¡¡Hola chicas y chicos!!
Aquí os dejo un nuevo capítulo de "A Mermaid's Kiss"
Poco a poco se va desarrollando esta historia de amor entre una sirena y un ángel. Aunque no todo es lo que parece...
Como siempre, espero que disculpeis los posibles errores de traducción.
¡¡Espero que os guste!!
Ocho
Cada
generación de las hijas de Arianne añadía sus toques personales a la casita.
Por esa razón, Anna esperaba en la misma puerta, sintiéndose nerviosa mientras
Jonah permanecía de pie en el centro de la sala y giraba despacio, examinándolo
todo.
No era
grande. No vivían criaturas del mar en su interior. Sus necesidades eran
pequeñas. Un simple y tranquilo espacio para ayudarla a mezclarse cuando era
humana, otorgándole intimidad y el sentido de que algo le pertenecía. Neptuno
no podía ofrecerle lo que su corazón deseaba más, lo que nutriría su alma, pero
él era el que siempre le había mostrado más amabilidad de los de su propia
gente. Había estado aquí hace pocos días, así que las últimas flores silvestres
que había recogido tierra adentro, al lado de la carretera, estaban todavía en
flor.
Desde sus
tempranas incursiones en el mundo humano,
había estado encantada con las muchas formas y colores que tenían.
Morado, blanco, dorado, rojo. Tonos de lavanda, rosa claro, rosa oscuro… Un
intacto trío de dientes de león, con sus suaves esferas blancas, esperaban el
toque del viento para propagarse.
Las
flores la habían consolado, esta obvia conexión entre sus dos mundos. Tantas
variedades de flores submarinas viviendo entre prados de césped marino,
acariciaban la vida gracias a las corrientes. Y tenían un equivalente en el elemento tierra, donde las
flores crecían silvestres entre largo césped dorado acariciado por el viento.
Al final,
ella llevaría los dientes de león hasta la puerta, frunciría sus labios y
soplaría suavemente, liberándolos. Cuando entraba en esta casita, se paralizaba,
un punto fijo en el universo. Al salir, la vida en todos sus ciclos, debajo del
mar o sobre la tierra, se reanudaban otra vez.
Porqué la
mezcolanza de cosas que buscaba en los naufragios siempre la habían fascinado
de la misma forma, tal vez era natural que la gran cantidad de floreros en los
que estaban colocadas las flores silvestres provinieran de sus fascinantes
expediciones a almacenes de rebajas y tiendas de segunda mano. Las cosas allí
eran tranquilas, y la gente permanecía a su alrededor cómodamente, deslizándose
como tranquilos peces entre un arrecife de coral con distintos tesoros. En
algunos de los floreros, entre las flores, había insertado utensilios que había
encontrado.
Todas
desde las recargadas con volutas a las planas, eran sencillas cucharas abolladas.
Ella no
conocía los nombres de los estilos. Podría haber buscado un libro y haberlos
estudiado, pero estaba saciada por la simple absorción de la necesidad del ser
humano para la creación.
– Este
lugar esta protegido, – notó Jonah al fin, haciéndole saber que, después de
todo, algo de su formación y habilidades mágicas había persistido pese a su
transformación.
Ella
asintió. – El Rey Neptuno lo reforzó con hechizos y protecciones para
camuflarla de forma que nadie puede acercarse sin ser visto ni penetrar el
escudo si piensa hacer algún daño. Además es un hechizo invisible, así que
aquellos que perciban la magia no notarán nada fuera de lo normal en la casita
a menos que estén dentro de la misma casa. Lo cual quiere decir que tienen que
permitírseles entrar, y por lo tanto no puede ser nadie que desee hacer daño.
–
Complicado. No es fácil de hacer.
– No. –
Ella negó con la cabeza, colocándose detrás del sofá. La pequeña sala en la que
él permanecía de pie estaba abierta hacia la cocina. El hueco de la escalera
llevaba hasta una galería y una habitación loft con una claraboya circular por
la que podía ver las estrellas. Podía ver el océano por los paneles de ventanas
de la parte delantera, donde había un pequeño porche, con una fuente en la que
meter los pies mientras se sentaba allí fuera. Esa había sido una de sus
mejoras, así podía sentir el agua sobre su piel aunque el océano estuviera solo
a unos cincuenta metros de distancia durante la marea alta.
Independientemente
de las mejoras que cada una de las otras hijas de Arianna hubiera hecho a la
casa, cada una de ellas también le había añadido una ilustración a la impecable
pared trasera debajo de la galería. Como las ropas de hombre, habían tantas
tradiciones sobre la casita difíciles de explicar para cualquiera. Curiosos
homenajes para Arianne, cosas que hacían porque la mujer no tenía otras
tradiciones familiares, no tenían relaciones permanentes con ninguna comunidad.
Ese tenue vínculo que la unía con las otras, pasando de madre a hija durante
generaciones era, por lo tanto, de vital importancia.
Pero
cuando la mirada de él viajó por la pared, observando las fotografías, Anna
sintió la necesidad de intentar explicarlo. Quizás porque quería contárselo a alguien que sólo quisiera
escucharla.
– Cada
hija elige una pintura para la pared, algo que sienta que pertenece a este
lugar. Sin otro sentido, sólo ese sentimiento indefinido.
