? ¿Atractivos e insoportablemente arrogantes?

Algo brilló en esos ojos de ébano. – No, son peores. Y feos. No les gustarías en absoluto.

Su torso estaba perlado por la lluvia. Impulsivamente, puso los labios sobre una gran gota en su pecho, poniéndose de puntillas, y la probó, su piel con el agua de lluvia. La ausencia de sal en el agua, el sabor de la sal de la piel. La esencia del océano y de la tierra uniéndose, compartiendo la sal. De la misma forma los dos se unían, un ángel y una sirena.

Levantó la mano, ahuecando la parte de atrás de su cabeza. Manteniéndola así, el resto de su cuerpo aún quieto, conteniendo el poder. Ella pensó que ni siquiera respiraba mientras dejaba que sus manos se deslizaran como pájaros por la pendiente de su espalda, esa cavidad superficial, sobre grupos convexos de músculos hacia la elevación de sus nalgas. Descansó allí, sintiendo como la tocaban las pequeñas plumas en la parte inferior de sus alas.

– Los echo de menos. Con tanta fuerza que quiero hacer daño a alguien cuando pienso en ellos.

Jonah lo sentía en su interior, la violencia hirviendo a fuego lento, y el odio crecía ahora en él, cuando mantenía a una criatura en sus brazos que era la antítesis de todo eso. Él presionó su frente contra la suya, deseando poder simplemente absorber su calma, la tranquilidad que sentía en su joven alma.

Antes, él había tomado su cuerpo con fuerza y pasión. Ella le había mordido, arañado, respondiendo de la misma forma. Pero esto, esta caricia desnuda era de alguna manera aún más poderosa, de pie aquí en la lluvia, sólo los dos.

¿Se había convertido el campo de batalla, pintado con sangre, en su verdadero hogar? ¿Sus enemigos, tanto como aquellos que luchaban con él, se habían convertido en su familia, aunque sólo fuera por esos momentos de violencia extrema, cuando no había espacio para nada más? El pensamiento era abominable, pero aquí, donde él finalmente, después de muchos años, sentía una tranquila conexión, le recordaba cómo se había sentido de desconectado durante tanto tiempo. Sin un objetivo, excepto cuando mataba.

Diosa, nunca le he dicho a nadie que los echaba de menos. ¿Qué magia posees en tus brazos, pequeña? ¿Tu tacto? No deberías estar cerca de mí.

– Puedo cantarte para dormir, mi lord. – No parecía preocupada por esa advertencia. En cambio, ella apartó la mirada hacia el mar y Jonah supo que, aunque la casa estaba protegida por el poder de Neptuno, estaba preocupada por si los Oscuros lo encontraban mientras se exponían a las fuerzas de la tormenta.

– ¿Dormiré durante días? – No pudo pensar en nada más que decir cuando ella levantó la mirada hacia él con sus grandes ojos violetas.

– No. – Su pequeña boca rosa se curvó. – El destructivo poder de mi antepasada es diferente en mí. Solo puedo crear sueños. Mientras te canto para dormir, puedo hacer aparecer cualquier cosa que desees, en tus sueños. Si me hablas de sus caras, sus voces, puedo devolvértelos. A Ronin, a todos. Por una noche.

Su pulgar se desplazó por el exuberante labio inferior, recogiendo gotas de lluvia. – ¿Y alguna vez te has cantado a ti misma para dormir, pequeña? ¿Otorgándote algo en tus sueños?

Ella negó con la cabeza. – No, pero la Dama se ha compadecido de mí. Me ha traído un ángel en su lugar.

Él la miró fijamente. Ella se le había confesado antes. Puede que esa fuera la clave de que le hubiera abierto su confianza, su buena voluntad para entregarle las partes de él que no había dado a nadie más. Ella era inocente y tan diferente de lo que él creía ser para los demás, pero ella entendía lo mal que estaba.

– Iré contigo, Anna. Iremos a ver al chamán. Tal vez en este viaje encontremos las respuestas que ambos buscamos.

Anna tragó, por un momento sorprendida de que estuviera de acuerdo. Pero cuando se inclinó hacia él y vio el deseo creciendo en sus ojos, su agradable sorpresa fue remplazada por una emoción diferente. En ese momento supo que él volvería a tomarla esa noche.

– Me alegro de oírlo, mi lord. Pero al menos por esta noche, creo que todas las respuestas que necesitamos están aquí.

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