Había
sido iniciado por la primera habitante de la casa, la verdadera hija de
Arianne. Una postal, situada en un gran marco contra un acabado en blanco mate,
una pequeña imagen en un espacio en blanco. Era una instantánea, la estatua de
piedra de su madre, mirando con tristes ojos vacíos hacia el puerto que había
mantenido su sueño.
– La
tragedia de una persona y su corazón roto convertido en otra atracción
turística, – murmuró él. La mirada de Jonah descendió a la fila de abajo,
pasando por otras varias contribuciones, y después se detuvo en la imagen que
había dejado la madre de Anna.
Una caja
negra sobre un desteñido fondo gris. Definido, sin cambiar nunca. Una prisión.
Anna odiaba mirarla. A menudo, deseaba que la obligación que dictaba tanto lo
que pasaba como lo que se hacía en esta casita, no fuera tan fuerte en ella,
así podría encontrar el valor para quitarla de la pared y tirarla al mar.
Luego, su
interés viajó hasta la última imagen. Ella la había encontrado en la parte de
atrás de una polvorienta tienda de antigüedades, una pintura hecha por un
artista que nunca había conseguido la fama, pero poseía un estilo Romántico
para contar la historia de la sirenita con una interpretación diferente. La
sirena seguía estando en la roca, pero su príncipe había aparecido. Estaba de
pie con el agua hasta los muslos, con su caballo blanco justo detrás de él. Él
estaba tocando su rostro, y mientras lo hacía, la roca se derretía. La pintura
mostraba el granito gris de su brazo fundiéndose hasta convertirse en pálida
carne blanca y los dedos levantados, alargándose hacia él.
Jonah se
acercó a él y luego se dio la vuelta, con los dedos sobre el extremo del marco.
– Si están en orden, este es el tuyo. ¿Es este el deseo de tu corazón, Anna?
Perspicaz
como era, no debería sorprenderle que entendiera más sobre el sentido de las
imágenes de lo que debería. “Un recuerdo de las consecuencias del amor. Una
recomendación de que se debía esperar por el amor, sin miedo a ser abandonado.
Una negación a hacerlo”. Ella miró la pintura, pero más que a eso, miraba sus
manos, la curva de sus dedos, los huesos de sus muñecas, el suave bello oscuro
que cubría sus brazos, transportando su mente al instante a la forma en cómo se
sentía al estar entre sus brazos, con los firmes bíceps presionándose contra su
espalda.
Su enfado
inicial por su transformación en humano parecía haber decaído, por ahora. Aun
así, ella sabía que debía ser cuidadosa con él. Desgraciadamente, eso no
parecía posible para ella. Siendo mortal, no tenía la belleza de otro mundo que
tenía como ángel, pero aún tenía una impresionante figura masculina. Su energía
se extendía por todas las esquinas de la habitación, arrastrándose sobre ella,
haciéndola desear cerrar los ojos y simplemente absorberlo, tomarlo a través de
todos sus sentidos, hasta cuando quisiera seguir mirando. Esos
pantalones…aunque nunca diría que eran una mejora sobre la falda de combate en
miniatura que llevaba, que revelaba tanto de él, no eran dolorosos a la vista,
ajustándose a sus formas. Su cabello oscuro caía sobre los hombros, tan negro
que no podía diferenciarse de la oscura camiseta.
Ella
nunca se había dejado llevar por la lujuria. Puede que esa fuera la razón de
que él hubiera echado a bajo la puerta donde moraba en su interior al tomar su
inocencia, ya que al parecer no podía detener la vibración de su cuerpo como
respuesta hacia él.
– Quiero
verte volar otra vez, – dijo ella en voz baja. Quería verlo elevarse, todo
belleza y poder como debería ser, de la forma que estaba segura que volaba
cuando no tenía un ala herida, o un corazón herido. Si pudiera ayudarlo de
alguna manera para hacer que pasara, y le fuera otorgado el privilegio de vivir
lo suficiente para verlo, como vio a los Windwalkers, entonces eso sería
bastante. Un momento de perfecta felicidad podía satisfacer el alma para
siempre, ¿no? Especialmente cuando esa alma siempre ha sabido que tal cosa era
un milagro inalcanzable.
Se
preguntaba por qué pensaba que quería decirle algo de esto, por ahora todo lo
que quería era hacer algo con él para no tener que pensar sobre eso nunca más.
Así que retrocedió un paso, luego otro, caminando hacia el primer escalón del
loft. Sus ojos la miraron fijamente mientras ella cogía el dobladillo de su
fina camiseta y la levantaba sobre su rostro, sacando el cabello por la
apertura en forma de chimenea que se formaba cuando se quitaba la prenda.
– Stop.
Ella se
detuvo, la prenda de gasa apretada contra sus labios, ojos y pestañas. Podía
verlo, un neblinoso y turbio contorno teñido con un suave tinte azul verdoso
mientras se acercaba a ella. Sus brazos estaban enredados en los tirantes de la
camiseta, y él colocó sus manos justo debajo de sus codos levantados,
sujetándola de esa manera mientras se inclinaba, acariciándola con su aliento.
Cuando los labios de él tocaron su boca a través de la tela, sus labios se
abrieron, humedeciendo los hilos. Su cuerpo se balanceó hacia él, y él cogió un
puñado de su cabello, ayudándola a quitarse la camiseta de manera que ahora
estaba de pie con los pechos desnudos delante de él. Desatando la cuerda que
sujetaba la falda, él la soltó, y ella se quedó desnuda, sus ropas en un charco
a los pies de él. Ahuecando su rostro, el lado de su cuello, él acarició la
línea de su garganta. Tan despacio, tan sensual, un hombre completamente
consciente del poder de su toque en la piel de una mujer, de esa columna
vulnerable.
Mientras la
miraba, la luz de la puesta del sol volvía la habitación dorada, luego rosa,
bañándolos a ellos y a su entorno en ricos colores. Él se quitó la camiseta,
tirándola a un lado. Sujetando su pecho, Anna vio cómo su barbilla se alzaba,
sus ojos se cerraban y sus manos la apretaban mientras su cuerpo se curvaba,
los músculos estremeciéndose. El rosa y el dorado se transformaron en un baño
de luz ámbar, y las alas aparecieron detrás de él, una extendida, la otra
indecisa, pero capaz de igualarse parcialmente, llenando la pequeña habitación
con magia.
Despacio,
sus ojos se abrieron y su barbilla volvió a descender de forma que sus ojos pudieran
enfocarse en ella otra vez con esas oscuras, profundidades ilegibles. Él no
había dejado de tocarla por todas partes, y ahora la energía que tenía como un
simple mortal se había expandido exponencialmente. Ella estaba agradecida por
la protección alrededor de la casa ya que, de otra manera, seguramente la explosión de chispas habría
traspasado la estructura de la casa.
– Ven
aquí, pequeña.
Cuando
ella dio un paso apartándose de las escaleras, él la sorprendió al cogerla, un
brazo sujetando su espalda y el otro por debajo de sus piernas, y la levantó en
sus brazos, avanzando para tomar las escaleras hacia el pasillo del loft. Plegó
sus alas con cuidado en su espalda, sus extremos se arrastraban como la capa de
un príncipe mientras subía las escaleras, sin dejar de mirarla. – Me acostaría contigo
en la cama donde sueñas.
Ella no
podía pensar en nada que deseara más.
Mientras cargaba
con ella escaleras arriba, Anna deslizó los brazos alrededor de sus hombros,
las yemas de sus dedos enterradas en el arco de sus alas. Deseaba que la
llevara en brazos para siempre. La ingravidez era… Oh, se sentía tan bien
cuando la llevaban, sosteniéndola estrechamente. Fusionándose con la dulce
anticipación en su estómago, los diminutos peces que parecía estar pinchándole
por todas partes, estaba el inquieto pulso de sus muslos, siendo consciente así
del apretón de sus manos allí.
Además de
un baño, las dos cosas principales en el loft eran la cama y el Jacuzzi que
ella había diseñado como un amurallado estanque. Él fue directamente hacia la
cama, haciendo a esos peces saltar. La cama parecía como una extensión de suave
arena con su edredón marrón cubriéndola, era sencilla, ancha y afortunadamente
larga, ocupando la mitad del espacio. Las conchas que había recogido de la
playa, piezas de fósiles de coral y muchas flores en jarrones decoraban los
laterales de las mesas y las repisas. Cosas para ayudarla a mantenerse
conectada. Una diminuta acuarela de una sirena que había comprado en un viaje
después de su primera noche allí, también presidía la habitación.
No había
ninguna lámpara, ya que ella prefería mirar por el cristal hacia la noche, observando
como la luna se reflejaba en la espuma del océano en movimiento por la arena,
oyendo el suave rumor de las olas. Ahora la estaba dejando en la cama,
inclinándose sobre ella. Sus dedos curvados en la parte de arriba de sus
brazos, sin soltarlo. Poniendo una rodilla en la cama, él se tendió a su lado,
su mano depositada sobre su cintura desnuda, realizando perezosos trazos con el
pulgar por el estómago, su ombligo, haciéndole cosas que la hacían temblar.
– Te has
construido un nidito aquí, – observó él. – Dime, pequeña. ¿Por qué eres la
única que queda? ¿Por qué estás tan sola en el mundo?
Ella
alargó una mano hacia su rostro, pero él capturó su muñeca, la giró y le besó
la palma, acariciándola con la boca. – Quiero volver a estar en tu interior,
Anna. Alcanzar tus suaves labios, sentir el hambre apoderándose de tu cuerpo
deseando el mío. Pero me dirás primero esto.
Ella
cerró los ojos. – Es un soborno, mi lord.
– Lo es.
– dijo con el indicio de una sonrisa que no erradicaba la seriedad de su
rostro. – No me aprovecharé de ello, lo prometo.
Él lo entendía. Se retorció en su
interior, un dulce dolor. En el mismo momento que sintió el deseo de decírselo,
experimento el miedo de que reaccionara como tantos otros lo habían hecho, como
aquellos que conocían la historia durante siglos.
– La
bruja del mar original, la tátara-tátara-tátara abuela de Mina, dio a mi
antepasada Arianne el hechizo de tener piernas para intentar ganar el deseo de
su corazón, el amor de un príncipe.
Cuando
Jonah asintió, indicando su familiaridad con esa parte, Anna agradeció no
haberse entretenido en los detalles. – Arianne falló y se convirtió en piedra,
como se cuenta en la leyenda, pasó en la realidad. Pero Neptuno hizo un trato
con la bruja del mar. Él no la mataría de forma dolorosa a cambio de que ella
volviera a transformar a Arianne en sirena. – Los labios de Anna se torcieron.
– Pero algo fue mal, y la bruja del mar no pudo deshacer el hechizo de cambio
de forma. Tampoco Arianne podía controlarlo. Durante toda su vida, continuó
cambiando inesperadamente de sirena a humana, y por eso tuvo que vivir atrapada
en tierra, de otro modo podría ahogarse. Cada vez que cambiaba a piernas
humanas, también experimentaba un dolor atroz, como si pisara el filo de
navajas mientras caminaba. Aun así, ella bailaba en las playas por la noche,
recordando a su príncipe. Le dejó a su hija una carta en la que le describía
como él la miraba cuando bailaba, diciéndole que el dolor le valía la pena.
–
Entonces, ¿quién fue el padre de su niña?
Anna negó
con la cabeza, frunciendo el labio. – El príncipe, a pesar de que entregó su
amor a otra, no tuvo problema en acostarse con Arianne antes de decidir dejarla
por su novia humana. Arianne estaba embarazada de su hija cuando se convirtió
en piedra. Nadie esperaba que la niña sobreviviera, pero lo hizo. Desde
entonces esa es la pauta. Ninguna hija de Arianne ha encontrado jamás la
felicidad de un amor duradero, pero siempre acaba embarazada en un momento u
otro. Sin embargo, cada niña, aunque hereda la habilidad de transformarse en
humana, también acaban poseyendo otras habilidades diferentes… únicas.
Maldiciones.
Jonah
frunció el ceño. - ¿Por qué son maldiciones?
Anna dejó
que su mirada se desviara hacia la mesita de noche, hacia una flor rosa entre
las otras. Delicados pétalos, una frágil existencia. Pero vivía, elevándose por
el campo. Resistiendo. Y, aunque por poco tiempo, era perfecta.
– Porque
las habilidades eran involuntarias y les causaban daño a ellas o a aquellos a
los que amaban. La primera hija, si llegaba a excitarse de alguna manera – ya
fuera por ser demasiado feliz o demasiado triste – trastornaba violentamente
las aguas a su alrededor. Olas de marea, tsunamis, sequías. Por eso Neptuno
construyó la casita para ella. Mientras no estuviera dentro de una gran
cantidad de agua, eso no pasaría. Pero antes de eso, destrozó barcos, creando
tormentas que quitaron vidas. Rescató a un hombre de su una de esas
devastaciones y fue capaz de amarlo tanto, lo bastante para quedarse embarazada
antes de que él descubriera su naturaleza y no pudiera aceptarla.
Su
hija no podía hablar si no era cantando. El sonido de su cantarina voz inducía
a cualquiera que la escuchara a un profundo sueño del cual no despertaría en
días. A veces meses. Así que se mantuvo callada la mayoría de su vida, deseando
comunicarse desesperadamente, pero sólo capaz de hacerlo un momento o dos antes
de que esos con los que quería hablar tan desesperadamente estuvieran perdidos
en el sueño. – Anna intentó sonreír, pero falló. – Y así continúa la lista.
Neptuno
sospechó que era una cruel ironía planeada por la bruja del mar, porque el
trato entre ellos incluía un juramento de sangre en el cual ni ella ni sus
descendientes jamás volverían a causar directamente daño a Arianne o a sus
descendientes. Sin embargo, Mina me dijo que el hechizo de la piedra no estaba
destinado a ser invertido y la magia simplemente se volvió algo impredecible en
su propia vida.
– ¿Alguna
de ellas está viva? ¿Tu madre? ¿Su madre?
– No. –
Cuando no fue capaz de decir nada más, incluso ante su mirada interrogante, él
se inclinó y colocó sus labios sobre su cuello, justo debajo de su oreja. Su
nariz rozó la curva exterior de su cuello, su aliento le hacia cosquillas ahí.
Ante el calor húmedo de su boca, su cabeza se inclinó hacia atrás, sus nervios
temblaron deliciosamente.
“Ah, Diosa. Eres malo.”
Sus
labios se estiraron en una sonrisa contra ella, pero no pudo eliminar el peso
de su pecho, incluso bajo la sensación de esa respuesta. – Cuéntame.
Sólo
tenía que decirlo, y la tomaría. Él quería saberlo, ella se lo contaría y
continuarían. Aun así, las palabras se le atascaban en la garganta. – Todas
morimos antes de los veintiuno, mi lord.
Jonah se
congeló, levantó la cabeza, toda la diversión desvaneciéndose de su expresión.
Ella desplazó la mirada hacia el océano, al otro lado de la ventana. – ¿Cuántos
años tienes, pequeña?
Ella
soltó casi una risita, y supo que era un sonido triste. – Un momento perfecto
para decidir que soy demasiado joven para ti, mi lord.
No se
sorprendió cuando él la agarró de los hombros, levantándola hasta tenerla sentada.
Sin embargo, tuvo que enroscar los dedos sobre los músculos de él para
conseguir el valor de mirarlo a la cara. – ¿Cuántos, Anna? – repitió él.
– Sólo
veinte. Así que si voy a continuar la leyenda, supongo que mejor me quedo
embarazada pronto.
– No. –
Él lo dijo como una orden. – ¿Qué le pasó a tu madre?
Cuando
ella negó con la cabeza, él la ayudó a volver a la cama y se colocó sobre su
cuerpo, su rodilla presionando entre las de ella. Se abrió para él. Sus ojos,
por alguna razón, se ponían oscuros cuando Anna se encontraba sometida por su
voluntad tan desesperadamente, tan fácilmente. Ella no podía negarle nada, ni
siquiera las palabras que habían empezado a atragantarse en su garganta.
Él se
derrumbó sobre ella, su pecho presionando contra su carne desnuda, el vaquero y
la longitud atrapada bajo el, frotando contra su carne excitada. Anna inspiró,
arqueándose contra él. Cogiendo sus muñecas, él estiro ambos brazos
apartándolos de ella. Con los brazos alargados, él era capaz de levantar su
torso para inclinarse y besar su esternón, en un simple roce de labios.
Él la
hacía sentir vulnerable manteniéndola de esta forma y, aun así, le hacía querer
desnudar su alma para él. No entendía por qué el hecho de colocarla en esta
postura abierta abría algo dentro de ella que una postura más protectora
mantendría cerrado, pero lo hacía, y ella finalmente encontró su voz, un
trémulo susurro en la oscuridad, volando suavemente contra el cabello sobre su
frente.
– Se
cortó la garganta inmediatamente después de que yo naciera, con el mismo
cuchillo con el que cortó el cordón que nos unía. Pidió mi perdón, Mina me lo
dijo. – Anna miraba con ojos vacíos hacia ese cabello que caía sobre la frente
de él. – Mi madre dijo que no soportaría ver sufrir a su hija, pero no tuvo el
valor de acabar con mi vida a la vez que con la suya.
– ¡Sagrada Madre! – Cuando Jonah apoyó su frente sobre la de ella, Anna cerró
los ojos, sintiendo el calor de él, sus fuertes facciones. Su cuerpo presionó
hacia abajo, colocándose más sobre ella y ella no pudo evitarlo. Levantó las
piernas, enrollándolas alrededor de sus muslos, los dedos de los pies
deslizándose hacia abajo, a la unión sobre sus rodillas. – Mi lord… Por favor,
hazme olvidar esos pensamientos. O continuaré hablando hasta romperme en
pedazos.
Pero él no
se movió, y ella se encontró hablando en voz alta otra vez, las palabras
saliendo en tropel del cofre cerrado de su memoria que pesaba en su corazón. –
Preguntaste sobre Mina. Cuando eso pasó, Mina era joven, no mucho más que una
niña. Mientras ellos estaban distraídos, ella… Ellos dijeron que tomó la sangre
de mi madre, y me hizo tragarla, junto con algo de la suya. Me puse muy enferma
por culpa de eso, Neptuno la echó al Abismo,
atada con cadenas. Pero después descubrieron que yo no tenía el tipo de poderes
destructivos que las otras hijas habían tenido. La comadrona y curandera que me
atendió dijo que Mina, de alguna manera, había descubierto que ser amamantada
con la sangre de mi madre junto con la de la descendiente de la bruja del mar
me daría algún tipo de protección. Así que Neptuno la sacó del Abismo. – Ella tragó. – Nadie esperaba
que estuviera viva. Me contaron que su cuerpo quedó gravemente mutilado por los
carroñeros. No la volví a ver hasta que fui mayor y la busqué, obligándola a
que tolerara mi compañía.
Una débil
sonrisa tocó sus labios y ahora fue capaz de volver a mirar hacia sus
penetrantes ojos. – Así que ya ves, mi lord. Mina arriesgó su vida para darme
la vida que tengo. Sé que ella lucha con su oscuridad. Sin embargo, aunque ella
no lo piense así, me necesita para creer en su bondad. Porque soy la única que
lo hace.
Él
permaneció en silencio, estudiándola como si fuera la cosa más fascinante que
jamás hubiera visto. Después de algunos momentos bajo esa penetrante mirada, no
pudo resistir más. Empezó a tensarse contra su agarre. Él se quedó inmóvil, y
eso incrementó la necesidad dentro de ella, liberando algo del dolor y
sustituyéndolo con la dura, necesitada anticipación de la excitación. Algo en
su rostro le dijo que él estaba esperando… esperando… Ella levantó sus caderas
contra la presión de él, tensándola más, arqueando su garganta, presionando sus
pechos contra su pecho. Ofreciendo. Suplicando con sus movimientos.
Sus alas
aún estaban medio plegadas, pero la protegían de las luces del día que
quedaban, dándole sombra, acogiéndola en el crepúsculo mientras él por fin se
inclinaba, agarrándola por la nuca y atrayéndola hacia arriba contra su boca.
Sin delicadezas, empezando por la forma en que su boca chocaba contra la de
ella. Pero ella simplemente la abrió tanto como pudo para él, dejándole
saquearla, haciendo urgentes gemidos en la parte posterior de su garganta. Sus
piernas se afianzaron en sus caderas, en las curvas musculadas de sus nalgas.
Su agresivo movimiento se ganó un gruñido de advertencia. Su respuesta fue
arquearse más, haciendo pequeños movimientos contra su dura longitud, retándolo
a contener más sus movimientos.
Él metió
la mano entre ellos, comprendiendo el funcionamiento de los pantalones,
levantándose con una repentina impaciencia para quitárselos, luego volvió a
descender sobre ella antes de que tuviera tiempo de echar de menos su calor, el
peso y la fuerza de él.
Pero ella
necesitaba que la llenara, que entrara en ella. Su corazón y alma se estaban
asfixiando; ¿no era capaz de verlo?
– Jonah…
mi lord. Por favor, no dejes que me sienta así.
Su mirada
vaciló alzándose hacia ella. – ¿Sientes dolor, pequeña?
Ella
asintió. – Hazme olvidar, mi lord. Hazme olvidar que no pertenezco a ninguna
parte, ni a las sirenas ni a los humanos, a nadie.
Ella sabía
como Mina se burlaría ante la degradante idea que era querer pertenecer a otro.
Pero cuando un alma estaba privada del tacto, de la conexión, se esclavizaría
con gusto ante la oferta de ser amado por otro, aunque solo fuera por unos
pequeños instantes. Sería suya, mientras él la quisiera, y se consolaría si
podía con ese breve periodo de tiempo. Después de todo, ¿cuántas tenían la
oportunidad de estar con un ángel?
En
conjunto, había sido fuerte e independiente durante su corta vida. No había
tenido elección en eso, ya que estuvo influenciada por el ejemplo de Mina y por
la vida desperdiciada de su madre. Nunca había tenido en cuenta el peligro de
permanecer en los brazos de un fuerte hombre al que quería proteger, cuidar.
Eso era mucho más peligroso para ella que cualquier otra cosa sobre Jonah. Pero
como muchas cosas en su vida, tomó la firme elección de abrazarlo mientras
pudiera hacerlo.
Tenía muy
poco tiempo para derrocharlo teniendo miedo.
Alzándose
contra su tacto, ella le mordió justo sobre la aureola de su pezón, apretando
sus piernas sobre él. Como respuesta, él deslizó un brazo alrededor de su
cintura y se introdujo en ella, fuerte, profundo y rápido, haciéndola tomar
aliento y pronunciar un agudo grito de placer.
Él volvió
a tumbarla y empezó a golpear dentro de ella, sus ojos feroces, casi como el
brillo rojo de un Oscuro en la
oscuridad de su casita. – Quiero hacerte gritar, pequeña.
Jonah
sabía que la había mantenido hablando sobre sus dolorosos recuerdos más tiempo
del que debería, ella había heredado un legado de esperanzas incumplidas y
probablemente él fuera otra de ellas. Ni siquiera le había dado las gracias por
salvarle la vida. Pero no se atrevía a hacerlo hasta que supiera que había
valido la pena salvarlo o que eso no le había traído más dolor a su vida. De
cualquier manera, no habría vivido durante tanto tiempo sin aprender a ser
ingenioso, y había cosas que podía darle ahora que eran mejores que su
gratitud.
Las
flores con las que se rodeaba eran parte de la clave para entenderla. Delicada,
temporal, viviendo con intensidad, perfecta y, en general, una frágil belleza
en el momento del éxtasis. Así que él le daría ese momento.
Se
deslizó saliendo de su cuerpo a pesar de sus lloriqueos de protesta y su
dolorosa dureza y cogió uno de los dientes de león del jarrón en la mesa de al
lado. Acariciando con él su estómago, mirando como algunas de las semillas
caían, haciéndole más cosquillas. Después se inclinó, besó la parte inferior de
sus pechos donde el pliegue de su peso descansaba sobre sus costillas.
Prolongadamente, saboreándola mientras ella se movía inquieta debajo de él,
enredando los dedos en su cabello.
Levantándose,
él la sujetó para poder devolverle el favor, apartando su cabello con los
dedos, soltando el lazo que lo mantenía sujeto para poder extenderlo sobre la
cama. Sorprendiéndola, diría él, cuando le pasó las manos a través del pelo,
enredándoselas, intentando que las hebras sobre sus muñecas la mantuvieran de
esa manera, abierta y temblorosa. Luego le levantó una de sus piernas,
apoyándose su pantorrilla en la mano, descansando su talón sobre la cadera
mientras la acariciaba con el diente de león hacia abajo, más abajo…
Anna se
mordió el labio ante el ligero contacto, y después un grito gutural salió de
sus labios mientras él se inclinaba y sustituía sus caricias con su boca.
– ¿Qué
estás…
–
Llevándote tan alto como puedas ir, pequeña.
Cuando él
puso su boca completamente sobre su carne caliente y resbaladiza, todos los
recuerdos dolorosos volvieron a desaparecer en la oscuridad. Anna estiró del
edredón, moviendo las caderas contra su cara. Sus insistentes y rítmicos
movimientos circulares la hacían sentir como si no pudiera soportarlo más y, al
mismo tiempo, deseaba cabalgar su boca para siempre. Se sacudió, gritó. Cuando
levantó la mirada de la pendiente de su cuerpo, las pestañas de él abanicaron
sus mejillas mientras observaba el estado de excitación de su sexo empapado con
una atención voraz.
Haciéndola
retorcerse con aún más insistencia.
Por su
parte, las nobles intenciones de Jonah habían desaparecido y ahora
sencillamente necesitaba tomarla. Mientras permanecía abierta de esa manera
debajo de él, le recordaba como se le había ofrecido por completo en esa
primera noche, y descubrió en él mismo el rasgo de un conquistador, tomando
como derecho lo que quizás no mereciera.
Cualquier
cosa que él le diera no podría ni compararse con lo que su total sumisión
significo para él. Ese pensamiento lo detuvo, lo estudió brevemente desde
varios puntos de vista antes de apartarlo, y levantarle las dos piernas hasta
sus hombros. Sintiendo sus pantorrillas deslizándose por delante de los arcos
de sus alas, levantando su ligero cuerpo, sujetándola para la profunda
penetración de su boca.
Había
olvidado el dulce, sabor almizclado de la hendidura de una mujer, de su miel
resbaladiza, de la forma como respondería si todo fuera bien, como si ella
estuviera en medio de una tormenta marina, con su cuerpo moviéndose tan
sinuosamente como las espumosas olas.
Una de
las leyendas humanas sobre el fallecimiento de Ariel decía que se convertía en
espuma de mar, la creencia natural sobre como sería la muerte para una sirena,
donde el alma se convertía en una parte del mar para siempre. Ahora, mientras
Anna se ondulaba como lo haría si estuviera nadando por el agua, Jonah supo que
su corazón estaba en el océano, su alma profunda en el mar. Pero era un mundo
que a menudo no la quería. Así que ella vivía aquí, en el límite de la tierra y
el agua, simbólico, como todo en esta casita. A pesar de toda su reservada
tranquilidad, descubrió que a ella no le gustaba estar aquí, donde todas sus
tradiciones podrían hacerle creer que esto era lo mejor que podía esperar.
Excepto por esa única pintura. La única que expresaba su esperanza por algo
mejor. Mientras él volvía a levantarle el cuerpo y se introducía otra vez,
empujándolos a ambos sobre el borde de su necesidad, él supo que iba a
embarcarse en ese viaje con ella. No porque creyera en la bruja del mar, o
porque esa oscuridad en su corazón necesitara curarse, sino porque de repente
la cosa más importante para él era que su sirenita supiera que alguien creía en
ella.
¡Y por el
fuego del infierno!, todavía no era capaz de volver, de alargar la mano hacia
Lucifer o la Dama. O hacia cualquiera
de ellos. ¿Qué más daría una semana? El tiempo era relativo, cuando uno era un
ángel.
Se despertó sola. El trueno sacudió la casa, acercándose al mismo tiempo, destellos de luz iluminaron la casita de forma que pudo verlo de pie en el porche, la puerta corrediza de cristal abierta a la lluvia. Su cabello estaba aplastado sobre la cabeza, su rostro inclinado hacia el cielo, las alas un peso pesado en su espalda.
No iba
vestida, pero bajó las escaleras, colocándose de pie en la puerta abierta,
saliendo un paso detrás de él.
– ¿Es una
batalla?
Él negó
con la cabeza, estirando su mano hacia atrás sin mirarla. Cuando ella la tomó,
la acercó hacia adelante, metiéndola bajo su ala para que pudiera estar delante
de él. Él habló en un tranquilo murmullo a pesar de la lluvia porque su mandíbula
estaba a la altura de su sien mientras ambos levantaban la vista. – Solo es una
tormenta, pequeña.
Podía
sentirlo recorriéndolo, un zumbido que le tensaba los músculos. Anna se giró,
inclinando su rostro hacia él en vez de hacia el cielo.
Cada
línea de su rostro estaba en tensión, sus ojos… angustiados. Algo se removía en
su interior, algo que le recordaba lo que Mina había dicho: “Él dirige a los
ángeles que luchan contra los Oscuros…”
– Háblame
de los otros ángeles. – Buscaba algo que lo devolviera a la realidad, no quería
que estuviera solo en la oscuridad de sus pensamientos. – Tus amigos. Esos que
están bajo tu mando.
Un
estremecimiento recorrió sus músculos. – No puedo. – Bajando la cabeza, rozó su
sien y cerró los ojos, mientras ella levantaba los brazos para rodearle el
cuello. – Cuando pienso en ellos, solo oigo sus gritos. Veo la sangre.
Ella
necesitó un momento para digerir el significado detrás de sus palabras, y se
dio cuenta de donde estaban sus pensamientos. No en la vida que dejaba atrás para
estar esta noche aquí, sino en los muertos que había abandonado.
– Elige
uno. – Susurró, guiada por su intuición, así podría llegar a él en un sueño,
donde se sintiera seguro para poder recordar. – Algo sencillo. Dime el color de
su pelo.
Él abrió
los ojos y la miró, con tanta atención que se asustó cuando cayó otro rayo.
Apretó los puños, pero ella puso las manos sobre sus brazos para recordarle que
estaba allí cuando llegó el gruñido del trueno, como siempre hacía.
– Ronin
tenía el cabello de color oro vivo, – dijo él durante los ecos del trueno, la
fuerza de la lluvia los encerraba en un espacio muerto donde ella era
consciente de su respiración contra la mejilla, la humedad sobre sus pestañas
que podría no ser del agua que goteaba por su frente. Él negó con la cabeza,
cerró los ojos otra vez apretando los parpados y luego los volvió a abrir. –
Estaba excesivamente orgulloso de ello.
– Oro.
¿Era guapo?
– Él
parecía creer que sí. Cuando se buscaba una mujer en tierra, alardeaba de que
en cuanto veían su cabello caían en sus brazos. – Él le dio un suave apretón,
como recordándole que estaba allí. – A diferencia de mi oscuridad, la cual
tengo que compensar con mi encanto.
– Me
alegro de decirte que tu oscuridad es muy atractiva, mi lord. – Ella enredó sus
dedos por las húmedas hebras oscuras como un cuervo. – Y es algo bueno, ya que
tu encanto tiene bordes afilados.
– Me
hieres, pequeña.
Ella
sonrió cuando gran parte de la tensión abandonó sus hombros. – ¿Son todos los
otros como tú? ¿Atractivos e insoportablemente arrogantes?
Algo
brilló en esos ojos de ébano. – No, son peores. Y feos. No les gustarías en
absoluto.
Su torso
estaba perlado por la lluvia. Impulsivamente, puso los labios sobre una gran
gota en su pecho, poniéndose de puntillas, y la probó, su piel con el agua de
lluvia. La ausencia de sal en el agua, el sabor de la sal de la piel. La
esencia del océano y de la tierra uniéndose, compartiendo la sal. De la misma
forma los dos se unían, un ángel y una sirena.
Levantó
la mano, ahuecando la parte de atrás de su cabeza. Manteniéndola así, el resto
de su cuerpo aún quieto, conteniendo el poder. Ella pensó que ni siquiera
respiraba mientras dejaba que sus manos se deslizaran como pájaros por la
pendiente de su espalda, esa cavidad superficial, sobre grupos convexos de
músculos hacia la elevación de sus nalgas. Descansó allí, sintiendo como la
tocaban las pequeñas plumas en la parte inferior de sus alas.
– Los
echo de menos. Con tanta fuerza que quiero hacer daño a alguien cuando pienso
en ellos.
Jonah lo
sentía en su interior, la violencia hirviendo a fuego lento, y el odio crecía
ahora en él, cuando mantenía a una criatura en sus brazos que era la antítesis
de todo eso. Él presionó su frente contra la suya, deseando poder simplemente
absorber su calma, la tranquilidad que sentía en su joven alma.
Antes, él
había tomado su cuerpo con fuerza y pasión. Ella le había mordido, arañado, respondiendo
de la misma forma. Pero esto, esta caricia desnuda era de alguna manera aún más
poderosa, de pie aquí en la lluvia, sólo los dos.
¿Se había
convertido el campo de batalla, pintado con sangre, en su verdadero hogar? ¿Sus
enemigos, tanto como aquellos que luchaban con él, se habían convertido en su
familia, aunque sólo fuera por esos momentos de violencia extrema, cuando no
había espacio para nada más? El pensamiento era abominable, pero aquí, donde él
finalmente, después de muchos años, sentía una tranquila conexión, le recordaba
cómo se había sentido de desconectado durante tanto tiempo. Sin
un objetivo, excepto cuando mataba.
– Diosa, nunca le he dicho a nadie que los
echaba de menos. ¿Qué magia posees en tus brazos, pequeña? ¿Tu tacto? No
deberías estar cerca de mí.
– Puedo
cantarte para dormir, mi lord. – No parecía preocupada por esa advertencia. En
cambio, ella apartó la mirada hacia el mar y Jonah supo que, aunque la casa
estaba protegida por el poder de Neptuno, estaba preocupada por si los Oscuros lo encontraban mientras se
exponían a las fuerzas de la tormenta.
–
¿Dormiré durante días? – No pudo pensar en nada más que decir cuando ella
levantó la mirada hacia él con sus grandes ojos violetas.
– No. –
Su pequeña boca rosa se curvó. – El destructivo poder de mi antepasada es
diferente en mí. Solo puedo crear sueños. Mientras te canto para dormir, puedo
hacer aparecer cualquier cosa que desees, en tus sueños. Si me hablas de sus
caras, sus voces, puedo devolvértelos. A Ronin, a todos. Por una noche.
Su pulgar
se desplazó por el exuberante labio inferior, recogiendo gotas de lluvia. – ¿Y
alguna vez te has cantado a ti misma para dormir, pequeña? ¿Otorgándote algo en
tus sueños?
Ella negó
con la cabeza. – No, pero la Dama se
ha compadecido de mí. Me ha traído un ángel en su lugar.
Él la
miró fijamente. Ella se le había confesado antes. Puede que esa fuera la clave
de que le hubiera abierto su confianza, su buena voluntad para entregarle las
partes de él que no había dado a nadie más. Ella era inocente y tan diferente
de lo que él creía ser para los demás, pero ella entendía lo mal que estaba.
– Iré
contigo, Anna. Iremos a ver al chamán. Tal vez en este viaje encontremos las
respuestas que ambos buscamos.
Anna
tragó, por un momento sorprendida de que estuviera de acuerdo. Pero cuando se
inclinó hacia él y vio el deseo creciendo en sus ojos, su agradable sorpresa
fue remplazada por una emoción diferente. En ese momento supo que él volvería a
tomarla esa noche.
– Me
alegro de oírlo, mi lord. Pero al menos por esta noche, creo que todas las
respuestas que necesitamos están aquí.
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